18 millones de personas, casi la mitad de los españoles, tiene cuenta en Facebook. Y no la tienen como el que tiene una tía de Alcalá (que ni tiene tía ni tiene ná), de esos 18 millones, 12 entran a diario en ella e interactúan con otros facebookeros. No existe hoy en España ni en el mundo, donde los abonados a esta red social superan los mil millones, un patio de vecinas semejante. Porque el Facebook es aproximadamente eso, un patio en el que los internautas con ganas de socializar entran y comentan la jugada. En el Facebook se comparten confidencias, alegrías, penas, se forjan amores y amistades, se cotillea a granel y, sí, también se engaña a la parienta o al pariente. El Facebook es, en definitiva, un espejo de la vida misma.Los tecnófobos, esos luditas de nuestra época, se lamentan por el fulgurante éxito de las redes sociales de Internet y llaman a la pureza del antiguo patio, como si hubiese alguna diferencia esencial entre lo que hacían nuestros abuelos y lo que hacen sus biznietos. No la hay. Cambian los medios, pero no los fines. A los seres humanos nos gusta estar acompañados, cambiar impresiones sobre la vida propia, conocer la ajena y sentir que alguien nos escucha. Facebook sirve para eso mismo, pero a escala planetaria. Así se explica que cada día tantos millones de compatriotas bajen al patio facebookero a ver qué pasa. Por lo general no pasa nada, y ahí radica su encanto.