Supongamos que es veintiocho de septiembre y ya tenemos el desenlace de las elecciones catalanas. Los distintos líderes han valorado el resultado positivo en todos y cada uno de los casos y sin excepción se congratulan de la tan manida fiesta de la democracia.
Los catalanes que podían votar estarán expectantes de la utilidad de su voto analizando el resultado de su opción favorita, excepto aquellos que por no haber ejercido éste derecho, quizás obligación, tendrán, y con razón, cierto sentimiento de culpa.
Los políticos de carácter nacional, y según la realidad de los resultados, harán sus valoraciones de cara a la galería, aunque sería básico que en privado, en la intimidad, se preguntaran con afán de rectificar, ¿qué hemos hecho o mejor qué hemos dejado de hacer para haber llegado hasta aquí?
Los políticos catalanes, lejos de preocuparse por la vis plebiscitaria de las elecciones, estarán preocupados y ocupados por la puñetera realidad de quien leches gobierna y, créanme, esto no será nada fácil.
No entiendo nada. Por muy plebiscitaria que sea la lectura de las elecciones autonómicas catalanas, hay que investir un Presidente y este tiene que formar un Gobierno, ¿Cómo carajo se hará esto cuando la lista más votada no es de partido sino que es un ‘totum revolutun’ ingobernable? ¿Alguien me lo explica?