Cuando alguien cae en las garras de una adicción, por devastadora que sea, quien más sufre el desgaste es el que se desvive por salvarlo. A menudo, al final, solo resiste la madre; siempre heroica, siempre madre. Y a falta de alguna inesperada sorpresa en las pruebas de paternidad, todo parece indicar que Feijóo no es la madre de Sánchez. Por eso me asalta la duda un día y otro: ¿qué hace intentando salvar al presidente de su adicción al cargo, al comunismo, al separatismo, y a toda la carroña marginal que pasea el Congreso, hoy con sueldo oficial, ayer con pasamontañas? Tal esfuerzo mastodóntico solo puede conducir a la más fría melancolía.
Sánchez es un yonqui. Es un adicto al poder. Los drogadictos roban hasta a sus propios hijos para comprar su dosis de heroína, y Sánchez hace lo mismo para conseguir unos meses más en La Moncloa. Ese empeño del líder del PP por rebuscar un PSOE responsable y constitucional encierra dos grandes errores. El primero, desconocer la naturaleza del yonqui, que es alguien incapaz de sensibilizarse ante apelaciones emocionales o nostálgicas. El segundo, dar por bueno -es más, dar por excelso- nada menos que el felipisimo, epicentro de toda corrupción y ruina.
La especialidad de los dirigentes del PSOE es empezar a decir cosas coherentes entre tres y cuatro años después de abandonar la vida política
No hay en la historia del PSOE un compromiso en beneficio de todos los españoles, ni tampoco una adhesión firme a la Constitución, salvo en contadísimos destellos individuales, y en momentos en los que los salvajes asesinatos de ETA empujaron a socialistas y populares a pactar, entre otras razones porque los ciudadanos no habrían entendido que no lo hicieran. Si aún quedaba algún brillo de sentido común en aquel PSOE, Zapatero se encargó de dinamitarlo, al más puro estilo de sus amigos etarras.
La especialidad de los dirigentes del PSOE es empezar a decir cosas coherentes entre tres y cuatro años después de abandonar la vida política. Hoy Alfonso Guerra parece un heroico defensor de la unidad nacional y Felipe González amaga con liderar una liga anticomunista, pero ni han movido un dedo por frenar la deriva esquizofrénica de su partido, ni sus trayectorias políticas merecen condecoración alguna de la derecha, que tras los GAL, Roldán y la corrupción al por mayor les pateó el culo al feliz grito de “¡Váyase, señor González!”; un PP, aquel, el de la mayoría absoluta, del que aún se podía presumir pero del que inexplicablemente los líderes populares reniegan cada día. Resulta casi cómico que escuchemos más palabras de Feijóo alabando a González que a Aznar.
Pero esta semana los esfuerzos melancólicos de Feijóo por rescatar al yonqui han concluido en delirio total. En pleno arrobo pasional por inventarse un PSOE diferente a su actual deriva comunista, el líder popular, en sorprendentes declaraciones, ha intentado canonizar a su fundador, Pablo Iglesias Posse, a base de contraponerlo con el de Podemos.
Feijóo ha lavado la cara a un marxista cuya forma preferida de política era la violencia
Las comparaciones son odiosas. Especialmente ésta, porque si algo caracteriza a ambos Iglesias es el odio. El odio a España, a la democracia, y a la libertad. Tratando de mentarle a la madre al yonqui para ablandar su corazón, Feijóo ha lavado la cara a un marxista cuya forma preferida de política era la violencia. “Queremos la muerte de la Iglesia, cooperadora de la explotación de la burguesía», decía el angelito en 1902, “no combatimos a los frailes para ensalzar a los curas. Nada de medias tintas. Queremos que desaparezcan los unos y los otros”.
Y en célebre sesión en el Congreso, la del 7 de julio de 1910, gran hito del PSOE no rescatable, Iglesias Posse amenazó de muerte al líder del partido conservador, Antonio Maura: “Hemos llegado al extremo de considerar de que antes que Su Señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal”. El presidente de las Cortes, el Conde de Romanones, pidió entonces al socialista que rectificara su amenaza, a lo que el líder del PSOE —cien años de honradez y mis cojones 33— se negó. Maura, a propósito, sufrió un atentado doce días después, del que logró salir con vida tras ser tiroteado por un lerrouxista en una estación de tren. El Socialista, revista oficial del partido, se cachondeó del intento de asesinato, mientras que el magnánimo Iglesias Posse se negó a condenarlo.
Que yo igual no tengo ni idea de nada, pero no sé, no sé si es una idea brillante apelar al espíritu ejemplar y responsable de Pablo Iglesias Posse siendo el líder de un partido conservador que aspira a subir al poder.