«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Bodas y vino, un momento único

Las bodas son uno de los acontecimientos más importantes en la vida de muchas personas.

Nos encanta pensar en el día de nuestras nupcias como en una ocasión mágica e irrepetible. Cuidamos al máximo los detalles en busca de una experiencia que pueda complacer a todos los invitados; escogemos el lugar con meticulosidad, el menú tras pruebas y más pruebas, pero no siempre prestamos la atención suficiente al vino. ¿Qué vinos elegir? ¿Qué cantidad? ¿Cómo acertar? Demasiadas preguntas sin respuesta que hoy intentaremos resolver.
A menudo, el restaurante o servicio de catering que se ocupe de la comida nos ofrecerá una carta de vinos para que podamos elegir y nos asesorará sobre qué vino comprar y las cantidades necesarias. En términos generales, se cree que, con una botella por cada dos comensales, todo el mundo debería quedar satisfecho, por lo que el número de botellas no debería ser un gran problema; sí podría serlo el vino en sí. Probablemente nos ofrezcan un vino de buen precio que al restaurador le interese vender por algún motivo particular o nos sugieran un vino que no se adecúe al perfil de nuestros invitados.
Precisamente los invitados deben ser clave en nuestra elección. Será muy difícil dejar a todo el mundo satisfecho, especialmente si el número de convidados es extenso, así que mejor diversificar.
El espumoso es absolutamente ineludible y la DO Cava y los Clássic Penedés ofrecen verdaderas maravillas a precios contenidos
El rosado puede ser una opción sorprendente aunque algo más atrevida, ¿por qué no un champagne rosé, si el presupuesto lo permite? 
Jamás debe faltar tampoco el vino blanco. Nada excesivamente aromático, ni nada demasiado pesado, apostad por uvas como el chardonnay o la garnacha blanca, que son puro equilibrio, y el éxito está asegurado.
Llegada la hora del tinto, no hay que arriesgar, nombres por todos conocidos como Ribera del Duero o Rioja seducirán a cualquiera; pero si la mayoría de sus comensales son bebedores habituales, intenten sorprenderles con un vino de Madrid. Recordad que, a menudo, la diferencia entre una buena y una mala experiencia recae en el último recuerdo, en las últimas sensaciones, motivo por el cual os recomendamos que los invitados no puedes irse sin probar una buena copa de vino dulce; probablemente oiréis a más de uno decir que los vinos dulces no son de su agrado, pero todo cambiará en cuanto prueben un buen moscatel o un intenso PX. Incluso, si sabéis de antemano que los vinos dulces son una predilección entre algunos de los asistentes, apostad por la excelencia de un riesling alemán o la profundidad de un Tokaji.
Catad todos los vinos antes del día de la boda, a ser posible en compañía de un grupo e amigo íntimos y, por supuesto, mientras probáis el menú escogido. Si la elección no os satisface, no tengáis miedo a pedir un cambio o, incluso, a comprar el vino en algún otro lugar.
Por último, no olvidéis otras consideraciones de vital importancia como la intensidad y el estilo de la cocina, si comeréis dentro o fuera, si será verano o invierno, almuerzo o cena… pero por encima de cualquier otra consideración, por favor, no olvidéis dedicarle el tiempo que se merece al vino.
Por el Equipo de someliers de Vinissimus

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