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Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.
Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.

¡Sánchez, Sánchez, Sánchez!

16 de julio de 2022

Una de las obsesiones y paradojas del socialismo moderno es el afán de sus líderes de consolidar sus mandatos en un fenómeno sociológico. Al igual que hizo Felipe González con el “Felipismo”, Pedro Sánchez pretende establecer un «sanchismo» sociológico que, en su caso, resulta patético. Los paralelismos con el régimen de Franco son claros.

González parecía ir bien encaminado para crear algo parecido a un régimen hegemónico que gobernara España durante generaciones, un régimen socialdemócrata al estilo escandinavo pero en torno a su persona. Pero las circunstancias y su forma de gobernar lo llevaron a una derrota -por la mínima, todo hay que decirlo- frente a Aznar. 

El «sanchismo» sociológico que se trata de imponer está basado en una versión cañí del “wokismo”, la ecología y la revisión histórica para ahondar en la división de los españoles

Además, hay que recordar que el final del «Felipismo» fue casi trágico. España tenía, con respecto a la UE, todos los indicadores en negativo y mucho: paro, finanzas públicas, fracaso escolar… Incluso era -y se usaba como indicador entonces- el país con más incidencia de SIDA o drogas de la UE. Vivíamos entonces una profunda crisis social y económica. Pero reiteramos que Felipe González perdió por la mínima las elecciones generales, aunque el PSOE se había ido dejando con anterioridad a la derrota final importantes cuotas de poder territorial. 

González, y quizás sea ésta la razón por la que incluso lo echamos de menos, abandonó la presidencia del Gobierno con un gran sentido de la dignidad pese a que España estaba en una situación muy difícil y con problemas inminentes y muy complicados de resolver, como eran el pago de las pensiones o la integración de España en el Euro.

El final de Sánchez no parece que vaya a ser trágico, sino más bien grotesco

El final de Sánchez no parece que vaya a ser trágico, sino más bien grotesco. Si Felipe perdió importantes cuotas de poder, no hizo a su partido soportar la humillación que esta sufriendo el PSOE en las recientes elecciones autonómicas donde incluso ha perdido en la hasta ahora inexpugnable Andalucía. El Gobierno de Felipe González estaba muy desgastado, pero no era objeto de chanzas y abucheos constantes. A día de hoy no hay un solo miembro del Gobierno, empezando por su presidente, que pueda pisar la calle con normalidad.

El «sanchismo» sociológico que trata de imponer nuestro actual presidente está basado en una versión cañí del “wokismo”, la ecología y la revisión histórica para ahondar en la división de los españoles (las manidas dos Españas) que ya no se cree nadie. Este último punto requiere de cierta elaboración, pues es patético que se pretenda el blanqueamiento histórico de la ETA, aún con muchas heridas abiertas. O considerar que el franquismo acaba un año después de iniciado el Gobierno de Felipe González. El colmo de la estupidez es la pretensión de querer demoler un monumento como es la cruz del Valle de los Caídos.   

Sánchez utiliza las instituciones de manera autoritaria y haciendo trampas. Cualquier cosa vale para alargar su Gobierno. El descrédito es apabullante

El problema del planteamiento es que si bien el franquismo sociológico, que tanto fascina a Sánchez y sus ministros -es obsesiva la pasión que tienen por Franco casi cincuenta años después de su muerte- fue muy mayoritario digan lo que digan, los planteamientos socialistas, por el contrario, son minoritarios y, de hecho, no satisfacen, a la vista de la deserción en masa que están viviendo, ni siquiera a muchos de sus votantes. Tampoco a quienes les apoyan, como es el caso de los independentistas o la extrema izquierda, que parece que se dejan arrastrar por un puro interés coyuntural. 

Sorprende el nulo sentido de Estado que tiene el socialismo de Pedro Sánchez. Utiliza las instituciones de manera autoritaria y haciendo trampas. Cualquier cosa vale para alargar su Gobierno, aunque lo vista de la gravedad y soberbia habitual. El descrédito es apabullante. Esperemos que en la próxima campaña electoral uno de los ejes sea el fortalecimiento -o la reconstrucción, según el caso- de nuestras instituciones democráticas zarandeadas por Sánchez y sus secuaces. También esperamos que la previsible derrota electoral haga madurar al PSOE y sirva de definitiva terapia para acabar con sus obsesiones e imitaciones franquistas. Para muchos españoles, con las valoraciones que tenga cada uno, el régimen de Franco es historia hace mucho tiempo.

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