Ante la mayor catástrofe natural del siglo, el máximo responsable del poder ejecutivo declara, solemne: «Si necesitan ayuda, que la pidan». Eso es lo que se llama vocación de servicio, ¿verdad? «Es nuestro momento», anota en sus apuntes la ministra de Igualdad para orientar a su gabinete sobre cómo aprovechar la tragedia. La oposición, no obstante, canta en otro registro: «El Estado de las Autonomías ha funcionado», se congratula Feijoo con sincero alborozo. Pero siempre cabe una nota demencial sobre la desfachatez, un «más demente todavía»: va Sánchez y sugiere que el pueblo salga a los balcones a aplaudir a los «servidores públicos». Hay más de doscientos muertos. Es muy probable que la cifra final ronde los trescientos. Hay más de 150.000 viviendas y alrededor de 100.000 vehículos afectados. Todo el mundo ha visto que todo ha fallado. Pero los responsables públicos se felicitan por el funcionamiento del Estado autonómico e incluso hay quien considera que «este es nuestro momento». Y piden aplausos. ¿Qué carajo tiene esta gente en la cabeza? ¿En qué piensan? Son como marcianos. Viven en otro mundo. Les importamos un bledo. Son marcianos y nos quieren devorar.
El marciano jefe es, evidentemente, el presidente del Gobierno, al que la ley faculta para intervenir en caso de catástrofe, pero deliberadamente se mantuvo quieto («si necesitan ayuda, que la pidan»). Luego están los marcianitos. Los mecanismos de emergencias del Estado, que existen y están adecuadamente reglamentados, descansan fundamentalmente sobre tres ministerios: Transición Ecológica (con perdón), Interior y Defensa. Los tres han dado muestra de una incompetencia supina, como si estuvieran pendientes de otras cosas. De hecho lo estuvieron, porque tenían constancia de los avisos e incluso reunieron un comité, pero no movieron un dedo. La ministra Ribera estaba (y ha seguido) en Bruselas, a ver si Úrsula la nombra comisaria. Las unidades militares entrenadas para afrontar emergencias, según su impagable jefe, sólo pueden actuar si se lo pide el poder local (no es estrictamente verdad, pero el argumento mantiene la corrección política). En cuanto al poder local, que es el autonómico, baste señalar que perdió un tiempo considerable en discutir si el mensaje de alerta a los ciudadanos se escribía en español o en valenciano. Digamos de paso que unos meses antes, cuando se rompió la coalición de gobierno PP-VOX, el PP prescindió de los técnicos que VOX había puesto en la gestión de las emergencias y los sustituyó por personajes escogidos por razones estrictamente partidistas. Marcianos.
¿Más? Con la tragedia desatada y España de luto, la mayoría gubernamental aprovecha el desconcierto para asaltar el consejo de la radiotelevisión pública mientras en Requena, una de las localidades afectadas por la catástrofe, los socialistas sacan partido del caos y se apoderan del ayuntamiento cuando la ciudad aún nadaba en barro. En Valencia, la gente tiene que lanzarse a la calle para tratar de paliar el desastre pero el poder, inmóvil, se enreda en discusiones sobre a quién corresponde tal o cual competencia. El Gobierno de la nación se abstiene de cualquier medida de urgencia y la responsable local de Interior, portentosa señora, les dice a los familiares de los muertos que se queden en su casa, que es donde mejor están, no vayan a estorbar. Pasa un día, pasa otro, pasan seis, siete, ocho días y todo sigue manga por hombro. El separatismo catalán aprovecha la jugada y empieza a mover sus peones para agitar la calle y poner la catástrofe al servicio de su proyecto de engullir la comunidad valenciana. Nadie les vio quitando barro en las calles, pero han tardado poco en intentar manipular la cólera popular. El partido gobernante (el PSOE), al que tampoco vio nadie en el barro, dedica miles de euros a «acariciar» las redes sociales para orientar la opinión contra el gobierno valenciano porque es del PP. Y el jefe del PP, el mismo que contra toda evidencia sostiene que el Estado de las Autonomías ha funcionado, subraya la solidaridad entre las comunidades autónomas gobernadas por el PP, como si los miles de voluntarios venidos de todas partes para echar una mano en Valencia hubieran acudido con el logo de su taifa en la frente. Marcianos. Puñeteros marcianos.
Nunca había quedado tan manifiesta la fosa que separa a la elite gobernante (lo cual, por cierto, incluye a los medios de comunicación mayoritarios) y al pueblo, a esa gente que ha ayudado con sus brazos o con comida o con ropa por un elemental movimiento de solidaridad nacional. La frase «sólo el pueblo salva al pueblo» se ha convertido en el lema de estas semanas. No es exactamente verdad, pero refleja una situación bien real: un pueblo que se siente abandonado por esos que deberían estar a su servicio. Porque son como marcianos. Y ya hemos visto que nos quieren devorar. Hay que echar a esta gente cuanto antes. A toda.