Define así el Urban Dictionary qué es un Shit Circus: «Cuando alguien está hasta arriba de problemas y no para, a su vez, de causar problemas en cualquier sitio». Pues literal, oiga: eso está siendo, de principio a fin, la XV Legislatura que lleva con puño de hierro —oxidado y cortante— el señor Sánchez. Si buscan la citada expresión en las imágenes de Google verán que la que más se repite es un sticker de vinilo que sobre el fondo de un circo a listas azules coronado con una bandera muestra este mensaje: «Olvídese del espectáculo de mierda. Lo que tenemos aquí es un circo de mierda de tres pistas»; la pegatina está lista para rotular los coches oficiales de los actuales ministros si de decir la verdad se tratase.
Pero de eso no se trata nunca, claro.
Este gobierno de mentirijilla ha conseguido sacar adelante menos de treinta leyes en el primer año y medio de legislatura. De dieciséis proyectos de ley remitidos al Congreso, sÓlo ha logrado que se aprueben dos. Al ser enfrentado a estos datos, el expresidente Zapatero —la quintaesencia de la sinvergonzonería política— sostuvo que la legislatura «estaba funcionando». Y no se equivocaba, porque con Sánchez y sus secuaces y sus palmeros (valga la redundancia) siempre se trata de esto: de ocupar el poder, de gobernar nunca. Hubo un tiempo en que la debilidad o fortaleza del Ejecutivo se evaluaba por lo que caracteriza a la democracia: su apoyo parlamentario. Incluso creo recordar haber oído a uno de los avatares del presidente afirmar que esa es la esencia de nuestra democracia, forjar una mayoría parlamentaria; naturalmente, lo dijo cuando se trataba de negar que debía gobernar el partido más votado. Ahora está ya en otra pantalla; él siempre está tres o cuatro más adelante de aquella en la que juegan la inmensa mayoría de los españoles: la de la cruda realidad, con sus deberes y compromisos.
Todo es una puesta en escena: el momento histórico no importa. Si se desata una tormenta geopolítica que exige un giro presupuestario o cuanto menos un acuerdo de los dos partidos más votados, se juega con la contabilidad —ni eso: con el nombre de las partidas— con tal de no mostrar que se está de acuerdo en algo con los rivales. Si son los socios los que ponen zancadillas, la cosa ni se comenta y se culpa una vez más al de enfrente. Nada resta y nada desgasta, todo es relato; si para lo del apagón nos piden meses para explicarse es para intentar que nos olvidemos. La música suena sin parar en la pista central —los violines de los sueldazos, las prebendas y el regar a la parroquia con el dinero de todos—, y cada vez que una fiera irrumpe en escena (el paro sube en casi doscientas mil personas hasta marzo, su mayor alza desde 2013, y se destruyen casi cien mil empleos, quedando los hogares con todos sus miembros en paro en un terrible 6%) saltan a escena unos cuantos payasos.
De lo que se trata es de ir tapando escándalos con escandaleras nuevas. La estrategia es instalar un estatus abrumante en el que el ciudadano ya no tenga tiempo de contestar a una barbaridad anterior porque la atropelló la siguiente. Abracadabra, pata de cabra, dónde está la bolita, etcétera: inaugurado el circo en julio de 2023, la cuestión es abrir, cada semana, una nueva pista. Un día es discutir la presunción de inocencia y el otro hablar de pseudouniversidades, sin importar una higa que el mismísimo presidente que clama se doctorase —es un decir— en una de ellas: el caso es enmierdarlo todo. Entremedias, barro en la cara para los españoles: todos los medios no afines son pseudomedios, todos los jueces que investigan donde no deben, fachosfera.
Gobernar no está ni siquiera en la hoja de ruta. Se va a acabar la legislatura sin un solo presupuesto, y dudoso será que haya un solo debate sobre el estado de la nación. Se promulgarán un par de leyes y un puñado de decretos-ley de chichinabo. Se seguirá sin responder a ningún parlamentario o periodista las preguntas acuciantes: seguirá la orgía de propaganda, sin siquiera disimular que se ha hecho del Estado una extensión del partido. No importa en absoluto, no ocurrirá nada, y la culpa, nos guste o no reconocerlo, es nuestra: no solo de quienes, votantes acríticos, aplauden por lo bajini y seguirán extendiendo a este engendro cheques en blanco; también de los demás, que ni gritamos lo suficiente ni nos manifestamos casi nunca, desactivados por los hashtags y los memes. Efectivamente, la historia sabrá juzgar este despropósito; pero para entonces será tarde para muchos y habremos tirado a la basura estos preciosos años.
Hemos abusado de la inacción y ya lo hemos pagado demasiado caro. Sencillamente no nos podemos permitir más circo de mierda, porque el mundo circula a una velocidad sideral mientras nosotros seguimos enfangados. Hay que exigir a toda hora que quien gobierna cumpla sus obligaciones básicas y tenemos que desacostumbrarnos a la mayor brevedad a la política-espectáculo. La sociedad civil ha de sacudirse la fatalidad que la acogota y exigir un gobierno que gobierne. Este país sí tiene remedio. La imaginación colectiva ha de moverse hacia el polo de las soluciones; tenemos que empezar a mover las piernas. «Pensamos demasiado en nuestra debilidad y acabamos por padecerla», decía Benito Pérez Galdós en el prólogo que escribió a La Regenta. «No sería malo suspender la crítica negativa, dedicándonos todos, aunque ello parezca extraño, a infundir ánimos al enfermo, diciéndole: “Tu debilidad no es más que pereza, y tu anemia proviene de del sedentarismo. Levántate y anda, tu naturaleza es fuerte: el miedo la engaña”».
Quien no tiene la legitimidad —que no es la legalidad: hay que ir más allá de la primera acepción del término— no puede arrastrar a un país a la parálisis en un momento tan difícil de su devenir histórico. Ni siquiera es sano disfrutar con su progresivo hundimiento, como tantos hacen, porque es el de todos. Nada de «disfruten lo votado», el irresponsable Schadenfreude en lo político de los hispanos: que pase el siguiente y que podamos mirar al futuro con valor y esperanza. Sin duda los españoles lo merecemos.