“He conocido la banca, las relaciones entre las distintas instituciones financieras, el poder real que el sector financiero español ejerce sobre el tejido industrial, las relaciones entre el mundo bancario y el poder político, las organizaciones empresariales y sus líderes, los sindicatos y los suyos, el subsuelo de los medios de comunicación social y muchas cosas más que, a mis cuarenta y cinco años, constituyen un acervo de experiencia personal indudable, que convierte estos años vividos, a pesar del enorme coste que han tenido, en una magnífica inversión en el terreno humano y personal. Pero sobre todo y por encima de todo, he aprendido, he vivido y he sufrido el funcionamiento de un esquema de poder que sintetizo con la expresión «el Sistema». Mi aproximación al mismo ha sido lenta, constante, diaria, con multiplicidad de experiencias objetivas, de análisis de las personas que lo integran, de los principios básicos de su conducta, de sus ramificaciones profundas en distintos ámbitos y de su funcionamiento acompasado, inexorable, con un manejo adecuado de los tiempos y con una voluntad de supervivencia hasta límites insospechados. Este libro es un intento de explicar estas experiencias. Primero, en una formulación teórica más o menos abstracta que permita comprender cómo se forma y funciona ese Sistema”
Estas palabras están transcritas de la Introducción a mi libro “El Sistema. Mi experiencia del poder” escrito y publicado —no sin ciertas “incidencias”— en 1994. Con cierta frecuencia regreso a sus páginas, y no por algún prurito de soberbia o sentimiento de genética similar, sino, sencilla y llanamente, porque lo escrito hace veinte años tiene desgraciadamente actualidad. Hoy, después de vernos vapuleados por incontables casos de corrupción política, nos sentimos asolados por lo ocurrido con las tarjetas opacas de Caja Madrid. Es un episodio brutal. Pero que nadie se rasgue vestiduras. El Sistema es ante todo un modo de entender el poder y las relaciones de ese sistema de poder con la sociedad civil, en el que unas cuantas personas se han considerados “dueños” –en sentido estricto— del poder y sus derivadas, entre ellas, obviamente , la utilización del dinero que desde la sociedad llega a las estructuras de poder —variadas— que ellos controlan y dominan. Y a esa conciencia de «propiedad» suman la constatación del dominio de los mecanismos que les garantizan la «impunidad». Y esto que escribo hoy ya lo dejé dicho en ese libro. Vuelvo a transcribir
Entiendo por «Sistema» un modo de organizarse las relaciones reales de poder en el seno de la sociedad española. Insisto en el término relaciones reales de poder, con el que pretendo referirme no al modo teórico de organizarse un esquema de poder, sino al efectivo, al auténticamente vivido, que sólo es deducible de manera empírica a través del análisis y constatación de su comportamiento. Dicho quizá de forma más clara: no importa sólo cómo se definen en un texto constitucional las libertades formales de las que disponen los grupos que constituyen una sociedad. Lo que realmente interesa analizar es si en el ejercicio de esas libertades formales se aprecia la existencia de factores que distorsionan el principio formulado constitucionalmente.
¿Dónde situaríamos al Sistema? En mi opinión, su representación gráfica sería un círculo secante del Estado y la sociedad, de tal forma que absorbería la parte más importante de cada uno de ellos: poder económico privado y mediático, por lo que respecta a la sociedad, y poder político-económico, por lo que se refiere al Estado. Como en ese esquema los partidos políticos seguirían siendo un círculo secante al Estado, la alteración del poder en estos últimos no afectaría para nada al Sistema.
¿Acaso hoy cabe albergar duda seria acerca de lo escrito? El expolio de las cajas de ahorro, por ejemplo, es el mejor exponente de como funciona el Sistema en su modos de entender el poder. Primero, en base o con base en la pertenencia a los partidos políticos se instalan en los consejos de Administración de esa parte tan esencial del sistema financiero, que, además, ejecutaba una Obra Social de cuya importancia nos daremos cuenta cuando sintamos los efectos de su desaparición. Instalados en esos consejos, se sienten dueños, por ser “representantes de la soberanía popular”, lo cual, visto lo visto, se convierte en una broma dramática. A partir de ahí comienza el festín. Y la sociedad española, embobada, absorta en otros menesteres, controlada por los medios de comunicación social, carente de personalidad propia, domesticada, con impenitente vocación de súbdito, instalada en la mediocridad, acepta las mentiras convertidas en consignas democráticas expelidas desde esos centros.
Me di cuenta de todo esto y traté de sentar la bases para que, al menos, la sociedad despertara y fuera consciente de que estaba cometiendo el pecado de la comisión por omisión. Por eso escribí:
He tratado de razonar acerca del porqué del nacimiento de ese Sistema que se superpone a los partidos políticos y que se convierte en una estructura de poder autónoma, capaz de superar la alternancia en el poder de distintos gobiernos. Ese es el dato importante. He intentado desvelar las causas por las que surge. Nos hemos dotado a nosotros mismos de un modelo democrático que ya nació viejo y que la vitalidad de la propia sociedad civil ha envejecido mucho más.
Tomemos conciencia de esta realidad, porque, insisto, los modos de pensar acaban traduciéndose en modos de comportamiento. Los españoles tenemos la oportunidad de abordar el problema con serenidad, pero sin dilatarlo excesivamente en el tiempo. Ha llegado la hora de que la sociedad civil asuma su protagonismo. Es posible que los políticos no quieran abordar este problema. Pero ello no nos exime, en cuanto miembros de la sociedad civil, de manifestar su existencia y de buscar los medios para solventarlo. Lo que ocurre es que la experiencia dicta que este tipo de reformas siempre deben hacerse desde arriba, desde el propio poder.
Veinte años… Lo he dicho mil veces: la esencia de la decadencia es convertir a lo conveniente en la premisa mayor de toda conducta. Nadie escucha lo que no le conviene. La verdad es inerte si tropieza contra emociones e intereses. Por eso no nos rasguemos demasiado las vestiduras. Lo que hoy vemos estaba denunciado y escrito hace veinte años. Tenemos lo que hemos querido tener. Porque, entre otras cosas, nadie ha estado dispuesto seriamente a luchar contra ese sistema de poder. Quizás por miedo a su inmenso poder…Y lo que mas divertía a los mediocres, miserables y estómagos agradecidos, era denunciar y encarcelar al mensajero. Por eso hoy la cosas están como están. Por eso ya nadie les cree, pero la sociedad sigue sin capacidad de reacción y sucede que el voto de la indignación se desparrama en torno a una plataforma populista, de doctrinas que en muchos casos son solo el pasado del pasado, pero que es percibida nítidamente como los únicos que sinceramente quieren el cambio de ese modo de poder. Y eso parece primar sobre cualquier otra consideración. Lo hemos provocado todos a base de cobardía encubierta en las falsedades de la “ortodoxia”, que llevaba a muchos a esa miserable actitud de mirar para otro lado. Claro que siendo sinceros, unos lo han provocado muchos mas que otros. El desplome moral de la élites ha acabado inundando a buena parte de la sociedad. Sobre ese asunto estoy pergeñando un libro. Veremos si lo concluyo.