«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.
Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.

Salvemos al estudiante varón

1 de junio de 2023

Dice el Global Gender Gap Index que España es el país 17 (de 141) en «igualdad de género» del mundo. No es una mala posición, pero no hay motivos para relajarse: hay aspectos todavía que mejorar, y no sólo los más evidentes, como reducir el número de mujeres asesinadas por sus parejas, sino también equilibrar el tiempo invertido en tareas domésticas —no mediante una estúpida app gubernamental, por descontado—, invertir la creciente sexualización de las mujeres o acabar con los prejuicios y el modelo de liderazgo que todavía las alejan de los puestos de mando de las organizaciones. Debemos hacerlo y vamos a hacerlo, a pesar de la interesada e irresponsable instrumentalización del asunto por parte de algunos partidos que, gracias a Dios, ya están siendo retribuidos en las urnas como se merecen y pronto fundirán en negro. El español es un pueblo bastante más cabal que lo que algunos politicastros/as suponen.

Hay, sin embargo, en ese proyecto de igualdad un punto ciego, un nuevo factor de signo contrario: en su adolescencia, los jóvenes españoles están siendo diezmados. La principal causa de este efecto tiene que ver con la maduración de los varones, que, como es notorio, ocurre más tarde que en las chicas. Eso, que siempre ha ocurrido, ocurre ahora más que nunca y tiene en nuestra era consecuencias especialmente adversas.

Digamos para empezar que la maduración de ambos sexos se está retrasando; la adolescencia cada vez empieza antes y acaba más tarde. Se adelantan la menarquia y la pubertad y el cerebro cuaja de media a edades en las que el ser humano solía tener ya una nutrida familia y media vida de trabajo. Las razones son tanto biológicas como culturales, y no son todas negativas, porque inmadurez quiere también decir plasticidad y capacidad adaptativa. En cuanto a la biología, tiene que ver con la exposición a la luz y la calidad de la dieta, entre otros factores; en cuanto a la cultura, con las dinámicas sociales, las exigencias del mercado de trabajo o la sobreprotección familiar. El resultado es que en términos madurativos una persona de 18 años de hoy es como una de 15 de hace 40 años, aproximadamente. No es un cálculo científico, sino una percepción que es fruto de muchas observaciones, algunas propias y muchas ajenas.

El problema para los chavales es que esa maduración retrasada los está triturando en la adolescencia en general y en la educación en particular. Las cifras no ofrecen lugar a dudas. Las de abandono temprano son del 9,7% mujeres y el 16,7% en hombres; la brecha se ensancha año tras año. En 2021, el 55,7% de los universitarios eran mujeres. Las mejores notas en selectividad y los mejores expedientes los obtienen ellas. Puesto que no existen diferencias de inteligencia entre los sexos, la razón principal está en el diferencial de madurez de los y las estudiantes.

Cuando te falta madurez, eres más susceptible de perder la concentración, de tomar peores decisiones con el alcohol y las drogas —a edades cuyas secuelas serán peores— y de que estraguen tu atención los dispositivos desatencionales. También eres más susceptible de caer en comportamientos destructivos como el consumo masivo de pornografía, y, por supuesto, de cometer el peor error de todos, el suicidio. Según la última estadística del INE, de los 309 suicidios registrados en personas entre los 15 y los 29 años, nada menos que 235 fueron hombres.

Es una experiencia común a muchos de quienes enseñamos en la educación superior que, especialmente en los primeros años, esa diferencia en clase sea más que llamativa. Seré breve: a veces parecen especies distintas. El diferencial de nota media suele estar en torno a dos puntos (sobre 10). Atienden bastante más en clase, hacen mejor los exámenes, tienen la cabeza más en su sitio. Claro que hay excepciones; pero la tendencia general es esa. Y ahora viene la pregunta: ahora que hemos superado el viejo precepto machista de que a las mujeres se les daban peor según qué cosas por ser intelectual y/o moralmente inferiores, ¿vamos a volver a lo más rancio de la desigualdad y culpar a los chicos de este atraso respecto a las chicas? ¿Diremos que es porque el varón es más gandul y peor persona que no se esfuerza y que está quedándose atrás en los estudios? ¿Puede haber algo más antifeminista que eso? El feminismo, digan lo que digan quienes han ensuciado su nombre desde la machista radicalidad queer y los Ministerios, es un proyecto de igualdad de oportunidades para ambos sexos; si no lo remediamos, esta nueva vía de agua va a alejarnos de ese objetivo en los próximos años.

Viene también a cuento hablar de la conveniencia de separar los sexos en la educación secundaria. «Educación segregada» la llaman quienes andan en guerras que ya no existen, bajo la absurda premisa de que «perpetúa los estereotipos sexuales» (en la era de Onlyfans o la panpornografía estamos todavía con esto) o que es elitista (cuando algunas de sus experiencias, por ejemplo, en el neoyorquino Bronx, son en barrios marginales) o, la mejor, que «discrimina por sexos». Pues bien, de hacer esto, lo haría en el mejor sentido: colocando a cerebros en igual condición de maduración entre iguales. Es un modelo que puede discutirse, y que seguramente es difícilmente universalizable, pero por todo lo aquí expuesto también merece ser tomado en serio.

Decía Gloria Steinem que es feminista quien reconoce la igualdad y la plena humanidad de mujeres y hombres. Ambos sexos debemos trabajar también para que los chicos no vayan al furgón de cola del conocimiento, porque la economía que va a quedarnos con el tiempo va a ser en gran medida una economía del conocimiento, y eso sería condenar a la mitad de la población a los peores salarios. Mujeres y hombres hemos de luchar juntos para que el sexo de nacimiento no condicione las opciones de nadie en cuanto a acceder a una vida justa y buena. Para eso tendremos que añadir a las batallas de siempre esta nueva contienda que los tiempos y la tecnología y nuestras derivas sociales nos plantea.

.
Fondo newsletter