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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Crítica: Truman, la burocracia de morir

Las películas que versan sobre la muerte corren, a menudo, el riesgo de caer en la lágrima fácil. Pero Truman (2015, Cesc Gay) se beneficia de un gran matiz: es una película sobre la vida, sobre una vida que llega a su fin. La amistad, tan imperfecta como real, las sonrisas en medio de una tragedia vital, la aparente sencillez de la narración y unas interpretaciones brillantes son el esqueleto de un trabajo sobre la aceptación de la muerte que rebosa humanidad.

Ricardo Darín interpreta a un enfermo terminal que se muere de cáncer. Javier Cámara es el mejor amigo que viaja a Madrid para pasar con él sus últimos días. No hay más, pero ahí está todo. El cineasta Cesc Gay triunfa en la tarea de contar con una simpleza magnífica los asuntos más complejos del ser humano. Los diálogos sin florituras y las situaciones de una realidad esperpéntica dan pie a leves toques de humor en un escenario de tragedia que, en vez de llevarnos al mar de lágrimas, apela a la razón y nos deja un nudo en la garganta aún más amargo.

Darín y Cámara hablan mucho durante toda la película, pero especialmente con los ojos. Sus interpretaciones naravillosas se convierten en la piedra angular de Truman y fluyen naturalmente, con dolor, melancolía, inquietud y hasta un deje de locura que les lleva a hacer cosas sorprendentes por una razón irrebatible: disfrutar de la vida.

Cesc Gay elige al perro del personaje de Darín para dar título a la película porque, como en todo el largometraje, lo sencillo esconde la complejidad. Truman, más que un perro, es el último cabo que une al paciente con la vida, es la metáfora de la joya regalada a la persona más preciada cuando no queda más que disfrutar del tiempo que nos queda.

Puntuación: 4/5

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