Velvet es una serie que acaba de empezar y tiene todo para triunfar. Sobre todo tiene historias de amor. Sus personajes, mujeres preciosas y hombres atractivos, encarnados por grandes figuras del cine y el teatro español, lo argumentan. No hace falta decir que no es igual una frase si la pronuncia José Sacristán. Con él llega la perfección de la cadencia, el timbre, y esa voz tan masculina y a la vez subterránea, como un eco del habla real.
Si va unido a elegantes vestidos de fiesta y un lujo difícil de reconocer en la actualidad, atrae. Es una moda vintage, de cuando las mujeres no llevaban la falda corta pero sí generosos escotes, cuando las medias no eran pantis y los guantes femeninos no tenían solo razón de ser en invierno. Los hombres llevaban elegantes trajes con chaleco e imponentes sombreros con los que saludar a las señoras.
La música está elegida con un gusto exquisito, y no tanto la que puede llegar a pertenecer a la época, enmarcando en los años cincuenta la historia, sino la que hace de ambiente para ciertas escenas. Su envolvente sonido deletrea sin palabras el momento, y si no existiera el diálogo, no importaría, porque claramente está implícito en clave de sol.
Pero incluyendo la elegancia con la que pasan los años a través de los barrotes de una escalera, en los rostros de unos niños que se convierten en adolescentes, aceptando que el uniforme de las vendedoras es digno de los mejores eventos, alabando al magnífico ascensor, lo mejor de toda la serie, es el taller de costura.
El taller es maravilloso. No sólo por las humildes muchachas que además de trabajar en las Galerías Velvet viven allí, conviviendo en régimen de internado suizo, ni por la inflexible encargada, interpretada por una bellísima Aitana Sánchez Gijón, a la que tal ingrato papel le queda como hecho a medida, porque es difícil que a ella le quede algo mal. A mi me entusiasman los colores de las telas contrastando con las impolutas batas blancas de las modistas y el movimiento de arco iris de las piezas al ser llevadas de un lado a otro. Me gusta el ruido de las tijeras recortando el puzle textil con los patrones marrones prendidos con los alfileres, esas piezas que una vez ensambladas, serán un glamuroso vestido. Disfruto con el estupendo muestrario de tonalidades de hilos, gasas, sedas, tules, brocados y hasta pieles vistiendo maniquíes, y dando vida y estilo, a la inerte y descabezada pieza de metal forrado. Me entusiasma el misterio de los tocados y los sombreros con los velos y adornos que utilizan para ellos. Y el sonido de la máquina de coser, que tanto evoca a niñez.
Es pronto para llegar a conclusiones sobre esta serie, seguiremos atentos, queda mucha tela que cortar.