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La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Truco o tradi

1 de noviembre de 2021

Hemos echado unos años estupendos en que lo propiamente español del jalogüín era discutir entre los partidarios y los oponentes. Pero como en una especie de juego de muñecas rusas, este año se han incorporado a ese debate nacional de todos los otoños los que están en contra de unos y de otros, esto es, la tercera España 2.0, la de ni truco ni trato. Este artículo no pretende ser una crítica a los críticos de los críticos porque creo que hasta la mejor mise en abyme tiene que tener un límite.

Yo quiero traer aquí solamente una conversación con mis hijos y la enseñanza aparejada. Nos preguntaban los niños si en nuestra muy lejana infancia celebramos Halloween (ellos lo pronuncian bien). Dijimos que ni hablar de la peluca de jalogüín. «Bien», dijeron, «lo entendemos. ¿Celebrabais Todos los santos?». «No, mucho, la verdad, tampoco, reconoció mi mujer».

Y a mí se me encendió entonces la bombillita esa de los dibujos animados de cuando se te ocurre una idea. Realmente no celebrábamos mucho Todos los santos. Era un puente estupendo para correr entre los chaparrones y saltar en los charcos y poco más. Nosotros ya no valorábamos ni las castañas ni las nueces como golosinas, ay. Estábamos tan hechos a las chucherías de colorines que los huesos de santos se nos hacían duros de roer. Nuestros padres no entonaban, que yo recuerdo, ni siquiera el planto nostálgico. No recuerdo que visitásemos solemnemente el cementerio.

Si no celebramos nuestros principios, nuestras fiestas y nuestras creencias, otras vendrán y ocuparán su lugar

Por eso, precisamente ha entrado con tanta fuerza el jalogüín. No ha suplantado una tradición: ha rellenado un vacío. Y ahora, los que soñamos (mea culpa) con recuperar lo español, ya vamos a contrapelo, contra una moda en auge, nada menos. A la fiesta de jalogüín, por mi parte, le tengo que agradecer —lo cortés no quita lo valiente—, que a la contra, como lo hago yo casi todo, ahora sí que asamos castañas en la chimenea y acudimos reverentes a ver a los bisabuelos al cementerio. Yo no me rindo, pero, mientras tanto, podemos sacar la lección de fondo, que se me antoja más importante incluso que esta concreta fiesta.

Si no celebramos nuestros principios, nuestras fiestas y nuestras creencias, otras vendrán y ocuparán su lugar, porque el ser humano odia el vacío. Somos seres simbólicos. Y más tarde, nos valdrán de nada o de muy poco o de muy largo y trabajoso todas las lamentaciones y los intentos de recuperar lo que no supimos conservar. Antonio Machado dijo que sólo de lo perdido canta el hombre y, como vemos, no le falta razón. Pero nosotros haríamos muchísimo mejor en aplicarnos otro cuento: sólo aquello que se canta no se pierde.

Contra el truco y el trato, tratemos de mantener las tradiciones

Jalogüín nos hizo el truco primero. No fue un trato porque en realidad no cambió nada por nada, sino que se enseñoreó de una tierra baldía, de fiesta abandonada, de una costumbre desvencijada. Contra el truco y el trato, tratemos de mantener las tradiciones, que hay que traer hasta el presente y entregar a las nuevas generaciones con vitalidad. En otro caso, acabamos vestidos de brujas y vampiros haciendo el indio comanche por las calles, y no sólo una noche. Si no, al tiempo.

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