«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Sánchez en el osario

8 de abril de 2024

Recién aterrizado, apenas repuesto de las genuflexiones hechas ante unos nada democráticos, más bien teocráticos, señores, el presidente del Gobierno se dirigió al Valle de los Caídos, hoy únicamente Cuelgamuros, para protagonizar un publirreportaje digno del NO-DO. Un traveling nos permitió contemplar el habitual tumbao de Sánchez sobre la explanada que da acceso a la cripta. Ni un plano de la molesta cruz. Ni uno de la Piedad de Ábalos atacada por la erosión y la desidia. En la España que todavía sigue siendo, siquiera, procesionalmente católica, el Valle de los Caídos es también un problema de difícil resolución para la derecha que se dice centro. Al cabo, el qué dirán sigue pesando en Génova.

Como en tantas ocasiones, de la manga del doctor salió el naipe más socorrido, el comodín con la cara del general ferrolano. Era preciso recurrir a esa carta, pues otras cartas, las pertenecientes al género epistolar, han puesto contra las cuerdas al socio de Bildu, al benefactor de Puigdemont. Su autora, nada menos que la limosnera Begoña Gómez, esposa de Sánchez, que, según la prensa a la que ahora amenaza, apoyó con su firma y rúbrica a una serie de empresas en dos licitaciones públicas. En esa tesitura, ¿qué mejor que enfundarse un mono blanco y, con gesto grave, dar continuidad a la ardorosa lucha contra el irredento franquismo?

Bien sabe Sánchez de los réditos electorales que las leyes de Zapatero, la mal llamada de Memoria Histórica, con su ampliación en forma de Memoria Democrática, brinda al PSOE. De ahí que a la menor ocasión se remuevan huesos y se repita la falacia de que España es, después de Camboya, el país con mayor número de fosas. La verdad garzoniana decía en 2008 que en nuestras cunetas había 114.226 cuerpos. Sin embargo, en 2019, de las 785 fosas excavadas, tan sólo se habían recuperado restos humanos pertenecientes a 9.698 individuos. La disparidad en las cifras recuerda a los cálculos, puramente propagandísticos, ofrecidos por Juan Antonio Llorente, a propósito de la Inquisición.

Casi dos décadas después de su puesta en marcha, el constructo ideológico memorialista elaborado por un subproducto del tardofranquismo llamado PSOE, sigue siendo útil para quienes nunca tuvieron el menor interés en abordar con rigor el tiempo pasado. Para quienes únicamente, pues son rabiosamente posmodernos, buscan la elaboración de un simplificador y maniqueo relato que impulsó a muchos a escarbar en sus raíces para hallar o para ocultar. Muchos de ellos, militantes del PSOE, capaces de renegar de su propio árbol genealógico. Dos décadas después de su puesta en circulación, la apelación a tan particular memoria sigue ofreciendo dividendos y Sánchez es consciente de ello. De ahí la tétrica performance que protagonizó, entre batas blancas y restos humanos que no encajan en el infantil discurso repleto de grandilocuencia y anacronismos que da cuerpo a una ley que ofrece una verdad oficial.

A la empresa con sede en Ferraz se debe el producto memorialista. Sin embargo, su llegada y mantenimiento dentro del mercado partitocrático hubiera sido imposible si el 20 de noviembre de 2002 Aznar no hubiera condenado —¿en calidad de juez de la Historia?— el franquismo; o si Rajoy hubiera derogado la Memoria Histórica, tal y como prometió en su día. Sánchez, en fin, tampoco hubiera podido darse tan cinematográfico paseíllo si Ayuso hubiera declarado BIC el Valle de los Caídos.

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