Que los políticos te quiten más del 55% de tu esfuerzo diario en impuestos y encima se lo gasten en pelotazos urbanísticos, enchufar a los amigos, pegarse fiestas donde corre la droga y la prostitución, y, lo que es más grave, en hacer leyes contra Nuestro Señor Jesucristo para la ruina no sólo material sino espiritual de España… Decirme que no vivimos en una tiranía… ¡A los que se les llena la boca predicando las bondades de esta demoniocracia, que se callen ya!
La competencia que predica el atroz liberalismo económico debería tener límites. No es normal que en el 100 Montaditos ya rizando el rizo te den uno por 50 céntimos los lunes. Sí, como cliente te aprovechas del precio tirado, pero ¿sabes que de eso tienen que comer familias? ¿Y sabes que al final lo que ocurre es que los empresarios de los 100 Montaditos no pueden pagar ni 700 euros al mes a sus empleados? ¿Te crees que con esa miseria comen las familias? Y tampoco es normal que por la iniciativa de libre empresa sin límites se permita poner en una misma zona dos copisterías. Es verdad, como cliente tienes las fotocopias más baratas de la ciudad, ¿pero sabías que de esa forma no logra llegar a fin de mes una familia completa? Nada de competencia acaba por no crear nada de productos, como en el comunismo; competencia salvaje, genera salvajismos inhumanos, como en el capitalismo. No por casualidad los Pontífices condenaron ambos sistemas (Juan Pablo II, por ejemlo) y alabaron el antiguo y abolido sistema gremial tradicional (Pío XI, por ejemplo) que, junto con un marco ético y religioso, era germen de crecimiento modesto a la par que estable y próspero, y no como el capitalismo, de grandes auges y depresiones que generan montones de abusos e injusticias.