«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Lazio de Roma, años setenta: cuando los futbolistas llevaban pistola

Eran duros, irreductibles y aficionados a las armas. Se dividían en dos facciones, pero olvidaban las rencillas durante los partidos. Re Cecconi, centrocampista internacional, murió de un disparo. 

Aunque el fútbol nos ofrece una larguísima lista de historias al borde de lo imposible, pocas son tan asombrosas como la sucedida en Roma hace algo más de cuarenta años. Era la Lazio club sin gran historial -apenas una copa italiana-, aunque podía presumir de afición fiel y combativa. Pero a principios de los setenta, mientras luchaba por abandonar la serie B y volver a competir con los grandes, apareció un técnico llamado Tomasso Maestrelli que demostró poseer enorme habilidad para dirigir a aquel equipo escindido en dos grupos irreconciliables. Cuando Tomasso llegó, lideraba el vestuario un delantero temperamental, vehemente, impulsivo y declarado seguidor del neofascista Movimiento Social Italiano. Su nombre, Giorgio Chinaglia.

Y no era el único jugador celeste que se reconocía partidario de aquella organización. Situémonos en una Roma de atracos diarios e inseguridad galopante, donde las drogas hacían estragos, los jóvenes de tendencias ideológicas opuestas se enfrentaban muy seriamente en las calles y varias organizaciones terroristas sembraban el pánico con durísimos atentados. En aquella década, uno de los asesinatos más significativos fue el del líder democratacristiano Aldo Moro.

A la Lazio arribaron dos futbolistas que no quisieron aceptar el liderazgo de Chinaglia. Se trataba de Luigi Martini y de Re Cecconi. Luigi compartía doctrina política con el jefe del vestuario -incluso iba a ser diputado de Alianza Nacional-, pero repudiaba sus formas; Re Cecconi, apodado “el Ángel Rubio” y de gran parecido con el alemán Netzer, era milanés, tranquilo, hogareño y no podía soportar las costumbres pendencieras y nocturnas de sus compañeros. Los recién llegados representaban el sentir de parte de la plantilla y enseguida formaron un grupo tan discrepante que fue necesario habilitar dos vestuarios. Pertenecían al mismo club pero ni se dirigían la palabra, no comían juntos en las concentraciones y llegaban a las manos si era preciso. El técnico Maestrelli hizo honor al comienzo de su apellido y acreditó la maestría necesaria para lograr que las dos facciones mutaran en ejército rocoso y temible los días de partido. Pese a la violenta enemistad, todos saltaban como lobos contra el jugador rival que osara tocar a cualquiera del equipo. Formaron una escuadra de tipos duros, temidos y respetados.

Aunque el ascenso llegó en la campaña 1971/72, decidieron no conformarse con tan importante logro y la temporada siguiente ya estaban disputándoles el título a los conjuntos más grandes de Italia. Cierta mañana, Chinaglia apareció en el vestuario con una pistola Colt 45, a todos les llamó la atención y de pronto empezaron a competir por poseer la mejor arma de fuego. La escalada fue a más y el futbolista Sergio Petrelli solía ir a entrenar con un fusil. Además -cada grupo por su lado y sin dirigirse la palabra-, disparaban allá donde podían (y también donde no) hasta el punto de que el director de un hotel quiso echar a la expedición cuando comprobó cómo determinados individuos jóvenes y atléticos tiroteaban a las farolas situadas junto al edificio. Al final, aquello se resolvió instalando un polígono de tiro en el habitual lugar de concentración. Eran futbolistas armados, conocidos por su nada común vehemencia -grupo de salvajes, decían algunos-, y no se andaban con tonterías. Los hinchas asistían en masa al entrenamiento de los viernes porque era difícil encontrar mayor espectáculo de belicosidad deportiva: pertenecían al mismo equipo, pero se odiaban y era habitual que la sesión terminara con varios damnificados. El día antes del derbi romano, la plantilla acudió al cine y Chinaglia partió la cara a un aficionado rival que osó insultarles. Aunque se hubiera dividido en dos y necesitara vestuarios separados, aquel equipo de pistolas empleaba el lenguaje de los puños cuando un integrante del plantel era atacado.

