«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La Marsellesa y los símbolos nacionales

Las banderas, los escudos, los himnos e incluso algunos textos legales constituyen los símbolos oficiales de una nación.

“Los diputados franceses rompen un impresionante minuto de silencio para cantar al unísono La Marsellesa”. Así titulaba la prensa del trece de enero de dos mil quince, seis días después de la masacre yihadista de París. Y ya ocurrió lo mismo un siglo antes, el 11 de noviembre de 1918, el día en que se firmó el armisticio de la Primera Guerra Mundial. Y volverá a suceder cuantas veces sientan los franceses la necesidad de invocar la unidad política, social y moral frente a una agresión o un desafío.

La Marsellesa supone la muestra más evidente de que los símbolos nacionales siguen operando en la globalizada actualidad. El asidero que proporciona los símbolos sigue siendo muy necesario. Así lo entendieron los diputados de Versalles, que se refugiaron en la estrofas del himno de Francia, pero también los ochenta mil hinchas que, tras una serie de explosiones en los alrededores, salían del Estadio de Francia. La identificación con la simbología de una comunidad política resulta reparadora en tanto actúa de instrumento terapéutico frente a las tragedias y como ejercicio de afirmación coral frente a los retos y también, hay que decirlo, frente al otro.

Las banderas, los escudos, los himnos e incluso algunos textos legales constituyen los símbolos oficiales de una nación. La adhesión natural a los símbolos supone, sencillamente, un síntoma de normalidad nacional, y democrática siempre que la nación no ejerza el liderazgo desde la tiranía. Así, el éxito de un proyecto nacional se podrá medir en función del grado de transversalidad social y política de sus símbolos.

En Francia no existe debate alguno sobre la bandera –drapeau– Tricolor o La Marsellesa. La identificación con el himno, surgido en tiempos de la Revolución (1792), es perfecta y transversal. Mucho se ha hablado y escrito de algunos incidentes en los estadios de fútbol franceses, mas lo cierto es que los abucheos a La Marsellesa, al contrario que en España, nunca fueron proferidos por nacionales. Ningún alsaciano, lorenés, parisino o aquitano silbó los acordes del himno francés. Fue siempre y en todos los casos inmigración mal integrada, cosa grave, pero distinta al fin y al cabo. Los primeros pitos a La Marsellesa, perpetrados en un partido contra Argelia, conmocionaron a Francia. El Estado reaccionó rápidamente: había que “defender los símbolos de la República” frente a las agresiones. Y en 2003 Sarkozy impulsó una ley que preveía penas de prisión para todo aquél que ultrajara los símbolos compartidos por todos los franceses. Más aún: se estableció que, caso de pitarse el himno nacional en un estadio, los miembros del gobierno abandonarían el estadio, el árbitro suspendería el partido y el Gobierno anularía todos los encuentros amistosos contra el país rival durante un periodo de tiempo a determinar según las circunstancias.

La hiperlegitimación de los símbolos de Francia

Fue durante la Revolución que surgieron los símbolos nacionales franceses, una circunstancia que ha hiperlegitimado al himno, a la bandera y a la nación francesa misma. El imaginario colectivo francés, y el europeo-occidental, establece 1789 como la génesis del mundo moderno. La Toma de la Bastilla produce un cambio total en los sistemas políticos, se somete al poder regio, absoluto e intocable hasta la fecha, y traslada la legitimidad política al pueblo, esto es, a la nación. 
Se entenderá que con semejante relato Francia tenga blindados sus símbolos nacionales y, en fin, su proyecto nacional mismo. Incluso la izquierda, tradicionalmente hostil a las dialécticas nacionales, se ha adherido siempre con entusiasmo al relato nacional francés que entiende sinónimo de la Revolución que “empoderó” a las clases populares.

Con La Marsellesa ocurre algo inédito: no sólo ha servido para coser el tejido nacional francés, sus estrofas también han pasado a formar parte del patrimonio universal. En particular de los movimientos obreros del mundo. El nacionalismo francés nace de un enfrentamiento con las élites jerárquicas y no de las élites jerárquicas. Tal es el motivo principal de su hegemonía (junto con un siglo XIX, hijo de la Revolución, que nacionalizó Francia a través de la escuela). Después, caminando el siglo XX, los símbolos de Francia cayeron siempre del lado ganador de la Historia. En la Primera pero, sobre todo, en la Segunda Guerra Mundial, conflicto a partir del cual se escribiría el relato histórico-político contemporáneo, Francia estuvo con los vencedores. Y casi más importante: Francia combatió a los perdedores, representados con justicia, sobre todo en el caso de la Segunda Guerra Mundial, como iconos del Mal.

La Marsellesa, prohibida por el Régimen de Vichy, era el himno de la Resistencia contra el terror nazi tanto como estos días lo fue contra el terror yihadista. La memorable escena de Casablanca en la que un heterogéneo grupo de resistentes replica una canción alemana con el Allons enfants de la patrie da la medida del carácter universal del himno. Marroquíes, franceses y hasta una española cantan al unísono, comprometidos hasta el llanto, hasta silenciar a los oficiales nazis vestidos con sus grises uniformes.

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La Marsellesa opera más como el himno de una causa que el himno de un país. Una causa, la secular resistencia contra el opresor y la lucha por los derechos humanos, que ha acabado identificándose con un país. Y es esa asimilación con los valores que imperan desde 1789 la que hace de la narrativa nacional francesa algo indestructible.

Decía Napoleón sobre su efecto emocional y bélico que «nos a ahorrará muchos cañones». Y lo mismo dice el periodista deportivo tras escuchar los himnos nacionales: “los franceses salen con ventaja”. La Marsellesa supo poner la energía volcánica de una partitura al lado de una causa -Libertad, Igualdad, Fraternidad- y al lado de una nación que para inmensa fortuna de Francia, se confunden.

Así las cosas, ¿cuál es la causa con la que se identifica el himno nacional español?, ¿cuál la narrativa histórico-política a la que está adherido? En la respuesta está la clave de nuestros (cada vez más grave) problemas de articulación nacional.

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