El año 2023 no era necesario. Los españoles hemos sufrido dos pandemias juntas. La primera, la recuerdas, la del coronavirus. La segunda, aún tienes pesadillas con ella, la de Pedro Sánchez. Ya había sido todo lo bastante horrible desde el año 2020 como para ahora padecer la versión maleada del sanchismo, y con ella la ruina, la división, la mentira, y la inoculación del odio en la sociedad. El mundo vive en una inmensa traición desde Wuhan, pero España vive en su traición particular, entre latente y presente, desde el 11M. 2023 solo ha sido la caricatura grotesca de todos los males que nos han asediado desde entonces.
Nos hemos pasado la mitad del año votando y la otra mitad lamentándonos de las consecuencias. Velando por el buen desastre y la gran traición, desde los primeros días del 2023, hemos tenido a Cándido al frente del Constitucional, garantía de que todo lo malo será posible si es necesario. Hemos pagado impuestos como si purgáramos con ellos nuestros peores pecados, padecido atentados islamistas a menudo silenciados para no molestar a no sé sabe quién, nuevas exhumaciones en el Valle de los Caídos a manos del necrófilo habitual, más comunistas en el Gobierno que longanizas, que también hay unas cuantas, enaltecimiento de etarras, sollozos independentistas premiados con dádivas de emperatriz floja, burdos intentos de dividir a la derecha no acomplejada, y los ejercicios aeróbicos habituales de la derecha sí-pero-no, nadando y guardando la ropa, según los días fueran pares o impares.
Hemos vivido en la inmensa mentira de los cambios de opinión del narciso monclovita, el maquillaje extremo de los cuadros de Excel de la ministra fija discontinua, las bravuconadas y exhibiciones de testosterona del trío Torrente del PSOE, el silencio ruidoso de Interior, y la cooperación incansable de Igualdad para la destrucción de la familia, la liberación de violadores y pederastas, y la cantinela sanguinaria de la mutilación sexual de menores.
Hacia el exterior, el Gobierno de España ha quedado exactamente como lo que es, y hacia el interior, el hartazgo se mezcla con la desafección de quienes han votado con más entusiasmo que nunca, y ni así ha sido posible desalojar al mentiroso compulsivo de La Moncloa. Entretanto, la sombra de una extraña duda me ha asaltado todo el año, como a muchos: si no he logrado en todos estos meses conocer ni a una sola persona, ni siquiera entre los amigos más socialistas, dispuesta a respaldar y defender a Pedro Sánchez en la barra de un bar y en confianza, ¿de dónde demonios han salido sus votos? Será mejor no hacer más preguntas.
De todos modos, no ha nacido aún el Gobierno capaz de arruinarme el trampolín de brindis y abrazos de los últimos días del año, ese que de un salto al fin nos sitúa al borde de las doce uvas, encapsulados en el interior de una gran burbuja de champán. Vuelvo la vista atrás y, en lo que a mí respecta, tampoco ha sido tan mal año. Con salud, gente capaz de dar su vida por ti, y algo de trabajo, la felicidad es una inercia. El drama nacional es un horror, pero la paz es algo que habita el corazón de cada hombre, gracias a Dios.
Ha sido este un año de proyectos nuevos y muchísimas letras, ha salido a bailar mi primera novela, Rosas de papel, y he multiplicado mis apariciones en prensa americana en detrimento de la nacional, porque de lo poco que he aprendido en veinte años de oficio es que hay que estar donde te llaman, donde más te quieren, en cada momento; al respecto aún tengo una bonita noticia editorial que contar, pero no podré hacerlo hasta los primeros días de 2024. He tenido también la fortuna de poder disfrutar y compartir el mejor pop español, haciendo cada martes a las 22:00 el podcast de Popes80.com, como si aún viviéramos en los viejos tiempos, y hasta he tenido algunos huecos para escribir, de tarde en tarde, de literatura en Libro sobre Libro, o de madridismo en La Galerna, que para un autor abrumado por la sátira política diaria es algo así como la hora del café de este oficio.
No pido, en fin, nada al 2024 porque nunca he concedido a los formalismos del calendario la capacidad de concederme bienes y deseos; eso es como rogarle a la Madre Naturaleza que te defienda de los malos espíritus, plegarias hueras que provocan, a lo sumo, grandes carcajadas en chopos y alcornoques. Pero sí pido al buen Dios que guarde un año más a mis queridos lectores, y a los suyos, y que en las fechas venideras del nuevo año par podamos celebrar el triunfo de la luz sobre la oscuridad en esta bella nación española.