«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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POLÍTICA, CRIMEN Y OPOSICIÓN

Tres renuncias para entender a Venezuela

Cualquier aproximación a lo que ocurre hoy en Venezuela, debe partir de renuncias necesarias:

1.- Renunciar a ver al chavismo como una organización política.

2.- Renunciar a entender lo que ocurre en ese país desde lo político.

3.- Renunciar a ver a la oposición actual como alternativa al chavismo.

Podría pensar algún desprevenido que hablamos desde el tremendismo o desde el fatalismo de la decepción, del despecho político o de la trinchera derrotista que normalmente surge cuando se lucha contra la opresión de una sociedad; pero debo advertir que estas conclusiones, esta propuesta cuasi metodológica de aproximación a Venezuela, nace de la observación, de la vivencia personal y de la constatación –con hechos– de la desgracia que para Occidente significa lo que se vive hoy al norte del sur del continente americano. Allí, en ese territorio entre Brasil, Guyana y Colombia. En ese territorio que una vez se conoció como la República de Venezuela.

El chavismo no es una organización política

Más allá de entrar en un debate sobre el concepto de “política”, a lo que hace referencia esta primera renuncia, es a la propia conceptualización que se hace de la situación que se vive en Venezuela. El chavismo fue una fuerza política mientras tuvo necesidad de serlo a fin de utilizar los mecanismos políticos y los caminos electorales que la democracia permitía para alcanzar el poder.

Así, a pesar de haberse inaugurado en la escena pública con los dos cruentos golpes de Estado del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992 contra el presidente Carlos Andrés Pérez, la democracia venezolana y sus extraños mecanismos de consensos del perdón, les permitió entrar al juego partidista luego de ser sobreseídas sus causas.

El objetivo desde la arena partidista era el mismo: destruir la democracia tal y como existía en ese entonces. Disfrazando sus objetivos con las buenas intenciones que se escondían en sus pregones reformistas, al llegar al poder se convirtieron en efecto en una organización criminal que poco a poco fue apoderándose de las estructuras del Estado, con un objetivo único: usar ese Estado como captor.

¿Qué es hoy Venezuela sino una nación capturada por un Estado que, a su vez, fue tomado desde sus bases hasta su cúpula por una organización criminal?

Las constantes elecciones para que “el pueblo” ratificara los dictámenes del jefe del movimiento, fueron un audaz estratagema que el mundo asumió como “democracia”. Hasta el punto que hoy, decenas de exmandatarios que no tuvieron empacho en retratarse con Hugo Chávez, se atreven a decir en público que ellos no se imaginaban que el asunto caminaba hasta acá, hasta donde nos encontramos.

Hoy, el chavismo ha transformado al Estado en una inmensa maquinaria de uso criminal, que permite a organizaciones delictivas de todo el mundo contar con Venezuela para sus fechorías. Organismos de inteligencia a nivel mundial atestiguan que la Venezuela del chavismo es el paraíso para las actividades de grupos terroristas que ven en el territorio del país un escondite seguro donde el propio régimen  les da protección.

Desde terroristas de ETA viviendo tranquilos en Caracas y haciendo proselitismo sin ninguna clandestinidad, hasta la inédita circunstancia de convertir a Venezuela en el único país en el mundo donde se atestiguan relaciones cordiales entere agentes del Hezbollah y agentes del Hamas palestino, que se permiten incluso tener labores conjuntas en materia de legitimación de capitales y otros delitos financieros vinculados a sus actividades.

Por todo esto, no le quedó más remedio al gobierno de los Estados Unidos –el 1º de abril de este año 2020– que denominar al chavismo como “una fuerza del crimen trasnacional”, en palabras del fiscal general William Barr y del Secretario de Defensa Mark Esper, quienes acompañaron a Donald Trump en esa famosa alocución donde se acuñaron los nuevos conceptos utilizados en adelante para denominar al chavismo. No es cualquier cosa, que el gigante vecino y principal socio comercial de otrora, se atreva a hacer esa definición.

No hay en ello más que la comprobación, tardía, de que ya Venezuela dejó incluso de estar en manos de un simple narcorégimen. Hablar de Venezuela como un narcorégimen es disminuir de hecho el problema, pues lo que se vive ya rebasa la dinámica de narcotráfico. Hablamos de una organización criminal que permite la legitimación de capitales provenientes de cualquier delito, del uso de las cuentas nacionales, del propio Estado y de las empresas en manos estatales, para el financiamiento de organizaciones criminales. Hoy, quien necesite un sitio seguro para establecer sus actividades de blanqueo de capitales, solo tiene que pactar cierto tipo de regalías y beneficios con el chavismo.

Así han hecho el Hizbollah, las FARC, el ELN, ETA, Hamas, Irán, organizaciones mafiosas rusas y centro europeas, carteles de la droga, gobiernos parias, etc. Las relaciones internacionales de Venezuela, sirven precisamente para las actividades ilegales, desde el tráfico de drogas, oro y diamantes en valija diplomática, hasta el uso de aeronaves oficiales para movilizar a delincuentes internacionales.

Las relaciones con el régimen iraní o con el dictador Erdogan, el auspicio ruso y chino a los movimientos chavistas en la región para tercerizar su desestabilización de los EEUU son ya tan obvios, que pueden evitarse profundizaciones.

Pero si sumamos a todo lo ya indicado, lo que ocurre puertas adentro en contra de los venezolanos, hablamos de una catástrofe humana que rebasa barbaridades vistas previamente en regímenes comunistas. Y no se trata de equiparar en número sino en cualidades, en metodología y en acciones sistemáticas contra la población. No han llegado al abierto genocidio, aunque son genocidas. Cuestión de tiempo. O de pudor temporal.

