«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La Revolución Cultural, millones de asesinatos por la cultura proletaria

Se cumplen cincuenta años de la Revolución Cultural china. Iniciada por Mao Tse Tung el 16 de mayo de 1966. Con ese nombre se camuflaba una nueva oleada de asesinatos políticos en la China comunista, con el único objetivo de reforzar el poder del “gran timonel” en un momento en el que consideraba que la pureza comunista se estaba diluyendo.

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Con esta denominación, tan buenista como poco ajustada a la realidad, se denomina al periodo que supone la segunda oleada de asesinatos en masa que se produjeron en la China comunista. La primera, tras el triunfo de la revolución comunista contra los nacionalistas chinos de Chiang Kai-shek, costó la friolera de 45 millones de muertos, entre víctimas directas de la represión y las grandes hambrunas provocadas en las zonas agrícolas por la incautación de la producción.

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Pero la Revolución Cultural, que es la respuesta de los sectores más radicales frente al Gran Salto Adelante, vino a imponer a sangre y fuego la ortodoxia comunista. La joven guardia roja, alentada por Mao, consideraba que el mundo de la cultura y los intelectuales no se ajustaban a lo que debería ser la cultura proletaria. Empezaron, para corregir esa cuestión, una campaña de acoso, asesinato y violencia contra profesores de todos los niveles educativos y contra alumnos universitarios.

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Más de un millón de asesinatos en los dos primeros meses, además de otro tanto hasta que ante los excesos de los jóvenes guardias rojos, el mismo Mao envió al Ejército para frenar los crímenes. Hasta ese momento, los asesinatos, las torturas, los escarnios públicos,… son continuos. Muchas de las víctimas mueren como consecuencia de las palizas que dan los fanáticos comunistas enviados por Mao para recuperar el espíritu de la cultura proletaria.

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El daño causado a la cultura china fue inmenso: templos budistas destruidos, manuscritos quemados en hogueras públicas, llegaron a destruir una sección de la Gran Muralla. Además se impone el modelo de vida y la moda comunista: se prohíbe plantar flores, se rapa el pelo a los hombres y se prohíbe las coletas tradicionales a las mujeres, se prohíbe el uso de tacones y la ropa ajustada y se llega a detener a la gente en la calle por no saberse citas textuales de Mao.

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Entre las prácticas más macabras de esta etapa se producen hechos que solamente son comprensibles en unas mentalidades perturbadas por el culto a la personalidad del líder, de Mao. Es conocido el episodio de canibalismo de Wuxuan, del que todavía está prohibido hablar en China por la vergüenza que provoca en los herederos políticos del comunismo.

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En esa zona rural de la provincia de Guangxi, se extraían algunas vísceras de las víctimas de los guardias rojos, al igual que sus genitales, y eran cocinados para que los “fieles comunistas” los comieran como prueba de su sumisión al comunismo. El Gobierno chino abrió una investigación sobre estos hechos a principios de los años ochenta y el informe reconocía 38 casos de canibalismo.

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Uno de los pocos testigos de aquellos hechos, que pertenecía por aquel entonces a la guardia roja, declaró a la agencia AFP a finales de los años ochenta que «Los asesinatos eran espantosos, peor que los de las bestias. Durante esta década catastrófica, Guangxi fue el marco de una crueldad y de un salvajismo indignante (…) Personas fueron decapitadas, golpeadas hasta la muerte, enterradas vivas, lapidadas, ahogadas, hervidas, masacradas en grupo, vaciadas de sus entrañas, detonadas con dinamita. Se utilizaron todos los métodos”.

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