«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Periodista, escritor y director de cine, televisión y radio. Creció en Cuba, vivió en Venezuela, Colombia y se exilió en Estados Unidos. Columnista para medios de América Latina (El Nacional, Infobae, PanAm Post), EE. UU. (Diario las Américas, El Nuevo Herald, HispanoPost) y España (La Gaceta de la Iberosfera y Disidentia). Entre sus documentales premiados están 'Habaneceres', 'La gracia de volver', 'Coro de ciudad'. Productor de programas de análisis, debate y entretenimiento. En Radio Televisión Martí (servicio para Cuba financiado por el gobierno estadounidense) ha escrito y dirigido series especiales como '8 x 8, mujeres cubanas', 'Brigada 2506, héroes cubanos', 'Mariel 40 años' y reportajes reproducidos por agencias internacionales de noticias. Libros y revistas recogen sus textos. Fundador de Colección Fugas, proyecto editorial dedicado a la escritura de la diáspora. Miembro de la directiva de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio y del Interamerican Institute for Democracy, donde ha realizado entrevistas y audiovisuales sobre libertad, democracia e institucionalidad en las Américas.
Periodista, escritor y director de cine, televisión y radio. Creció en Cuba, vivió en Venezuela, Colombia y se exilió en Estados Unidos. Columnista para medios de América Latina (El Nacional, Infobae, PanAm Post), EE. UU. (Diario las Américas, El Nuevo Herald, HispanoPost) y España (La Gaceta de la Iberosfera y Disidentia). Entre sus documentales premiados están 'Habaneceres', 'La gracia de volver', 'Coro de ciudad'. Productor de programas de análisis, debate y entretenimiento. En Radio Televisión Martí (servicio para Cuba financiado por el gobierno estadounidense) ha escrito y dirigido series especiales como '8 x 8, mujeres cubanas', 'Brigada 2506, héroes cubanos', 'Mariel 40 años' y reportajes reproducidos por agencias internacionales de noticias. Libros y revistas recogen sus textos. Fundador de Colección Fugas, proyecto editorial dedicado a la escritura de la diáspora. Miembro de la directiva de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio y del Interamerican Institute for Democracy, donde ha realizado entrevistas y audiovisuales sobre libertad, democracia e institucionalidad en las Américas.

Ucrania y el error de Putin

21 de marzo de 2022

En una guerra como la que ha desatado Putin contra Ucrania no se puede saber cómo será exactamente el final. Pero, según han ido sucediendo las cosas, parece que los ucranianos están decididos a no volver a ser rusos. Ahora bien, el poderío militar de Putin es muy superior al de Ucrania y, en medio de esa realidad, el llamado mundo occidental, con la poderosa e innombrable OTAN, sigue sin abrirle las puertas y, por consiguiente, la ayuda total a los ucranianos para hacer frente de manera contundente a los invasores. 

La guerra es clara: Rusia invade Ucrania y los ucraniamos se resisten. Hay muchos pretextos y hasta leyendas. Pero en esta guerra no se trata de si el Gobierno de Zelenski es corrupto (no más que el de Putin y otros gobiernos de Occidente) o si Putin es una opción mejor o peor que Zelenski. Se trata de que los ucranianos no quieren ser invadidos por los rusos. Y tienen todo su derecho de hacerlo, incluso si deciden morir en el intento. Hay quienes piensan: ¿de qué vale resistir si al final pueden perder? Mientras que hay ucranianos que piensan: ¿de qué nos vale rendirnos si lo que queremos es precisamente no vivir rendidos a los rusos? 

Los cubanos llevan más de 60 años colonizados por la familia Castro y los venezolanos permanecen invadidos por la misma familia en una coproducción macabra y ultra corrupta con las mafias -las políticas incluidas- que gobiernan en el otrora bravo pueblo, entre cuyos amigotes no podía faltar el neozar postmoderno: Putin.

Y lo que más hemos hecho los cubanos y los venezolanos, como constante en décadas, ha sido salir huyendo, solos o en masa. En el arte de la fuga los cubanos y los venezolanos hemos llegado a tener un honoris causa. Ahí están los dos miserables países controlados por torcidos regímenes, responsables de la muerte de miles de personas, y posiblemente de otros miles que -si no cambian las cosas, como no han cambiado en décadas de promesas y diversas esperanzas- seguirán muriendo en la degradación, la indolencia, el contubernio, la soledad y hasta el olvido. Entretanto, la insoportable levedad de la fuga pareciera infinita. Una especie de eterno retorno. Sálvese quien pueda. La peste el último. 