No hay opciones políticas contra el crimen

Asumiendo la primera renuncia, entendiendo que el chavismo es una organización criminal, lo que termina ocurriendo es lo básico a la hora de razonar: usted no hace política con una organización criminal de contendora. Mucho menos si esa organización criminal hace “política” con la ametralladora en una mano, la sangre de sus contendores en la otra y los bolsillos llenos del dinero sucio que producen sus crímenes.

Menos aún puede haber espacio para hacer política en esas condiciones si el contendor –el criminal– es dueño de las instituciones, de los nombramientos, del ente regulador electoral, de todos los tribunales y policías del país, del cuerpo militar en pleno, de todos los medios de comunicación públicos, de los medios privados a través de testaferros, de la banca, de las aerolíneas, etc.

¿Cree usted posible que pueda irse tranquilamente a hacer política contra un contendor que posee bajo su mando a una Fuerza Armada cuyos componentes gritan a diario, en cada cuartel, izando la bandera después de cantar el himno: “¡Chávez vive, la patria sigue!” y otras consignas partidistas?

Los llamados a “concertar” una “salida negociada” que se le escuchan con frecuencia tanto a rancios funcionarios de la postguerra fría enquistados en el Departamento de Estado de EEUU, como a Monsieur Josep Borrell y los teóricos noruegos del “todo es negociable”, chocan con unas preguntas lógicas: ¿qué se supone que van a negociar o pactar con unos delincuentes? ¿su entrega incondicional a la justicia internacional? ¿su huida impune de un país en el que se sienten muy cómodos y nada les obliga en los hechos a dejarlo? ¿compartir el poder que ejercen con la “oposición” supuesta?

Sobre todo cuando se habla de una transición pactada con participación “de todos los involucrados”, uno se pregunta si han entendido el fondo del problema.

¿Pretende usted convertir a unos políticos supuestamente limpios, en copartícipes de una corporación criminal? Porque unos criminales no van a dejar de serlo por un papel firmado con dos noruegos y un Borrell.

¿Qué se pretende? ¿Permitirles que sigan delinquiendo, asesinando, traficando y legitimando, pero compartiendo el “gobierno” con “la oposición democrática”?

Podríamos hablar de principios, de valores y también de viabilidad. Y en los tres conceptos, no cabría de ninguna manera un gobierno concertado y pactado con el chavismo, porque sería igual a pactar con Pablo Escobar un acuerdo donde sus sicarios maten mañana solo la mitad de los que matan normalmente, y que la cocaína a traficar, sea menor.

“No le pedimos que renuncie a lo que usted es, señor Escobar, solo le pedimos que incluya a la oposición, pues todos son necesarios”.

¿Se imaginan ese arreglo?

Pues algo peor que eso es lo que plantean noruegos, Zapatero, cierto sector de la anquilosada y gangrenada Internacional Socialista y el encargado de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, Monsieur Josep Borrell.

El chavismo es una organización criminal. No hay espacio para la política en este caso: deben ser tratados como lo que son. No como lo que quisiéramos que fuesen.

En Venezuela no hay oposición

Este es, quizás, el aspecto más espinoso a la hora de evaluar a Venezuela, sobre todo cuando se hace desde la cercanía ideológica o incluso afectiva con factores políticos venezolanos.

¿Cómo no va a ser opositor un Leopoldo López, recién escapado de Venezuela? ¿cómo no va a ser opositor un Juan Guaidó, que resiste desde su “gobierno interino” frente a la usurpación chavista? ¿cómo descartar como opositora a María Corina Machado, quien ha tenido no solo el atrevimiento de hacer política en un país machista, sino además de declararse “liberal de centro” en un país oprimido desde la izquierda?

Para resolver esos dilemas, más que desde la asunción de posiciones personales (como la mía con respecto a cada uno), es preferible irse a las dos definiciones anteriores: si el chavismo no es una organización política ni hay espacio para hacer política contra esa organización, quien dice ser opositor está mintiendo.

Miente porque es cómplice o miente porque es un incauto. Y el candor en tiempos de guerra, es más peligroso que una bala nocturna.

Sin ahondar en lo que de verdad es esa “oposición”, hay que decir que lo menos que han hecho durante dos décadas es oponerse. Oponerse es plantear alternativa, y la alternativa a un régimen criminal no es negociar con él. Alternativa es derrumbar por completo y sin apelaciones ese entramado criminal, poner frente a los tribunales internacionales a sus cabecillas y construir desde cero un Estado de Derecho y plenas libertades.

Pero ese no ha sido el fin de esa oposición. Enfermos de electoralismo, se afanan en pedir “condiciones electorales” a una banda criminal y buscan además que la comunidad internacional les haga el coro.

Han sido capaces, además, de girar por el mundo ocultando la verdadera naturaleza de ese régimen, al cual creen poder “obligar” con “el apoyo de la comunidad internacional” a ceder el control criminal del país.

¿Por qué es inviable esta “oposición”? Porque ningún criminal aceptará una negociación cuyo final signifique perder el botín e ir a la cárcel. Esa oposición lo sabe. Y aún así, lo plantean como posible, a pesar de que la realidad los ha contradicho, una y otra vez, durante más de dos décadas.

Pero ya queda para otro momento la historia de esa oposición, a la cual he conceptualizado y adjetivado como falsaria, prostibularia y narco complaciente, a la que conozco por dentro y la entiendo tan embriagada de latrocinios que ya debe asumirse en fase de putrefacción irreversible.

Lo importante ahora es asumir que si de verdad se quiere entender a Venezuela, hay que dejar de creer mentiras. Y mucho más importante: hay que dejar de repetir mentiras y actuar como si fuesen verdad.

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