«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

Un mundo polarizado

16 de junio de 2022

Uno de los cultismos de moda, en la jerga de los expertos, es bipolarización o, incluso, multipolarización. Pero, en tales casos, se esconde una pequeña traición etimológica. El polo, para los antiguos griegos, es el resultado de atravesar una esfera por un eje. Los dos extremos de esa barra ideal son el norte y el sur; pero, son solo dos. Por eso, bipolar no deja de ser una repetición innecesaria. La metáfora se aplica a la electricidad y la electrónica de una forma desmedida, donde se encuentran “campos” con más de dos polos. Sin embargo, la comparación no debería aplicarse, en buena lógica, a la sociedad o la política. Por tanto, quedémonos con la idea de la “polarización” como los extremos de un eje con dos polos opuestos. Se aplica con propiedad a la descripción de lo que sucede en el planeta Tierra.

La idea resulta atractiva porque, al razonar, viene muy bien la reducción de la realidad a dicotomías. En la Tierra como habitáculo humano (no tenemos otro), encontramos que los doscientos Estados se pueden reducir a una clasificación sencilla: (1) Por un lado, están las democracias, bien sean clásicas (Reino Unido, Estados Unidos de América, etc.) o con algunos tintes arbitristas o autoritarios. Se incluirían muchos países del resto del del llamado “mundo occidental”, expresión geográfica no muy feliz. (2) Como contraste, están las autocracias, a su vez, con estos dos subconjuntos: los de tradición comunista (República Popular China, Corea del Norte, Rusia, Cuba, etc.) y los populistas (casi todos los países del llamado “tercer mundo”). Tómese como una ilustración el caso actual de Nicaragua (la patria de Rubén Darío, nada menos), donde el dictador sempiterno ha clausurado la Academia de la Lengua. ¿Significará tal arbitraria decisión una vuelta a las lenguas indígenas?

La actual guerra de Ucrania es una manifestación inevitable en el encontronazo entre los dos polos del planeta político

Un elemento unificador de los Gobiernos que cuelgan de esas ramificaciones binarias es el progresismo, la ideología que mueve, hoy, al mundo. En cada país, adopta peculiaridades propias, aunque, con un fondo común. Lo típico de los progresistas es que tachan a las fuerzas políticas opuestas como “fascistas”. Es un asalto a la lógica de la historia, pero, funciona.

La polarización se advierte mejor al contemplar las respectivas cabezas de los dos bloques dichos: la República Popular China y los Estados Unidos de América. Ambos personalizan los respectivos imperios, esto es, la dominación sobre otros Estados, cada uno con su estilo. La supremacía china se manifiesta en el plano de las relaciones comerciales, convertida China en “la fábrica del mundo”. La de los Estados Unidos de América se muestra en la red de bases militares, repartidas por todo el planeta, y, sobre todo, en el capítulo de la influencia de las ideas. No es la menor la hegemonía de las empresas mal llamadas “multinacionales”.

La actual guerra de Ucrania es una manifestación inevitable en el encontronazo entre los dos polos del planeta político. Por eso mismo, el conflicto se alarga tanto en el tiempo y lleva trazas de ampliarse en el espacio. Es una consecuencia necesaria de la polarización en que vive el mundo. No se puede disimular si la llamamos, redundantemente, bipolarización o si la disfrazamos de multipolarización. Las palabras sesquipedálicas no aciertan a disimular los conflictos. Los cuales acaban manifestándose en la oposición o enfrentamiento entre dos contendientes.

Fondo newsletter