Miles de ucranianios han escapado de la guerra. Han tenido esa opción y es inevitable. Otros, al menos hasta ahora, han preferido el peligroso arte de la resistencia que entregarse al arte de la fuga, con sus beneficios y pantanos. En la paz como en la guerra todo puede cambiar. No sería la primera ni la última vez que el destino ponga sobre la mesa naipes que casi nadie espera.

Los ucranianos, quizás como nunca antes, han sentido que son una nación, y el resto del mundo ha sentido lo mismo con respecto a ese país del que hasta poco la inmensa mayoría pasaba de largo

Las miles y bien equipadas tropas de Putin pueden terminar derrotando a los ucranianos. Pero puede que el pueblo invadido -los que han optado por no salir huyendo por los corredores humanitarios- y sus soldados no dejen de resistir… y Ucrania no vuelva a ser rusa. Quizás, incluso, Zelenski haga cambiar la posición del ajedrez de Occidente y de pronto le abran las puertas que tienen cerradas. Existen los imponderables, aunque hay realidades que pesan demasiado. Lo real, y lo terrible, es que aún no ha acabado la guerra. 

A Putin le ha salido mal su jugada. La agresión a gran escala no consiguió ser el relámpago que vislumbraban sus asesores militares y su espíritu conquistador, y al extenderse más de los dos o tres días que él pensaba que le tomaría hacerse del poder en Ucrania, no tardó en desarrollarse una estampida de fenómenos y sentimientos que se han entrelazado: los ucranianos, quizás como nunca antes, han sentido que son una nación, y el resto del mundo ha sentido lo mismo con respecto a ese país del que hasta poco, como sucede con el mío, con Cuba, la inmensa mayoría pasaba de largo. 

El impacto de una guerra dilatada por la resistencia ucraniana y por los errores de Putin ha impulsado a millones de personas de todo el planeta a mirar hacia Ucrania, más allá de ideologías y campañas mediáticas, que aquí también las hay, como en todo. Putin no calculó que en tiempos mediáticos y digitales no solo corren más veloces la información y la desinformación, sino también corren mucho más veloces los sentimientos. Tal vez esto nos recuerde el hecho de que los sentimientos siguen siendo los principales móviles del ser humano. Nos guste o no. 

Putin no solo no tuvo en cuenta esa ecuación. Calculó mal otras cosas. Las sociedades actuales, por muy mal que estén, y por muy manipuladas que estén las cosas en todos los bandos -globalistas, totalitarios, pingüinos, papagayos, ejércitos de desinformados y víctimas sin saberlo que habitamos el planeta- no pueden digerir la idea de que Putin tiene derecho a invadir a Ucrania. 

Se pueden fabricar cientos de pretextos para aceptar que la invasión tiene sentido y que el invasor tiene motivos y hasta credenciales para hacerlo. No faltan quienes lo creen por diversas razones o sinrazones, odios o temores, conveniencias o frustraciones. O sencillamente por ser presas del juego de la desinformación. Pero a otros les costará trabajo creerse la historia del mesías sobre un tanque ruso contra el globalismo, algo realmente ridículo, pues no es un secreto la amistad y negocios de Putin con regímenes totalitarios que son aliados y promotores del globalismo

A pesar de las no pocas teorías de conspiración que benefician al exoficial de la KGB (servicios de inteligencia y policía política del comunismo soviético), hay mucha gente que sabe quién es Putin, o al menos saben que no es un santo, sino todo lo contrario. Si en vez de Putin el invasor fuera otro, tal vez una parte considerable de los ciudadanos del mundo se hubiese creído el cuento del luchador anti-corrupción y defensor de los valores conservadores, o al menos habrían llegado a tolerar la agresión. Con otro actor, ¿cómo hubiera respondido la opinión pública mundial? De todos modos tendría que haber sido una invasión con resultados casi instantáneos. 

Pero, sin dudas, el currículo del invasor es para muchos un punto en contra; y no es tan fácil aplaudir la puesta en escena de Putin entrando triunfal en Ucrania para hacer algo en nombre de la moral, los derechos humanos, la democracia y las libertades individuales ya que él es, precisamente, un conocido enemigo de todos esos valores y derechos en su país. No es muy inteligente aplaudir ese torpe y temerario sainete. Me recuerda cómo, en 1959, millones de cubanos y no cubanos en todo el mundo apoyaron la toma del poder de los Castro alegando que era el santo remedio contra Batista. El resultado sigue siendo desastroso, sanguinario, un cáncer muy difícil de extirpar. 

