Quezada sostuvo ante la Guardia Civil que al tomar el camino de acceso a la vivienda de la abuela de Gabriel se encontró con éste «jugando con un palito al lado derecho» y que al preguntarle qué hacía allí el pequeño le respondió que era «muy pronto para ir donde Rosita y que estaba haciendo un poco de tiempo».
Ana Julia Quezada, autora confesa de la muerte del niño Gabriel Cruz, dijo en su declaración a la Guardia Civil que había dejado una camiseta del menor junto a una depuradora para que Ángel Cruz, padre del pequeño, «creyera que estaba vivo, para darle esperanza y no hacerle daño».
Así consta en uno de los documentos incluidos en el sumario de la causa segunda contra la investigada como presunta autora de delitos de asesinato, detención ilegal y contra la integridad moral, consultado por Efe, en el que la dominicana afirma que «no sabía lo que hacía» cuando dejó dicha prenda.
La mujer explicó al Instituto Armado que era pareja de Ángel desde hacía un año y tres meses y que convivía con él desde septiembre de 2017 en una vivienda de Vícar (Almería), así como que el pequeño de 8 años solía ir cada 15 días a dicho domicilio y que la relación con el niño era «buena».
Asimismo, señaló que el pasado 27 de febrero se encontraba con Gabriel en la casa de la abuela de éste en Las Hortichuelas Bajas, en Níjar (Almería), y que después de comer, sobre las 15:35 horas el pequeño dijo que iba a salir para jugar con unos amigos.
Según ella, la abuela del niño le dijo a éste que esperase un poco porque era «muy pronto» y que aproximadamente cinco minutos después abandonó la vivienda para irse a casa de sus primos, tras lo que ella cogió una Coca Cola y se montó en su vehículo para ir a pintar la puerta de un cortijo de Ángel en Rodalquilar, Níjar.
Quezada sostuvo ante la Guardia Civil que al tomar el camino de acceso a la vivienda de la abuela de Gabriel se encontró con éste «jugando con un palito al lado derecho» y que al preguntarle qué hacía allí el pequeño le respondió que era «muy pronto para ir donde Rosita y que estaba haciendo un poco de tiempo».
Mantuvo que entonces le dijo que subiese al vehículo y que la acompañase a Rodalquilar, ya que después lo acercaría nuevamente a Las Hortichuelas Bajas para que pudiera jugar con los niños.
Apostilló que llegaron hasta el cortijo de Rodalquilar, estacionando junto a una «balsita», que Gabriel bajó del automóvil y comenzó a jugar fuera de la casa mientras ella desconectaba la alarma y abría las ventanas para ventilar porque «olía a pintura».
Declaró que entonces vio al niño coger un hacha en el jardín y que le dijo que la dejase porque podía hacerse daño, que entonces éste entró a la casa y le espetó que se callara, que «siempre tenía que decirle lo que tenía que hacer», que la insultó diciéndole que era una «negra fea» y que se «fuera a Santo Domingo».
Añadió que forcejeó con el pequeño para quitarle el hacha «taponándole la boca a la vez para que se callara y no le insultara, que le apretó la boca y la nariz» y que no quería «hacerle daño a Gabriel ni a nadie», dándose cuenta de que ya no respiraba.
Dijo que entonces se asustó «muchísimo, se bloqueó y no sabía qué hacer», que se quedó fumando sin saber qué hacer porque le había hecho daño al niño y a Ángel, hasta que lo enterró en una zona próxima a la piscina, lugar en el que antes había hecho un agujero y lo tapó con chinas y tierra, que había desnudo al niño y tirado la ropa en un contenedor de Retamar, en Almería.
Al ser preguntada sobre por qué se desplazó su hija a la provincia de Almería tras la desaparición de Gabriel, manifestó que no tenía nada que ver con los hechos y que se había trasladado para darles ánimos a ella y a Ángel y a colaborar en la búsqueda.
Por último, afirmó que había quitado tablas de la piscina del cortijo ella inicialmente sola para «quitarse el estrés por el que estaba pasando» y luego con ayuda de una familiar de Ángel, que «no sabía nada y nada tenía que ver», ubicándolas sobre el hueco en el que estaba enterrado Gabriel.