«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

Quince centímetros y una muesca

6 de marzo de 2025

Quince centímentros de bebé y unos 260 gramos. El corazón, el hígado y los riñones, el intestino y los genitales, perfectamente formados. Es la semana 20 del embarazo. La magia de la vida. El niño ya es por completo tu hijo. Un ser humano único, un cóctel genético irrepetible, un montón de sueños y experiencias por vivir, un puñado de amor hecho un ovillo en el vientre de mamá, esperando a que pasen otras veinte semanas para conocer el rostro de quien le ha dado vida.

Así estaba el bebé de la alemana Christina Widmann hace algunas semanas, cuando los médicos le ofrecieron abortar a la criatura, tras comunicarle que venía con una pequeña marca en el labio superior. Visto lo visto, casi debemos dar gracias porque no le ofrecieron también la alternativa de venderlo a precio de saldo en Wallapop.

La marca en cuestión, que se ve como una simpática cicatriz que divide suavemente su labio superior, no fue bastante para convencer a Christina. La mujer ha tenido el bebé, se ha fotografiado con su linda criatura, y ha denunciado en redes sociales que el aborto por «discapacidad» siempre termina yéndose de las manos. Está horrorizada al recordar que un médico le ofreció, cara a cara, matar a su hijo, tan sólo por una marca, que es tanto como deshacerse de él porque viene con un lunar grande en la cara.

Siempre me ha parecido asombroso el concepto de discapacidad que manejan los abortistas. En un mundo que no para de inventar eufemismos para que ciegos, cojos, mudos, paralíticos y demás se sientan perfectamente incluidos en la sociedad, para evitar cualquier discriminación, promueven a bombo y platillo aniquilarlos en el vientre materno, enviando un mensaje muy poco empático a los que ya han venido al mundo y pretenden incluir. Los consideran la bola extra. La carga inválida con la que ya no hay más remedio que acarrear. No pueden darme más asco sus repugnantes planteamientos. Y eso que son los mismos que nos dan a diario la turra con la inclusión y la diversidad de cuerpos y formas.

Si salimos del Matrix del momento un instante, convengamos que no hay ninguna diferencia entre asesinar a un niño en la barriga de su madre y hacerlo, ya nacido, detrás de un telón, para que nadie más que el carnicero lo vea. Y no hay justificación moral que pudiera juzgar diferente una cosa y la otra, salvo la estúpida maquinaria de validación de los legisladores, de normalización de los propagandistas, de manipulación emocional de los medios. Sin embargo, todo el mundo se volvería loco si los médicos abortistas invitaran a las madres a asesinar discretamente a sus hijos down de meses o años de edad, o a los que padecen enfermedades mentales severas, o a los que han nacido con una sola pierna.

Christina tuvo al bebé, que por cierto es precioso. Un ser humano que, con seguridad, cambiará para siempre la vida de quienes estén más cerca: sus padres, sus compañeros de colegio, sus amigos para toda la vida, sus colegas de trabajo, las parejas que tenga, aquellos a los que ayude a lo largo de los años, las personas a las que cuide en su vejez.

Como en Qué bello es vivir, en la edad adulta tal vez tendrá ocasión de ver qué habría sido la vida sin él. Y, al igual que en la genial película, tal vez se asombre al descubrir quién habría muerto por no estar él para salvarlo, quién se habría arruinado, dónde habrían acabado las personas a las que dio buen consejo, o cómo todo se habría hundido en su trabajo sin su talento y esfuerzo. Todo ha sido posible gracias a su madre.

La lección de Christina es una entre un millón. Pero no por eso debemos relegarla a la última página de las noticias del día. Todo el infierno será poco para esos médicos que ofrecieron matar al bebé perfectamente formado sólo por una absurda muesca en el labio. Todo el cielo será poco para los que, como Christina, recuerdan al mundo que la vida es un bien superior a los demás bienes, incluidas las modas, las circunstancias favorables o menos, y las ofertas asesinas de los organismos públicos y de las multinacionales que hacen negocio multimillonario con la sangre de los hijos neonatos abandonados del Occidente poscristiano.

Vive y deja vivir, decían hace no tanto los mismos que hoy enarbolan la monserga woke. Pues eso. Vive, pero sobre todo deja vivir.

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