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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El Gran Hotel Budapest y la nostalgia de Wes Anderson

 

 

 

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Wes Anderson es uno de los directores más influyentes de la nueva ‘nueva ola americana’ o pop-postmodernidad cinematográfica. Forma parte de aquella generación de directores que surge durante la década de los noventa creciendo en plena postmodernidad y superada ésta, crearon un nuevo estilo renovando el lenguaje. Esta nueva ola se caracteriza por una marcada nostalgia, el uso de personajes que proceden de familias rotas o el fanatismo por la cultura pop; desde la música de los sesenta hasta la propia estética. A la pop-postmodernidad pertenecen directores como Michel Gondry, Sofia Coppola, Spike Jonze y Noah Baunbach. Junto con éstos dos últimos Wes Anderson formó un cineclub durante su juventud, los Pizza Knights, quienes curiosamente recientemente acaban de estrenar película respectivamente: Her (Spike Jonze), Oh Boy (Noah Baunbach) y El Gran Hotel Budapest (Wes Anderson).

El Gran Hotel Budapest ha supuesto la producción más ambiciosa del cineasta. La historia se sitúa en Europa del Este, en una república ficticia inventada por el propio Wes Anderson llamada Zubrowka. El filme está influenciado por los relatos de aventuras juveniles del siglo XX y por novelas ubicadas en la Europa del nazismo; sin embargo, el gran detonante de la historia fueron varios relatos del escritor austríaco Stefan Zweig con cuyo estilo y sensibilidad se identifica el cineasta. Wes Anderson siempre soñó con realizar su película europea, desde niño admiraba la Europa que inventó Hollywood, gracias a aquellos cineastas europeos exiliados que con nostalgia reconstruían su país de procedencia. Esta nostalgia es la que invade a El Gran Hotel Budapest, una nostalgia que se mezcla continuamente con el humor.

 El elenco actoral es brillante, Ralph Fiennes, Adrien Brody, Harvey Keitel, Lea Seydoux , Jeff Goldblum, Jude Law, Edward Norton, Willem Dafoe o Tilda Swinton son algunos de los grandes nombres que aparecen en la cinta, además de encontrar actores recurrentes en la obra de Wes Anderson como Bill Murray y Jason Schwartzman. La cantidad de personajes que en más de una ocasión interactúan en un mismo espacio, provocan situaciones realmente caóticas y divertidas que nos trasladarán a la comicidad del cine mudo, instantes surrealistas dignos de un sketch de los Hermanos Marx.

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Cualquiera que haya visto tan solo una película de Wes Anderson reconocerá en seguida en El Gran Hotel Budapest el estilo personal de este auteur. Como buen sujeto pop-posmoderno, Wes Anderson es un apasionado de la cultura pop, la cual empapa toda su obra convirtiéndola el paradigma de su generación. El Gran Hotel Budapest deslumbra por su estética preciosista y retro gracias a la ultra pensada y planificada dirección de arte y puesta en escena. El vestuario, maquillaje y peluquería funcionan como elementos narrativos que ayudan a conformar el universo peculiar y colorista del director, situándonos en una especie de ‘pasado moderno’, una atmósfera que se repite en su obra. La nostalgia está continuamente presente, desde el contexto histórico del relato a la fotografía analógica que tanto gusta al director. El cromatismo está medido al detalle, con el amarillo siempre como color protagonista encargado de marcar detalles y que se reconoce como la firma del director.

Los paisajes frondosos y el hotel nos trasladan a los cuentos de nuestra la infancia, los cuentos clásicos europeos, como si de un castillo encantado se tratara y se alzase en lo alto de la montaña guardando una gran historia en su interior. Este aire naif que envuelve la película no es sino otra señal de nostalgia por parte del director, la nostalgia de una época que pasó y no volverá, como ocurrió con la época dorada de El Gran Hotel Budapest.

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