Bien, esto es serio: el presidente electo ha ofrecido el cargo de Fiscal General a Jeff Sessions. Que me perdone doña Consuelo Madrigal, pero la equivalencia se pierde al traducirla. Recuérdese que fue el cargo que JFK dio a su hermano Bobby.
Y se lo ha dado, repito, al senador por Alabama Jeff Sessions. ¿Recuerdan que les dije que no hay que tomarse demasiado en serio lo que haga Trump hasta que tenga todo bajo control, allá por principios de abril, que es probable que ahora se centre más bien en tranquilizar al personal? Bueno, pues este nombramiento es para que me replantee mi propia tesis.
«Sessions es una reliquia de una era vergonzosa que sé que americanos negros y blancos creían superada para siempre», declaró en 1986 el difunto senador Ted Kennedy. «Me parece inconcebible que una persona de su calaña esté cualificado para ser un abogado estadounidense, no digamos un juez federal». ¿Ven ahora lo que quiero decir?
Sessions fue uno de los primeros -y de los pocos- republicanos en pronunciarse por Trump, y si algo se cuenta del magnate es que nunca deja de premiar la lealtad igual que no olvida las traiciones. De hecho, Sessions llevaría ya meses trabajando con Trump en sus planes sobre inmigración, terrorismo y política comercial. Su nombre sonaba también para Defensa.
Pero vamos a lo importante: el nombramiento de Sessions es un mensaje obvio y doble a los popes de la opinión política norteamericana y mundial. Primero: esto va en serio, no va a ser otra Administración republicana al uso, tan parecida a cualquier Administración demócrata. El cambio es real. Y segundo: nos trae absolutamente sin cuidado vuestra opinión. Vuestro imperio ha terminado.
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