«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El referéndum sólo es una etapa más. Por José Javier Esparza

No os equivoquéis. El “prusés” del separatismo catalán no empezó con Puigdemont, ni siquiera con Artur Mas. Empezó en 1980, cuando Jordi Pujol llegó a la presidencia de la Generalitat y se aplicó a un metódico trabajo de ocupación del poder para construir una conciencia nacional catalana: control absoluto del presupuesto regional, de los medios de comunicación, de la educación, de la vida social, de la función pública, de la vida financiera (incluido su lado oscuro), de la conciencia de una generación, de todos los resortes políticos de Cataluña. Y aún más hábil: no sólo ocupación del poder en Cataluña, sino también en la estructura del Estado en su conjunto, implicando a todos, de izquierdas y de derechas, desde la Corona hasta los ministerios, la banca  y la judicatura, en la tolerancia, la anuencia o la abierta complicidad con la construcción de una “realidad nacional catalana” que antes no existía. Pujol no sólo creó un polo de poder intocable, sino que además trufó de separatismo catalán la oligarquía española –en la industria, la finanza, los medios de comunicación-. Así el separatismo iba construyendo su proyecto nacional mientras las bocas fofas de España, frecuentemente alimentadas por dinero de origen inconfesable, elogiaban la contribución de Pujol a la “gobernabilidad del Estado”.

De aquellos polvos, los presentes lodos. Entended esto: todo lo que hoy estamos viendo no es la causa, sino la consecuencia. Visto con esta perspectiva, el presente episodio del referéndum no es más que un accidente. Lo más probable es que no haya referéndum. Y si lo hay, no tendrá consecuencias institucionales. Pero ¿de verdad creéis que esto se terminará el 2 de octubre? No, queridos: esto no es más que una etapa en el camino. Un camino que seguirá inalterable mientras España, la nación de todos, no sea capaz de oponer una fuerza centrípeta a la fuerza centrífuga del separatismo. Pero ese es justamente el trabajo que ninguno de nuestros partidos “nacionales” tiene valor para emprender.

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