Volvemos al 12 de octubre y con él al aniversario de aquel día en que unos navegantes españoles entregados a una colosal empresa descubridora de rutas marinas que habían hecho suya los Reyes Católicos de España encontraron una tierra inesperada. Dichos monarcas habían concluido ese mismo año la misión histórica de la Reconquista cristiana y el fin del último dominio musulmán en la península con la toma de Granada el 2 de enero. Diez meses después de concluir más de siete siglos de campaña comenzaban los españoles, como quién no puede ya dejar de buscar y ganar espacio para una visión y una misión en el mundo con la fe católica, la otra gesta milagrosa, el descubrimiento de un continente y la construcción de una nueva España americana mestiza. Esa España vieja y nueva que asombraría al mundo entero por su arrojo, su fuerza, su ingenio, su pasión, su inteligencia, creatividad y talento. Es el comercio como el pensamiento, la ciencia como la economía, el urbanismo como la misericordia. Y todo en aras de una universalidad en el hermanamiento de la fe católica y la razón que son uno de los grandes regalos de la Hispanidad a esta primera globalización adelantándose en siglos a todos los demás en el planeta.
Es la Hispanidad. Juntas, España la vieja, la nueva y la remota, con México más que la Península como corazón, desde Manila a Nápoles, de Alaska a Tierra de Fuego, de Lima a Barcelona y Sicilia, cambió el mundo como nadie antes ni después, aparte del Imperio Romano. La Hispanidad es el Caballero con la mano en el pecho de El Greco y la Rendición de Breda de Velázquez como marca de la casa, símbolo de profundidad y grandeza, como actitud ante la vida y el mundo de una comunión espiritual única que disfrutó de la legislación más humana y generosa y de una vocación de bien común compatible con un individualismo épico de permanente competencia en una nación universal contagiada del ideal heroico.
Tras esta evocación de lo habido, bajemos a lo que hay. Hay, por supuesto para los bienaventurados, el orgullo, la memoria y el amor a buscar y encontrar la verdad bajo tantas capas de mentiras que los enemigos de España fuera y dentro, mucho fuera pero tanto dentro, fueron echando encima de los hechos para hacerlos olvidar o irreconocibles.
Pero lo que más hay o por lo menos lo más ruidoso desde hace lustros en este día son los mensajes de odio de toda la excrecencia cultural y política que formula su identidad a partir de la denigración de todo lo español y de todo lo que sea grandeza, espiritualidad, generosidad y gallardía, sentido religioso y vocación épica. También en el insulto y la degradación a si misma tiene la Hispanidad una unidad sorprendente. La misma basura surge de los narcos de Evo Morales o Gustavo Petro que de los comunistas y separatistas españoles, de los intelectuales de universidades jesuitas, criminales del narco militar de Maduro en Caracas o el comité central de la mafia comunista de La Habana.
El grado de violencia verbal contra el 12 de octubre y contra la Hispanidad demuestra que el odio a la propio, ese veneno para destruir autoestima y defensas de los humanos y las sociedades, funciona con inmensa eficacia desde la leyenda negra, pero se ha disparado especialmente en las pasadas décadas en que no han tenido contrapeso ni resistencia real ninguna.
Podemos llegar a la conclusión de que lo merecemos. Desde cuándo, no es fácil decir. Pero todas las tragedias que han marcado estos dos últimos siglos desde que la unión en la Hispanidad saltó en pedazos revelan que todos hemos perdido. No hay un rincón de la España del siglo XVII que esté hoy más adelantada a su época de lo que estuvo entonces. Han sido muchos nuestros pecados, nuestra aceptación de la decadencia, nuestra docilidad ante la mentira y el abuso. La inevitable vileza humana hace tiempo que arrollo a lo que constituía su firme y triunfal contrapeso en el culto de la fe en Dios y un orden superior, en la devoción por la excelencia y el sacrificio, el honor y el heroísmo.
Dos siglos llevamos en que ha sido razón de Estado en todos los países de la América hispana denigrar el pasado común. Y en España se ha ayudado siempre que se ha podido. Hoy hemos llegado a un punto en que gobiernan España maleantes que odian España y gobiernan muchos de los países hermanos en América otros malhechores que venden sus países a pedazos al crimen organizado. Y no pueden tolerar ninguno de los sentimientos, referencias o valores que pudieran estropear su infame forma de vivir y medrar. No todos creen como Nicolás Maduro que fueron los españoles quienes mataron a Cristo. Pero todos odian lo que ignoran y basan sus proyectos totalitarios criminales del narcocomunismo en el rechazo a la Hispanidad porque esta representa todo lo que ellos combaten porque lo temen.
Precisamente ahí está la gran oportunidad que reconocemos todos los que luchamos juntos ahora por la libertad, la democracia y la verdad en los países de la Iberosfera. Los que buscamos la unión de voluntades políticas para un futuro en el que florezca de nuevo el culto a los valores de la civilización occidental en la que la Hispanidad es un faro somos conscientes del potencial de esta propuesta para reactivar la autoestima, el ánimo y la esperanza en todos nuestros países con su inmenso potencial de riqueza y prosperidad en sociedades libres, formadas e inteligentes. Enfrente tenemos a unos enemigos que son todos los que quieren destruir la civilización occidental con sus valores cristianos y sus raíces en Atenas, Roma y Jerusalén. Los mismos que desde el Gobierno de España aplauden las matanzas de Hamas, los que gobiernan en Caracas o Bogotá, La Habana o Managua, el criminal Vladimir Putin y sus oligarcas, la maquinaría de destruir seres humanos de la dictadura china o los propios que violan y asesinan a mujeres y niños judíos en el sur de Israel. Hizbula e Irán están en Caracas como Delcy Rodríguez en España o Bruselas.
La grandeza de la Hispanidad en su amor a la verdad, a la razón, a la tolerancia y al respeto al ser humano como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios es un legado que nos da toda la fuerza necesaria para afrontar la guerra contra enemigos que sabemos criminales sin escrúpulos e infinitamente crueles. Nos mueve el amor a nuestros antepasados y a nuestros descendientes. Pero también el enorme potencial de fuerza en la creación de un inmenso espacio de libertad, prosperidad, seguridad y humanidad que nos ofrece este legado común de una lengua, un tesoro de valores comunes, una forma compartida de vida una historia milagrosa la de una Hispanidad que abarca cada vez más mundo.