Dos amores fundaron dos ciudades; el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial…
Cuando un niño es débil en el andar, el católico es el que sabe que debe estrechar la mano a su amoroso Padre para no caerse y hacerse daño, y el liberal el que se acaba cayendo pensando como un soberbio que esa mano es un mal que le esclaviza.
Cuando un niño comete faltas ortográficas y no obra correctamente, el católico es el que sabe por su bien que debe corregirle para que aprenda a escribir, y el liberal bajo apariencia de bondad pero que encierra un egoísmo despreocupado le quita las reglas ortográficas y le deja escribir como le da la gana haciendo toda clase de estropicios.
El católico ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como con justicia se ama a sí mismo. El liberal se ama a sí mismo sobre todas las cosas y al prójimo le tiene como un cero a la izquierda.
“Dos amores fundaron dos ciudades; el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda en Dios. Aquélla busca su gloria en los hombres, y ésta tiene su mayor gloria en Dios, testigo de la conciencia. Aquélla exalta su cabeza con su gloria; ésta dice a su Dios: ‘Tú eres mi gloria y quien exalta mi cabeza’ (Sal 3, 4). Aquélla en sus príncipes o en las naciones que subyuga es dominada por la ambición de poder; en ésta se sirven mutuamente en caridad los príncipes aconsejando y los súbditos obedeciendo”
San Agustín de Hipona. Padre de la Santa Iglesia Católica.