Si metes en un tubo de ensayo un guion de La familia de la tele, las pintadas de cuarto de baño en un instituto de secundaria, medio kilo de cuñados, el prospecto de una infusión milagro para adelgazar, y media docena de pastillas de éxtasis, lo agitas de la manera más desordenada posible, y lo dejas secar tres noches a la luz de la luna, te sale el pensamiento político de Yolanda Díaz. El hallazgo me ha llevado mucho tiempo de investigación científica, pero ha merecido la pena. Porque ahora se entiende mejor todo.
Yolanda ha tenido una de esas ideas de ducha. A todos nos pasa. Esas que en tu cabeza suenan de miedo y que, a menudo, al cabo de unas horas, se desmoronan. La mayoría de los seres humanos dejan reposar estas ocurrencias, para ver cómo responden al avance del día. Yolanda no. Su idea sobre las nuevas multas de la DGT saltó directamente de la ducha a la palestra sin pasar por la casilla de salida.
Vaya por delante que la vida del conductor español medio es eso que trascurre mientras tratas de no matarte en la carretera, por ir distraído con todas las trampas que te tiende la DGT para esquilmarte y financiar así la sanidad y la educación socialistas, eufemismo bellísimo que a menudo se emplea para evitar mencionar los catálogos de escorts y la materia colombiana. Hace tiempo que da la sensación de que el Gobierno, este y cualquiera de los anteriores, no pone radares para evitar accidentes, sino para provocarlos, algo que a menudo consigue con excelente eficacia, cosa rara en la gestión pública.
Algo está mal en las políticas de tráfico cuando quien decide qué, dónde, y cómo multarte viaja a diario en un coche oficial, en el asiente trasero, mientras habla por el móvil, duerme en los atascos, le pega un buchito a la petaca de whisky si cae la noche, hace manitas con la parienta, o se afana en cualquiera de las cosas que tú no puedes hacer cuando vas en tu auto, a menos que quieras acabar en prisión y arruinado. Que algunos de los que toman las decisiones más importantes al respecto no tengan ni coche propio, no se acuerden de dónde estaba el volante, o incluso no hayan logrado sacarse el carnet de conducir, es bastante ilustrativo del extraordinario calvario que atravesamos los conductores desde hace años, cuando un iluminado inventó la campaña de «no podemos conducir por ti» y un Aznar, en uno de sus mejores momentos y visiblemente regado por el vino, contestó ante las alcachofas de varios medios: «¿Y quién te ha dicho a ti que yo quiero que conduzcas por mí?».
Ahora la de Fene, bello enclave que no tiene la culpa de nada, ha propuesto su idea más elaborada desde su entrada en política, cuando ninguno de los presentes habíamos nacido. Se trata de poner multas más caras a los conductores ricos y más baratas a los pobres. Me parece estar escuchando aquella genialidad de P. J. O’Rourke: «La buena noticia es que, según la Administración Obama, los ricos pagarán por todo. La mala noticia es que, según la administración Obama, tú eres rico».
Por si el disparate no fuera lo bastante estúpido e ineficaz para todo propósito excepto para el recaudatorio, la subida de las multas a los conductores ricos no es un leve incremento: hablan de hasta un 500%. Como decía Aristóteles, «telita».
Si nos abstraemos del pornográfico afán recaudatorio del Gobierno, y en particular de la DGT, y vamos al origen de esta institución del Gobierno, podríamos hacernos una sencillísima pregunta: ¿cuál es el objetivo de multar a los conductores? En efecto, evitar accidentes de tráfico a base de coaccionar a los conductores más alocados hasta lograr que no se maten en la carretera, evitando accidentes. De modo que lo que Yolanda Díaz nos está diciendo es bastante claro: lo que quiere es abaratar de tal manera las multas a los más pobres, instándolos por tanto a saltarse las normas de tráfico hasta que finalmente se dejan los piños con algún quitamiedos perdido de la España vaciada por el PSOE. De ese modo, en cosa de dos tres años, se habrá disparado la mortalidad de los pobres, haciendo de España un país de ricos, lo que sería un hito sin precedentes en la historia de los gobiernos socialcomunistas.
Un plan sin fisuras. Y hay víctimas, es decir, es un plan es cien por cien comunista. Ahora sí que los pobres votarán en masa a Yolanda. Los que sobrevivan.