«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Periodista costarricense. Reportero por vocación. Irreverente. Defensor de la democracia. Editor en América de La Gaceta de la Iberosfera. Empezó su carrera cubriendo El Vaticano y realizó sus estudios de comunicación en México. Se ha especializado en la cobertura de la crisis venezolana causada por el régimen chavista.
Periodista costarricense. Reportero por vocación. Irreverente. Defensor de la democracia. Editor en América de La Gaceta de la Iberosfera. Empezó su carrera cubriendo El Vaticano y realizó sus estudios de comunicación en México. Se ha especializado en la cobertura de la crisis venezolana causada por el régimen chavista.

Yo admiraba a Leopoldo López

28 de octubre de 2020

Quizás sea imprescindible aclarar en esta tribuna el pasado que me aqueja cuando debo hablar o escribir sobre Leopoldo López.

Yo lo admiraba.

La primera vez que viajé a Venezuela me asaltaron cuando fui como un fanático intrépido a buscar su casa. Quería ver el lugar donde estaba detenido. Era 2018, el año de la esperanza perdida.

Cuando entrevisté a su esposa, Lilian Tintori, le hice llegar una carta de cuatro páginas escrita a mano donde le agradecía por la lucha que daba valientemente contra el chavismo.

2019 significó para los venezolanos el renacer de una ilusión. Contrario a lo que muchos piensan, no hubo un “fenómeno Guaidó”. No. Hubo un “fenómeno Trump”. Juan Guaidó podría haberse juramentado ante un millón de personas, pero si Estados Unidos no hubiese respaldado su designación, el interino habría sido encarcelado en dos horas y ese movimiento habría perecido.

Al principio la guía de Leopoldo a Guaidó nos daba cierta tranquilidad.

“No está solo, Leopoldo lo acompaña”, decíamos quienes considerábamos a López un paladín.

Personalmente, conservé esa imagen de López hasta que conocimos el entramado que movía el fallido alzamiento militar del 30 de abril: la conformación de un gobierno entre Juan Guaidó –y sus jefes­ del G4–, Maikel Moreno (cabeza del Tribunal Supremo de Justicia de Nicolás Maduro) y Vladimir Padrino López (el general del ejército chavista).

Cuando Leopoldo López asegura que “Nicolás Maduro no representa a la totalidad de su partido ni a la totalidad de los colaboradores”, cae en el primer vicio que denuncia Lara: sigue viendo al chavismo como un ‘partido’ político, no como una organización criminal

López se había convencido de que la transición a la democracia debía hacerse con el acompañamiento de sectores del chavismo, pero no estaba solo: Estados Unidos apoyaba su intención de cohabitar.

Mucho se dijo sobre Leopoldo tras aquellos acontecimientos. Yo en el fondo me negaba a creer que aquello fuese verdad. Contacté a López y le pedí una entrevista. Sobre todo, para calmar mis dudas a nivel personal y después, para que –una vez se diera su salida de la Embajada– el público escuchara de su boca las explicaciones.

Hablamos por un tiempo. Siempre fue muy amable. Un día me cambió la jugada y me pidió las preguntas por escrito. Como un fanático idiota se las mandé. Él desapareció. Ese silencio acabó por enterrar una admiración que de manera aleatoria intenta resucitar.

No me molesta en lo absoluto que Leopoldo saliera de Venezuela. Lo único que podía hacer desde esa embajada era dirigir y pactar por Zoom y WhatApp. Eso puede hacerlo desde Madrid, pero acompañado por su familia.

Dicho lo anterior, ahora las preguntas que me hago son: ¿hacia dónde dirige a Venezuela? ¿Con quiénes va a pactar?

Al escuchar su primera rueda de prensa en Madrid, terminé de asumir la evaporación de mi ídolo.

“Hoy a mí me queda claro que con Nicolás Maduro es muy difícil plantear una negociación. Esto no quiere decir que Nicolás Maduro representa a la totalidad de su partido ni a la totalidad de los colaboradores que tiene hoy la dictadura. Nosotros estamos convencidos y muy claros de que una transición va a tener que incluir a personas que han estado durante estos últimos años en la estructura de poder de la dictadura. Si no, no sería una transición. Fue así en la transición española, en la transición surafricana y así ha sido en las transiciones más importantes. Y eso lo tenemos que entender”, dijo López.