Putin quiere Ucrania y quiere mucho más. Putin es un adversario no del globalismo sino de Occidente, de la verdadera noción de libertad y de la verdadera noción de Occidente. El globalismo no es Occidente así mismo como Rusia no es Putin, ni tampoco Ucrania es Zelenski, ni Cuba y Venezuela son el castrochavismo.

El autoritarismo neomarxista y expansionista de Putin lo hacen un claro antagonista de los valores y los ciudadanos de Occidente. No confundamos a los ciudadanos con los políticos y las distracciones, los poderes y las malas modas que hoy nos aquejan. No nos confundamos ni nos dejemos engañar: los problemas de Ucrania no los resolverá la invasión de Putin. El ruso, enfermo de poder, bien podría agravarlos. Si su poder se agiganta, Europa y Estados Unidos corren peligro. Otros enemigos como China y Corea del Norte miran el gran pastel que puede ser un Occidente aún más frágil.  

Mientras tanto, los invadidos de turno, los ucranianos, han resistido muchísimo. ¿Pero cuánto más podrán resistir en medio de una soledad que no es muy difícil de agrietar? «Ucrania es un país libre y así queremos continuar», es la respuesta que han dado los ucranianos en medio de una guerra donde han faltado las bombas contra civiles, no solo contra militares. Una guerra donde se sigue echando mano al terror, la peligrosa y ensangrentada hibridez y la burda manipulación mediática desde todas partes. No únicamente por parte de Rusia y Ucrania. En el resto del mundo hay otros jugadores y apostadores. 

La OTAN, al parecer, está convencida de que Putin terminará venciendo a los ucranianos. No les dejan entrar porque de hacerlo la alianza se vería en la obligación de plantar cara a Putin. Los ucranianos tienen una sola carta para ganar: seguir resistiendo, como hasta ahora han hecho, en la soledad. Esa carta les puede causar muchas muertes. Con esa carta pueden, de todos modos, perder la guerra en la que les han dejado solos. Pero también pueden no solo seguir siendo una nación independiente, sino que hasta pudieran darle una vuelta de tuerca a la OTAN y ser aceptados como miembros de la Alianza y hasta de la Unión Europea. Si ese milagro sucediera, podría impulsar la posibilidad de que esas mismas puertas se le abran a Moldavia y Georgia. Si Ucrania logra resistir y gana, también van a ganar ellos. 

No es tan fácil aplaudir la puesta en escena de Putin entrando triunfal en Ucrania para hacer algo en nombre de la moral, los derechos humanos, la democracia y las libertades individuales.

Estos posibles escenarios, en medio de una guerra, no son el foco de las grandes masas ni de los repetidores de los diversos bandos, pero sí son analizados por los jugadores que mueven con mucho cuidado las piezas del tablero mundial, que hoy más que un tablero plano es una gran consola de videojuegos en tercera dimensión. Zelenski no es un angelito, aunque haya optado por el rol de héroe de la resistencia ucraniana. Putin mucho menos es un ángel salvador, aunque haya gente que se lo crea y lo defienda. 

Al exsoviético le quedan como aliados Bielorrusia y China, pero el partido comunista de Xi Jinping, que es una gran potencia, amenazadora, muy peligrosa, ha estado mirando el juego desde fuera, casi desde un palco, y no ha querido embarrarse las manos. Otros partidarios de Putin, que han apoyado su agresión de manera tajante o tácita son los regímenes de países como Irán, Corea del Norte, Siria, Venezuela, Cuba, Nicaragua. Una lista de compinches que tampoco ayuda mucho al anuncio publicitario de Putin como el hombre que va a acabar con la corrupción de Ucrania. Parece un chiste de mal gusto, pero es triste que haya gente que se trague ese cuento chino (ruso). 

Los ucranianos, por diversas razones, han logrado el abrazo del mundo, de casi todas las tendencias, desde atrapados en globalismo hasta defensores de la libertad. En esta confluencia, y en la resistencia ucraniana, está la oportunidad del gobierno de Zelenski, con sus errores y sus virtudes, y sobre todo, está la posibilidad del pueblo ucraniano de no caer en las manos de Putin, que es lo más importante.

Tal pareciera que los ucranianos conocen la sabia frase popular que alerta no salir de Guatemala para entrar en Guatepeor. Para Putin no ha sido una guerra fácil. Para los ucranianos mucho menos, pero no quieren perderla y -vale recordarlo- están en todo su derecho, muy a pesar del amancebamiento, el oportunismo, la cobardía y la idiotez de una parte del elenco y una parte del público. Como dicen los franceses: C’est la vie. Lamentablemente. 

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