Señoras y señores, que nadie tenga el menor desvelo acerca del futuro de la literatura española: Sánchez ha escrito otro libro. Esa aportación viene a llenar un hueco y ya veremos dónde ponemos el perchero que iba en el hueco, pero todo sea por la gloria de las letras patrias. Nuestro amado presidente, que se sabe superior a Galdós, Baroja o Marcial Lafuente Estefanía, pretende echar su cuarto a espadas en materia de escribidor. Ah, con qué ilusión presentó el otro día su gigantesca y ebúrnea obra junto a otro literato e intelectual de prestigio, Jorge Javier Vázquez. El público, contagiado por tamaña reunión de talentos, se estremecía de pura admiración, no influyendo para nada en los enfebrecidos vítores el hecho de que todos fuesen ministros, cargos públicos u orgánicos. El presidente estuvo genial, como siempre, mientras desgranaba los diferentes elementos que incluye ese estupendo pliego de coplas de ciego que ha salido de su imaginación o de otro, que no vamos a andarnos con chiquitas habiendo señoras altas.
Ah, pero no crean que todo fue gozo, algazara y refocile librero, nada más lejos de eso. Se dijeron cosas importantísimas, se cruzaron argumentos que para sí hubieran querido los enciclopedistas franceses o los filósofos griegos. Tal fue el nivel de la discusión filosófica que muchos de los asistentes tuvieron que ser atendidos por los servicios médicos por sufrir el síndrome de Stendhal al no poder resistir tanta belleza de palabras. El presidente, que vestía un traje de color azul funda de Iberia de los años setenta, demostró una vez más ante la derecha, la extrema derecha y la derecha literaria que nadie como el para cruzar y descruzar las piernas o los límites constitucionales.
Lógicamente, las masas proletarias han desbordado librerías y máquinas de expender bebidas sin anhídrido carbónico para adquirir ese monumento de egregia sabiduría. Tal ha sido el éxito que se han agotado ya tres ediciones y, de paso, los españoles, que llevan agotados desde el momento en que Sánchez accedió al cargo. Si será enorme el tremendo suceso del libro que Pérez Reverte ha anunciado que deja de escribir, metiéndose a cartujo. «Yo es que con tamaña competencia no puedo», ha dicho el cartagenero, cediéndole a Sánchez la silla de la Academia y un cojín del que se sirve el ilustre escritor por aquello de la comodidad. Sánchez ya ha dicho que al igual que ha hecho con el poder judicial desea colocar a gente de su confianza en el asunto de los libros. Bolaños tiene el encargo de escribir los libros de varios autores y la ministra Montero se ocuparía de revivir las obras de los Álvarez Quintero, Cecilia Böhl de Faber y Álvaro de la Iglesia. A Pemán lo han dejado vacante, pero se especula con que en los próximos días se anuncie que don Óscar Puente pueda tomar el relevo del autor de El divino impaciente. Ahí es nada, que venga Abascal y lo supere.
Ciertamente, vivimos un renacer del Siglo de Oro y debemos dar gracias a Dios.
