Alexei Komov es embajador ante la ONU del WCF (Congreso Mundial de las Familias), pero sobre todo es el portavoz de la Comisión para la Familia del Patriarcado de Moscú. Es un representante sorprendente de la visión que tienen de la familia, de la paternidad y maternidad y de la ley natural los renacidos “hermanos de Oriente” de Rusia.
A los 44 años, Alexei Komov tiene cinco hijos y un nieto. Después de trabajar en varias multinacionales, dejó todo y se dedica a defender su punto de vista, con el respaldo de la Iglesia Ortodoxa y de la Rusia deVladimir Putin. Un punto de vista rompedor sobre la ideología de género, pero sobre todo sobre la familia natural, el derecho a la vida y la libertad de educación. Lo tiene todo para que ningún medio de comunicación políticamente correcto (sea de PSOE o de PP) hable de él en España. Pero no es así en la rebelde Rusia. Y quizá tampoco en la América blanca del rebelde Donald Trump.
El debate más reciente, dentro de todos los ligados a la destrucción de los vínculos naturales, es el de la identidad. Es políticamente correcto, como extensión de la ideología de género, decir que el “género” es independiente del sexo biológico y que por tanto ha de estar sujeto a cambio y, además, que los niños han de ser educados en esa idea. Nada menos.
Alexei Komov se niega a aceptar esta moda occidental. Para él, la identidad, el conjunto de características que hacen de nosotros una persona –cuerpo y alma, para los creyentes- es fundamental, y lo es en el contexto de una ley natural que marca unos límites entre lo bueno y lo malo. La ley natura es anterior a cualquier ley humana y al Estado; hay unos principios que, nos recuerda Komov, no están sujetos a la voluntad ni de los individuos ni de los legisladores de turno. Y eso sí hay que enseñarlo al educar a los niños.
Él rechaza por esto y por más cosas el modelo occidental de escuela. Si a los jóvenes se ofrecen modelos de hombre y mujer hipersexualizados, orientados sólo al placer y la riqueza que se identifican con las únicas razones de vivir y de considerar una vida exitosa, esa sociedad estará muriendo. En una escuela que acepta esos modelos, los hombres y mujeres de mañana aprenderán a ser egoístas, individualistas a todo valor o credo espiritual, no digamos trascendente.
En ese sentido, y sorprendentemente, la escuela rusa es más respetuosa con la identidad nacional, popular y espiritual, si la comparamos con Occidente. Durante la década que siguió a 1991 hubo una occidentalización que implicaba la sustitución de un materialismo –comunista- por otro –capitalista- pero las cosas han cambiado. George Soros gastó millones de dólares en promover la educación sexual a la occidental en Rusia, pero Putin detuvo completamente el proceso.
Hay que decir, ante todo, que el mismo Putin ha revalorizado también en los programas escolares y en la doctrina nacional el papel de la Iglesia y de sus valores, o la historia de la monarquía rusa incluyendo a Nicolás II, asesinado y hoy canonizado y rehabilitado. La actual ministra de Educación, Olga Vasilieva, ha introducido contenidos patrióticos, históricos, morales y religiosos que en los países de Europa Occidental hoy serían inimaginables.
La idea de Simone de Beauvoir de que “una no nace mujer, sino que se hace”, raíz de la ideología de género, no es para nada neutral. Va contra la evidencia biológica y social, porque no es la sociedad la que nos impone un “rol” sino que tales roles van unidos a una base genética y a una comunidad viva, si quiere seguir viva. La desaparición de los sexos y la ideología de género implican, tras la desaparición de la familia, el suicidio de la sociedad y, potencialmente, su sustitución por otra comunidad que conserve toda su fuerza humana.
Para Alexei Komov no es cuestión de discriminación injusta ni mucho menos de homofobia. Simplemente es que las ideas que se extienden a las familias y jóvenes son cruciales para la sociedad. Si aceptamos que todo es relativo, que no hay verdades absolutas más allá de un materialismo total. Dice que “un árbol se juzga por sus frutos” y por eso deduce que, por ejemplo, la tan loada y aséptica Finlandia, sin contenidos nacionales para los programas de estudios, por ejemplo, es el segundo país del mundo en suicidios juveniles, tras Estados Unidos. Y es que los jóvenes, como las sociedades, necesitan identidades y metas para que las vidas tengan sentido. Y la aceptación occidental de una cierta inmigración sólo puede calificarse de suicidio colectivo, de pérdida de la identidad ysustitución de culturas y poblaciones si se prefiere.
Al final, todo se resumen en ese problema: si sabemos quiénes somos y dónde vamos, si sabemos de dónde venimos y qué hace que vivamos, seguiremos vivos. Si aceptamos que se puede matar niños antes de nacer, que por simple comodidad se puede abortar o por simple capricho cambiar de sexo, si el pacer y la riqueza importan más que la Patria, la vida o la familia, sencillamente, moriremos como sociedad.
Por eso, pensando en Alexei Komov y sus ideas, es una fantástica noticia que la alcaldesa Ada Colau haya anunciado que está embarazada de muchas semanas. Si Colau, abortista, progresista y partidaria del ‘género’, dice que “es un niño”, está aceptando a la vez varias cosas de las que ha negado durante años… No es una parte de la madre, sino una persona; no es un ser indefinido, sino un niño varón –no una niña- definido por la genética; no es una casualidad, ni un grano, sino un sujeto de alegrías y de derechos. La Ley española, querida por gente como Colau, le permitiría matar a su hijo ahora mismo sin necesidad de justificarlo. Con Alexei Komov, recordamos que esa libertad de matar, como la indiferencia sobre las familias, como la materialización de la enseñanza y de la convivencia son sólo pasos hacia el suicidio. Un suicidio colectivo al que él, y muchos como él, se niegan.