En su retorno a la máxima categoría, no resultaron campeones por culpa de una derrota postrera frente al Nápoles. Durante el verano siguiente, Maestrelli diseñó la pretemporada alrededor de un horroroso trabajo físico: todo era esfuerzo y el balón brillaba por su ausencia; al comenzar la competición -y con los jugadores hechos unos toros-, las tornas cambiaron y el esférico era único protagonista. El equipo armado de la Lazio soñaba con asaltar el campeonato por primera vez.

La brillante campaña anterior daba derecho a disputar competición europea (copa de la UEFA) y allí esperaba el por entonces potente Ispwich Town, que endosó a los italianos un muy contundente cuatro-cero en la ida. Para la vuelta del Olímpico, el conjuro de la plantilla provocó un torrente sobre la meta visitante; en la primera parte lograron dos goles y luego uno de los defensas ingleses salvó con la mano el tercero. Era penalti clarísimo, pero el árbitro no lo contempló y aquello supuso un imponente terremoto: algún futbolista agredió al colegiado, desde las gradas hubo intento de invasión y más tarde, en el vestuario, los antidisturbios allí desplazados fueron incapaces de impedir que el guardameta del Ipswich regresara a las islas con muletas. Hubo sanción de un año sin disputar torneos continentales. El día del Roma-Lazio, Chinaglia festejó su gol con gestos provocativos hacia los aficionados rivales y Maestrelli decidió alojarle en su casa ante la probable y poco amistosa visita de hinchas al domicilio del gran delantero.

Otro día, los futbolistas visitaron cierta sucursal bancaria y debieron dejar una colección de pistolas a la entrada. El detector saltó. Para ellos, salir sin el arma era lo equivalente a pasear hoy con el móvil olvidado en casa. Hasta que un joven sordomudo casi fue alcanzado por la bala mal dirigida que disparó cualquiera de ellos y el plantel, al fin, decidió andarse con más cuidado.

A todo esto, continuaba la profunda antipatía entre los dos grupos hasta el punto de que al menos dos veces existió la amenaza cierta de que algún futbolista muriera degollado por una botella rota: Martini se la puso en el cuello al portero suplente (Pullichi) y después, con todo el vestuario como testigo y tras partido frente al Sion suizo, el mismo futbolista empuñó arma semejante contra Chinaglia. Fue detenido a tiempo por sus compañeros.

Pese a tanta violencia interna no contenida, la Lazio conquistó el Scudetto en mayo del 74. El Olímpico de Roma era un aluvión de banderas, de gritos, de hinchas frenéticos que saludaron con euforia el primer éxito total del club. No volverían a ser primeros hasta mucho más tarde, temporada 1999/2000, tal vez porque este año lideró el mediocampo un tal Diego Pablo Simeone.

El grupo arrancó la temporada 74/75 en gran forma y pleno de confianza, pero al cabo del tiempo comenzó a sospechar que algo no iba nada bien: Maestrelli siempre tenía frío y se le observaba desmejorado. El entrenador padecía cáncer de hígado y fue ingresado en una clínica desde donde curiosamente era posible contemplar el campo de entrenamiento de sus pupilos. Trató de regresar, intentó aguantar y llegó a pisar de nuevo el césped, pero la enfermedad terminó por llevarse al genio capaz de encauzar tanta energía desbocada. Para cuando murió, diciembre del 76, Chinaglia ya había abandonado el club y metía goles como churros en el Cosmos de Pelé, aunque la adaptación no le resultó agradable ni corta.

La puntilla llegó el 18 de enero de 1977. En tarde de perros, el Ángel Re Cecconi fue a ver a un amigo joyero (Bruno Tabocchini) y bromeó al entrar: “Arriba las manos”. Tabocchini le disparó con tanta maestría que segó para siempre la vida del centrocampista internacional mientras otro jugador, Guedin, esperaba fuera bajo la lluvia romana. Muchos pusieron en duda la versión oficial, y se da la paradójica circunstancia de que Re Cecconi era de los pocos no adictos a las armas.

Aquella escuadra merece un peliculón: equipo majestuoso, ejército de hombres duros y sentimentales, banda armada, hijos del valor y de la mala suerte. Luigi Martini decidió retirarse de forma prematura (no tenía ni treinta años) y Chinaglia murió en 2012 después de presidir el club y ser nombrado mejor jugador celeste de la historia.

 

 

 

 

 

 

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