Hoy no hablaré de política. Hablaré de literatura. Ése es mi mundo. Ya tocaba.
Hace unos días me envió la editorial Homo Legens un libro extraordinario. Título: el que lleva esta columna… Qué leer cuanto antes. Autor: José R. Ayllón. ¿Quién demonio es ese hombre? Confieso que nada sabía de él, mea culpa, y lo poco que ahora sé es lo que dice la solapa. Nació en Cantabria, hace sesenta y siete años, ha sido profesor de Literatura y Filosofía en dos universidades y en otros tantos colegios, y ha escrito biografías, novelas y ensayos de muy variada lección. No entiendo cómo este escritor de peso y poso me ha pasado inadvertido. Imperdonable. A partir de ahora tendrá un puesto de honor en mi biblioteca y en el palmarés de mis lecturas.
El libro en cuestión recoge cincuenta semblanzas de grandes escritores con explícitas referencias a una o varias de sus obras. Todas son breves ‒algunas más que otras‒, lúcidas, cultas, elegantes, divertidas y solventes. Hay en ellas apuntes biográficos a cala y cata, y consideraciones de exégesis literaria. El mosaico abarca desde los clásicos de Grecia y Roma ‒Homero, Sófocles, Platón, Marco Aurelio, San Agustín‒ hasta los de nuestros días.
Los clásicos, hoy como ayer, nos enseñan a vivir, se renuevan cada vez que los releemos y son como las piedrecillas blancas de Pulgarcito
Los tres últimos autores citados en el párrafo anterior sobrevuelan todo el conjunto, porque el libro, cuya lectura recomiendo con ahínco, lo es también de filosofía, casi de eso que ahora llaman autoayuda (horresco referens), y José R. Ayllón no oculta, sino que subraya su ideario platónico, estoico y agustiniano, y por ello triplemente cristiano.
«El mundo del siglo XXI» ‒dice la solapa‒ «nos parece complejo y contradictorio, a menudo mareante. Pero viene en nuestra ayuda la buena literatura para iluminar la caverna, ordenar las ideas y poner los sentimientos en su sitio».
Tal cual. Los clásicos, hoy como ayer, nos enseñan a vivir, se renuevan cada vez que los releemos y son como las piedrecillas blancas de Pulgarcito que jalonan, ordenan e indican el camino a seguir para volver a casa.
¿A casa? Sí, a ese lugar de la cartografía del Espíritu en el que reside la última meta del nosce te ipsum, de la búsqueda de la Belleza y de la práctica del Amor.
Dije antes que hoy no iba a hablar de política. Rectifico. Si yo fuese ministro de Educación acomodaría las clases de literatura en los Planes de Estudio al catálogo de autores clásicos y obras maestras que Ayllón elabora en su libro.
¿Crees que puede subsistir un Estado cuando las sentencias de los jueces no tienen fuerza alguna y son violadas por simples particulares?
«Se ha dicho que Europa ‒edificada en gran medida sobre el respeto a la ley civil y a la ley moral‒ nace en la cárcel donde Sócrates apuró la copa de cicuta en obediencia a las leyes y a su propia conciencia. Las leyes de Atenas eran justas, pero lo jueces que lo condenaron a muerte fueron injustos. Por eso, su influyentes discípulos, con Critón a la cabeza, sobornaron a la guardia para que Sócrates pudiera escapar. Él, sin embargo, prefiere obrar en conciencia y rechaza la posibilidad que se le ofrece. El resumen de su argumentación es una magnífica pregunta retórica: ¿Crees que puede subsistir un Estado cuando las sentencias de los jueces no tienen fuerza alguna y son violadas por simples particulares?».
¿Les suena? Política, decía… Aquí la tienen. ¿No vale esa misma pregunta para la España de Sánchez?
Permítanme un retruécano… Lean cuanto antes Qué leer cuanto antes y háganse luego con todos y cada uno de los libros que su autor menciona. Tienen para ello todo el verano por delante.