Esas palabras fueron una puñalada trapera.

Para definir ese ideal de transición que propone Leopoldo hay solo una palabra. Esa que él, sus subordinados y seguidores devotos odian con encono: cohabitación.

La Real Academia Española define al verbo cohabitar de tres maneras:

1. Habitar juntamente con otra u otras personas.

2. Hacer vida marital.

3. Dicho especialmente de partidos políticos, o miembros de ellos: Coexistir en el poder.

La primera definición es bastante buena. La segunda tal vez no se ajusta tanto, pues, a diferencia de la vida marital convencional, será un tercero –el país– el que termine siendo cogido a la fuerza por los cónyugues –chavismo y oposición–.

Mientras María Corina Machado se resiste a trabajar –y gobernar– con infiltrados y corruptos al lado, Leopoldo hace votos para que se alineen los astros y los enemigos se convenzan de dejar su fuente de dinero para ponerse “en el lado correcto de la historia”

La tercera definición es quizás la más precisa: coexistir en el poder. Es eso lo que busca Leopoldo López y lo presume con orgullo.

Quisiera remitirme al brillante análisis de Daniel Lara Farías: “Tres renuncias para entender a Venezuela”. Lara asegura que “cualquier aproximación a lo que ocurre hoy en Venezuela, debe partir de renunciar a ver al chavismo como una organización política, a entender lo que ocurre en ese país desde lo político y a ver a la oposición actual como alternativa al chavismo”.

Cuando Leopoldo López asegura que “Nicolás Maduro no representa a la totalidad de su partido ni a la totalidad de los colaboradores”, cae en el primer vicio que denuncia Lara: sigue viendo al chavismo como un “partido” político, no como una organización criminal. Partiendo de este diagnóstico profundamente errado, no puede salir nada bueno.

Durante la conferencia de prensa López aseguró que la lucha por la libertad “no puede tener matices ideológicos”, pues a su juicio este no es un conflicto entre “izquierda y derecha”.

Tal vez a usted le impresione que un luchador contra el chavismo se resista a condenar el socialismo, pero viniendo de Leopoldo López esto no puede ser una sorpresa. Voluntad Popular –partido que fundó en 2009– pertenece a la Internacional Socialista. Por ende, nunca escucharás a López condenar a la izquierda.

Tal vez por eso no le importó que Pedro Sánchez lo recibiera en calidad de Secretario General del Partido Socialista Obrero Español y no como presidente del gobierno. Se trató de una reunión entre homólogos. Dos dirigentes de partidos socialistas. Nada más.

Hubo una parte de la conferencia de prensa que fue tomada por algunos analistas y criticada de manera descarnada. Cuando Leopoldo dijo que ellos anhelaban que Venezuela tuviera “la misma oportunidad que tuvo Bolivia”. Puedo entender ese postulado y no me parece escandaloso en sí mismo.

De hecho, la oportunidad que tuvo Bolivia fue preciosa, pero el gobierno interino desperdició la ocasión de reformar las instituciones ­­–dejando casi intacto el sistema de Evo Morales–. Es exactamente el mismo error que propone ejecutar López ahora. Por otra parte, fueron los bolivianos quienes decidieron libremente que querían el regreso del Movimiento al Socialismo.

Las posturas expresadas por Leopoldo durante la conferencia de prensa dan una explicación a la ruptura de su alianza con María Corina Machado.

Mientras Machado Parisca pide la conformación de una coalición liberadora que saque por la fuerza a las mafias del poder, López propone una negociación con los subalternos de un “partido político”. Mientras María Corina se resiste a trabajar –y gobernar– con infiltrados y corruptos al lado, Leopoldo hace votos para que se alineen los astros y los enemigos se convenzan de dejar su fuente de dinero para ponerse “en el lado correcto de la historia”.

La pregunta que surge en los pasillos de WhatsApp es una: “¿qué pasó con el Leopoldo de 2014?”. Lo perdimos.

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