«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
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Reflexiones sabatinas

22 de abril de 2023

Una de las cosas que más me ha costado reprimir a lo largo de los años en el ambiente laboral es la risa y el humor. No es una virtud —lo del humor—, es una especie de defensa que hace que el trago diario de trabajar se pase mucho mejor si uno relativiza ciertas cosas y las toma un poco a broma sin dejar de tomarse en serio su responsabilidad. Bueno, y que también no puedo evitar despiporrarme un poco/mucho de todo. Sí, los hay que tenemos vocación de felicidad diaria. Siempre lo comento con mi compañera, y sin embargo amiga, María Durán. Nosotras tenemos vocación de felicidad. No entendemos el placer del amargado de oficio. Por cierto, aprovecho estas líneas para desearle a la susodicha y a mi Laura Fernández-Cañas todos los éxitos en su nueva etapa profesional, que no dudo que los tendrán. Sobre todo, les auguro muchas risas, mucha diversión para ellas y para los que podamos disfrutar de su trabajo. Además, les reto a que demuestren nuestra teoría: se puede trabajar y ser feliz; y que luego lo cuenten aquí, en La Gaceta de la Iberosfera.

Continúo. Pensarán ustedes que todo el mundo quiere ser feliz. No sabría yo qué decirles. Hay gente a la que le gusta vivir bajo el influjo de una especie de amargura pesada como una losa que ellos mismos alimentan, que se regodea en todo lo malo que le pasa y se refocila como cerdo en una charca en todas las desavenencias de la vida que, sin duda, son muchas. Este personaje te mira como si fueras una extraterrestre porque te tomas la vida con humor. En realidad, lo que hace es observarte extrañado como si fueras rematadamente imbécil y no tuvieras conocimiento de los horrores del mundo, como si a ti no te costara madrugar, como si a ti todo el mundo te cayera bien y tú no tuvieras problemas, porque sólo lo tienen ellos. Es de los que cuando sales de la habitación dice: «esta tía es una frívola. Bueno, es tonta». Esa gente. Esos tóxicos. Pues no, la rara eres tú, so frívola.

Ya me lo dijo un compañero de trabajo hace como dos décadas. Llevaba pocos meses en esa empresa, eran las ocho de la mañana y entré como casi todos los días saludando y riendo por algo. Mi compañero, que me apreciaba, me hizo una seña para que callara. Entró luego a mi despacho y me aclaró: «al jefe no le gusta que nos riamos». «Ah, perdón», contesté con mucha educación. Pero si Cosmopolitan y todas las revistas del ramo, que no sé a qué ramo pertenecen, están llenas de artículos sobre la importancia de que el pobre empleadito sea o crea ser feliz en el trabajo para exprimirlo más y mejor sin que se dé cuenta. ¡Graso error!, que decía uno de aquella empresa precisamente. Eso será en los USA, tierra de oportunidades. Aquí te tienen que ver bien jodido para que se crean que trabajas. Si no hay sufrimiento, no hay trabajo. Al fin y al cabo, trabajar es una lata ―ya lo dijo Luis Aguilé―, por eso lo pagan. Si lo piensas bien, tiene su lógica.

Como se ve que aquí en España lo de Cosmopolitan y los cursos para directivos sobre «cómo estrujar felizmente al personal» no termina de calar, el trabajador más exitoso ―no por sus logros para la empresa, sino por la consecución de sus objetivos personales: jorobar al prójimo― acaba siendo siempre el que más se queja y el que peor humor tiene. El amargado. Ese personaje que en su amargura aflora un resentimiento no siempre reprimido ―porque como digo, aflora― que además, por desgracia, es tan contagioso como el buen humor.

Pero cuidado, querido lector, jamás infravalore a un amargado resentido, ese es un terrible error que los frívolos cometemos en una muestra de relajación imprudente que sólo cura la edad. Vean ustedes a Irene Montero, paradigma del resentimiento, quién sabe si contra los hombres, contra la vida, contra Galapagar y la tinaja, contra los atascos, contra Yolanda Díaz y podríamos seguir sumando ―perdón, Irene, no lo he podido evitar―. La cuestión es que ha demostrado que la fuerza de la amargura mueve también montañas, leyes y agita pobres mentes descolocadas buscando una razón para vivir. Y si esa razón les sale a odiar, les vale, porque hay falta de ideas ―buenas―, valores y motivos para edificar, así pues, bien les va destruir lo que hay.

Pues bien, desde esta humilde columnita abogo por lo que el resentido de la vida, el amargado de oficio, la nube negra que en todas partes existe vestido de ser humano, llama frívolo. Abogo por el amor, la simpatía, la esperanza, la fe, el compañerismo y la buena educación. Abogo por neutralizar a los nubes negras que se mueven a nuestro alrededor. Si me permite, le aconsejo que trabaje con alegría, busque el bien de su empresa, ría, viva, ame y rece con humor. Ya saben, venzan con el bien el mal. Piense que, además, todo eso es antiagenda2030.

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