«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.

Vocación de felicidad

6 de julio de 2024

Escuché ayer en algún sitio que la insatisfacción permanente es el mal de nuestros días. No puedo estar más de acuerdo. Antes de echarle la culpa a las redes es preciso recordar que las redes somos nosotros, las personas. A veces hablamos de las redes como si tuvieran entidad propia y las protagonizaran extraterrestres. No, el ser humano hace de las redes lo que son y lo que se ve. Y cada uno vemos lo que queremos ver y tomamos lo que nos interesa.

Dicha la obviedad del día, el asunto de la satisfacción me interesa muchísimo. ¿Por qué una sociedad que tiene de todo está siempre quejándose? Ruego que los progres se abstengan de participar en la reflexión que me desvían de mi columnita y parece que les estoy oyendo. ¿Por qué somos tan pesados con el prójimo y con nosotros mismos? En ocasiones, somos más una fuente de amargura que una fuente rebosante de la infinidad de cosas buenas que todos tenemos. Cuando eso se perpetúa en el tiempo nos convertimos en tóxicos.

Por cierto, otra curiosidad de nuestro tiempo es que leemos cien mil artículos que nos enseñan a identificar la toxicidad ajena, pero nunca la propia. Los analizamos poniéndole nombre de conocidos —«esto es total para Zutanito»— y jamás nos vemos reflejados en el espejo.

Hay una forma de contestar muy española —también pido a los identitarios que se abstengan de intervenir— a un «¿cómo estás?» de trámite que es un «no me puedo quejar». Ya sé que es una forma de hablar, pero siempre me ha hecho gracia porque parece que es una lástima no tener nada horrible que contar. 

No quiero referirme con todo esto a la satisfacción estúpidas y bobalicona ausente de crítica. Sí, no lo puedo remediar, estoy pensando en el votante socialista al cual todo le parece bien. Que Begoña Gómez haga uso de toda la policía de Madrid para no declarar en los juzgados mientras a él le revientan a bofetadas un grupo de ilegales —es decir, personas en situación de ilegalidad, ya saben por dónde voy— para robarle el móvil en su modesto barrio le parece un precio asumible. #BegoñaFree

Este señor, si Sánchez le arrancara la misma vida estaría agradecido al padrecito porque todo lo que haga bien hecho está con tal de que no gobierne la ultraderecha. Perdonen la digresión, pero como humana que soy no podía dejar pasar la oportunidad de quejarme. Yo escribo cabalgando contradicciones.

Vuelvo a la satisfacción. Carlos Prat apuntaba ayer en Twitter que vivimos en la búsqueda de la satisfacción permanente. Queremos estar plenos, divertidos, guapos e hiperfelices a todas horas  y, claro, eso no hay estado anímico que lo aguante. La vida es dura y tiene momentos muy desagradables como los lunes a las 7.00 de la mañana. Esto en el mejor de los casos. Nuestra tolerancia a la incomodidad es entre escasito y nulo.

Las redes (nosotros) nos ofrecen (ofrecemos) vidas perfectas, mujeres preciosas, hombres espectaculares, parejas increíbles, y un día te sientes un desgraciado porque ni tú eres Elsa Pataki ni tu marido es Chris Hemsworth. Depresión total.

Como apunte personal, les cuento que yo corté con una amistad porque sabía que cogerle el teléfono implicaba un «qué puta vida, Carmen». Perdón por la expresión, pero me debo a la p_ta verdad. Un día decidí que no quería volver a escuchar la retahíla de quejas de lo asqueroso que es vivir.

Tenemos una visión muy poco realista de la vida. Alguien nos ha hecho creer que la vida nos debe algo, que Dios es deudor nuestro. Pues lo siento, no es verdad. Si quiere usted experimentar esa satisfacción plena, será mejor que la busque en lo que tiene y no se siente a esperar a que la vida se lo dé. Empiece a desarrollar la capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas y a hacer de los actos cotidianos algo muy placentero. Investigue en la expresión bíblica del contentamiento, ser feliz con lo que se tiene y disfrutar al máximo de lo que se posee.

Sin duda, la mejor forma de luchar contra esta tendencia es el sentido del humor. El humor, menos la calvicie, lo cura todo. Es la bebida que nos ayuda a tragar las píldoras amargas de la vida. Reírse de uno mismo en una situación lastimosa es curativo. Tengo la fortuna de que en mi casa nos reíamos de casi todo. Por eso siempre digo que a una pareja se le puede perdonar cualquier cosa menos que no tenga sentido del humor.

Contagiar a los demás la risa, o dejarse invadir por la carcajada ajena es la mejor herramienta para vivir. Pero también saber que hay días en los que no caben las risas porque la vida es tiempo de reír y tiempo de llorar es una señal de sabiduría. Algo de los también andamos muy escasitos.

La moda del ofendidito perpetuo ha hecho mucho daño. El ofendidito no tiene vocación de felicidad, sólo busca motivos que refuercen su posición de víctima eterna.

La antítesis de este ser contumaz en la insatisfacción es el tipo capaz de ser feliz con las cartas que le han tocado. Que no tiene que esperar a que le sucedan grandísimas cosas para experimentar la satisfacción plena. Dicen, y comparto, que la satisfacción no es un tipo de felicidad excitada, es más bien una tranquilidad mental pacífica. Pues ahí estamos algunos, en la búsqueda de la tranquilidad mental pacífica que no nos exime del inconformismo sano y de luchar por un entorno/país mejor.


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