Esta semana hemos asistido con estupor, o sin él, a la digna, o no tan digna, marcha de algunos autopercibidos próceres del pseudoperiodismo de Twitter. Se van porque X se ha convertido, a su (corto) entender, en un lugar donde los bulos —malditos sean mil veces— campan a sus anchas por culpa de la ultraderecha –más maldita sea, si cabe– y sus secuases.
Así, hemos visto como La Vanguardia, periódico que cambia de línea editorial como Sánchez de opinión, se retiraba de la red después de reproducir textualmente la madre de todos los bulos difundida por la Agencia EFE: un helicóptero se había estampado contra el edificio más alto de Madrid. Una noticia, comprendan ustedes, difícil de contrastar si no es sacando medio cuerpo fuera de una ventana de la, en adelante, «Mortadelo y Filemón, Agencia de Información» o la «T.I.A» (Técnicos de Investigación Aeroterráquea).
También ha tomado las de Villadiego un tal Antón Losada, al que tenía el gusto de no seguir, con mucha pompa y muy poca circunstancia, para disgusto de nadie de mis conocidos. Vi 15 segundos del vídeo de despedida y me conmovió esa actitud grave que adoptan todos los importanciosos cuando hablan al pueblo y el gran vacío que cree dejar. Ay cuando se dé cuenta de que la vida sigue sin él. Mundo cruel.
Ángels Barceló –conocida como Angelines por la peligrosa ultraderecha tuitera–, vocera radiofónica del gobienno con tres capas de lencería de mercadillo, llamaba a rebato desde la azotea del edificio de la Cadena Ser que, como saben, linda con la calle Desengaño –parajodas de la vida–, a sus fieles para volver a los medios tradicionales donde no le llevan la contraria. Decía mi amigo Borja Montoro esta semana que estos se nos hacen tradicionalistas. Estoy de acuerdo, en nada vemos a nuestra Angelines con boina de requeté desconectando WIFIs de las redacciones. Al tiempo.
En fin, todo un drama. Nuestros progres no conciben desde su atalaya moral que la gente del común no piense como ellos ni que la realidad les lleve la contraria. Ellos son la cencia verdadera –Fernando Simón–, la decencia –Errejón–, la honradez de la izquierda –Garzón, Alberto–, la verdad frente al bulo –Ferreras y sus tres capas de calzoncillos–, los expertos etéreos –a los que jamás vimos–, la expertitud jurídicofeminista –Irene Montero–, el saber estar frente al adversario –Marisú Montero en el Congreso– y la empatía con el que sufre –Pedro Sánchez–. ¿Cómo es posible, panda de desagradecidos, que oséis no creerlos? ¿Quiénes sois vosotros, fachitas, para decir que el rey está desnudo?
Amigos pogres, los buenos tiempos en que cerraban las cuentas a los disidentes pasaron, pero las vuestras nunca se cancelaron. Ni antes ni ahora. Así que me temo que lo que queríais era hablar solos, entre vosotros, sin nadie enfrente. Es así como entendéis la libertad de expresión y esto me parece muy inquietante. Me pregunto qué querréis hacer con nosotros, ¿os conformaréis con callarnos simplemente? Os gustaría pensar que no existimos, y como os supera que no nos callemos, os vais. Vuestra democracia sólo concibe la existencia de la izquierda sin los contrapesos propios del Estado de Derecho y sin oposición. Es decir, que vuestra democracia no es democracia, es totalitarismo y totalismo. Y pataleta.
La izquierda no piensa, profesa la fanática religión woke. Una religión que no admite disenso. Monseñor González Montes lo dijo anoche muy claramente en el acto de Patriotas por Europa: disentir es la herejía contemporánea. Me alegra porque yo siempre he sido muy dada a la herejía. El tan cacareado consenso sólo se consigue si se consensua lo que la izquierda predica. ¿Por qué lo llaman consenso cuando quieren decir sometimiento?
Su problema –el de los progres– ha llegado cuando en las redes sociales se han dado de bruces con millones de personas que pueden hablar en libertad y se han plantado. Así de sencillo. De pronto, la gente –no lagente– ha encontrado un lugar donde decir que la Ley del Sí es Sí es una aberración, que la ideología de género es una bazofia o que la LIVG es injusta. Y no, no son fascistas, son puro sentido común.
Decía Barceló entre sollozos desde su azotea/atalaya que se ha perdido la batalla cultural. Qué alegría. Resulta que eso aparentemente tan sesudo llamado batalla cultural consistía en no cortarse y en decir que algo es una soberana tontería cuando es una soberana tontería.
Por otro lado, reconozcamos que los woke son muy cool, pero son muy poco resilientes. No aguantan ni media torta –tómese en sentido figurado, por favor–. Ellos no han tenido la juventud de los que hemos sido de derechas toda la vida. Lo nuestro es resiliencia de la de verdad. De nosotros se han reído en los conciertos, en las películas españolas y desde todo lo que se llama ahora mundo de la cultura. Y no llorábamos.
Ser facha, queridos míos, siempre ha sido sufrido, pero tenemos algo que ellos no tienen: sentido del humor. Y eso ha sido el detonante de la tocata y fuga de la progresía. No soportan que nos riamos.