«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El Titanic de Aznar

14 de noviembre de 2013

Al final lo del Prestige parece que fue un accidente, algo que ya sospechaban los más avispados, muy reacios a creer que el PP tenía algún interés en provocar una marea negra, cosa inversímil, a no ser que Bárcenas tuviera también una empresa limpiadora de costas, que parece que no. La gente de los pueblos más contaminados también lo entendió así, porque en las siguientes elecciones municipales volvieron a votar a los populares, convirtiendo el nunca mais en el ahora y siempre, porque allí sigue ganado la sombra de Fraga como todo un Cid gallego, y los paisanos saben que el ministro de Franco se habría bañado en chapapote con el mismo estilo con el que se chapuzó en la radioactividad de Palomares.

 

Sin embargo, aunque se superara aquel escollo en el ámbito local, el Prestige también habría de convertirse en el Titanic del último aznarismo, un gobierno ensoberbecido en su mayoría absoluta de forma idéntica a los armadores del trasatlántico en su acero, convencidos todos de que sus juguetes no los hundía ni Dios. Por aquel entonces no había ni sombra de crisis, al contrario, los dineros corrían como si viviésemos todos en palacios de oro, una ficción muy creíble porque ese -el áureo- era el precio que los bancos fijaban a los pisos, al estilo piramidal de los sellos de Fórum. A Rato, en vez de amenazarle con sandalias, le ponían alfombras rojas y hasta velas, porque había cosechado fama de milagrero; y don Mariano ya se fumaba un puro pensando en el sillón de la Moncloa, seguro de que disculparíamos la torpeza de los hilillos de plastelina, una de esas anécdotas desafortunadas -como la del primo científico y el cambio climático- que inspiran más ternura que otra cosa, porque son muy de Homer Simpson.

Ninguno entendió que había mar de fondo tras las pancartas airadas y los insultos a los militares que habían ido a limpiar las playas; que el eco mediático que envolvía la muerte de cada ave costera -cuando parecía que Aznar había asesinado a Juan Salvador Gaviota– era el preludio de un concierto que acabó a capela, alrededor de las sedes del PP y con el grito de asesinos. El Prestige fue la introducción al golpe del 13 M, un ensayo general al que el gobierno asistió igual que cuando iba a las galas de los Goya, con esa cara de haba de quien no entiende muy bien por qué le escupen. De aquellos barros negros, esos lodos que se extienden hasta ahora, cuando llega la justicia y dice que fue un accidente. Y ya qué más da lo que fuese, si hasta hemos indultado al terrorismo de aquel tiempo.

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