Dicen que Cristino Martos durante su periodo de presidente del Congreso, cansado de aguantar los discursos de los señores diputados, comentaba a sus amigos: «Créanme ustedes. Más que sufragio universal, reformas, constituciones y planes financieros, lo que aquí hace falta son casas de tontos».
Señor, si don Cristino acude hoy en día a una sesión del Parlamento se interna en una casa de esas por propia voluntad y si coincide la semana pasada con la señora Oramas en la tribuna se va al Tíbet a terminar sus días.
Doña Ana, que tiene un gran concepto de sí misma y cada vez que sube a la tribuna lo hace con aire solemne de senador romano para regañar al Gobierno y votarlo después, anunció que por primera vez en quince años como diputada iba a pedir perdón por algo. Caramba, doña Ana, o se equivoca usted muy poco o tiene un serio problema con el perdón. Pero nunca es tarde, arrepentidos los quiere el Señor. En un ejercicio de autocontrol de daños de la humillación, comenzó pidiendo perdón por el comportamiento de Pam con sus continuas faltas de respeto a las víctimas y por esa terrible ley del sí es sí cuyos efectos nunca podrán ser remediados por más modificaciones a la ley que se hagan, y a la que Coalición Canaria votó sí, por supuesto.
Todas las alarmas saltaron en mi cerebro y supongo que en el de muchos, cuando la diputada que lleva nada más y nada menos que quince años en la poltrona dijo: «Yo y mi grupo no tenemos los conocimientos suficientes jurídicos y se nos dio garantías que las cosas estaban bien» (sic).
Pero vamos a ver, ¿cómo es posible que de todo un grupo parlamentario no haya nadie que sea capaz de entender principios básicos del Derecho? Que el principio de que tendrán efecto retroactivo aquellas leyes penales que favorezcan al reo más que de primero de Derecho es algo de cultura general.
La cuestión es que Oramas, según ella cuenta, no leyó los informes del CGPJ, ni los informes de las asociaciones de jueces, ni lo que salía en los periódicos, ni todo lo que multitud de juristas publicaron; ella fue a preguntar a aquellos que a toda costa querían sacar la ley adelante. Y esta buena mujer es la que han tenido muchos por una señora muy bien preparada y muy buena parlamentaria, ¡la de «yo y mi grupo»! Disculpen, pero no lo supero.
Más allá de esta anécdota, que es mucho más que eso, te recorre el cuerpo un escalofrío y te preguntas cuántos diputados tenemos en el Congreso sin los suficientes conocimientos para elaborar leyes o para votarlas sabiendo lo que votan. Jamás ha habido un Parlamento con un nivel de preparación tan bajo como el que tenemos.
No, Sra. Oramas, es imperdonable. No le perdono ni a usted ni a los que se confunden con el dedito porque no sé si están con el whatsapp o mirando al tendido. Elaborar y votar leyes es algo de extrema importancia que cambia las vidas de las personas y si no se lo van a tomar en serio, váyanse a sus casas. Comprendo que no se puede entender de todos los asuntos que se votan, pero tiene ustedes medios de sobra, incluso de más, para asesorase de la forma más conveniente. Claro, que eso implica trabajo y tiempo.
No tengo muy claro que España no se merezca la clase política que tiene. Hay de todo. Pero, por favor, no presuman de su ignorancia, no hagan gala de su estupidez, no ofendan más a todos aquellos que por errores infinitamente más pequeños que los que ustedes perpetran estaríamos en la calle con una mano delante y otra detrás.