Los obispos abundan en la idea de que legalizar la eutanasia no es sino atentar contra la misma esencia de la medicina, que radica en la protección de la vida humana en toda circunstancia
Ante los incesantes intentos de legalizar la eutanasia en diferentes países europeos, es preciso que alcen su voz quienes defienden la sacralidad de la vida humana desde la concepción hasta la vida natural. Así lo ha hecho la Conferencia Episcopal francesa, que ha publicado un comunicado en el que manifiestan la oposición de la Iglesia a cualquier forma de suicidio (también la eutanasia voluntaria).
En su declaración – titulada ‘El fin de la vida: sí a la urgencia de la fraternidad’ – los prelados galos aplauden a los profesionales médicos que proporcionan cuidados paliativos y promueven, en línea con el resto de la Iglesia católica, la compasión por todas aquellas personas que afrontan las postrimerías de su vida.
En cualquier caso, lamentan el acceso restringido que existe a este tipo de cuidados; un acceso restringido que, de acuerdo con los purpurados, constituye la génesis de esas iniciativas encaminadas a legalizar la eutanasia: ‘Debido a estas carencias y a la excesiva cobertura que prestan los medios de comunicación a algunos casos, muchos están pidiendo un cambio en las leyes mediante la legalización del suicidio asistido por médicos y la eutanasia’.
Según el valiente comunicado, la legalización del eufemísticamente llamado ‘suicidio asistido’ contravendría el Código Ético de los médicos franceses, que establece, entre otras cosas, que los doctores deben llevar a término su misión ‘con respeto por la vida humana, la persona y su dignidad’.
Legalizar el asesinato
En esta línea, los obispos abundan en la idea de que legalizar la eutanasia no es sino atentar contra la misma esencia de la medicina, que radica en la protección de la vida humana en toda circunstancia. ‘Matar, incluso invocando la compasión, no es cuidar. Bajo ningún concepto. Es urgente salvaguardar la vocación médica’, señala el comunicado, que también advierte del modo en que la eutanasia puede enturbiar las relaciones entres médicos, pacientes y familiares.
Asimismo, inciden en la necesidad (o, más bien, en la obligación moral) de que la sociedad acompañe a las personas que tengan en su mente el suicidio: ‘Las heridas del cuerpo individual son también heridas del cuerpo social. La sociedad tiene la obligación de prevenir el acto traumático del suicidio’.
Para aportar mayor vigor a su argumentación, los prelados se sirven de la parábola del buen samaritano, a la que dotan de un sentido alegórico: ‘A la luz de esta parábola, hacemos un llamamiento a nuestros compatriotas y a nuestros parlamentarios, para que se conciencien y podamos construir una sociedad fraterna en Francia, donde nos cuidemos unos a otros tanto personal como colectivamente’.
Es reconfortante que la Iglesia adopte una postura tan rotunda sobre la eutanasia. No en vano, ésta no constituye sino la aberración que el sistema, aprovechándose de un clima de absoluto desprecio por la vida humana, se afanará en expandir en los próximos meses y años.