«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Salafismo, el gran virus de Europa

Los grandes dirigentes europeos parecen no ser capaces de comprender la naturaleza de un problema al que se niegan a poner coto.

Matar a los infieles, ejecutar a homosexuales o imponer un califato islámico. Estas afirmaciones, que bien podrían haber sido pronunciadas por algún caudillo del Estado Islámico, sirven de base doctrinal para la formación de imanes en la Gran Mezquita de Bruselas. Un ejemplo que ilustra a la perfección la deriva que ha tomado Europa, donde los principales dirigentes son incapaces de hacer frente a uno de los grandes virus del continente: el salafismo.

Esta doctrina islámica, que tomó preeminencia en Bélgica tras un acuerdo del rey Balduino con su homólogo saudí Faisal en 1960, se ha impuesto en numerosos barrios de Bruselas, en el archiconocido Molenbeek y en otros tantos menos mediáticos. La sharia se hace presente en estos lugares y la enseñanza financiada por el Estado está basada en modelos islámicos.

Un fenómeno que se repite en todos los países europeos, incluido España. En los últimos años, Cataluña se ha convertido en uno de los principales focos de salafismo a nivel europeo e imanes expulsados de países como Argelia encuentran en la comunidad autónoma el acomodo ideal. Todo ello ante la mirada impasible de los sucesivos gobiernos, incapaces de tomar decisión alguna al respecto, y de una Unión Europea que parece no comprender la naturaleza del problema al que toca poner coto.

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La oleada de ataques islamistas que desde 2015 sufre el Viejo Continente no ha hecho sino poner de manifiesto una realidad que sólo unos pocos políticos se atrevieron a denunciar: los sistemas de seguridad no estaban a la altura de la amenaza, los imanes radicales operaban con total impunidad en sus mezquitas y las autoridades habían perdido el control de decenas de barrios islámicos. Angela Merkel, Emmanuel Macron o incluso Theresa May -Mariano Rajoy en estos debates ni está, ni se le espera- se negaron en un primer momento a aceptar la nueva realidad, pero meses después no les quedó más remedio que aceptar que Europa había cambiado para siempre.

Tres años después, sin embargo, la situación no ha cambiado en exceso. Es de justicia reconocer que las modificaciones en materia de seguridad han logrado frenar notablemente el empuje de las células radicales, pero Bruselas se ha negado a articular un plan para frenar el adoctrinamiento a jóvenes musulmanes de toda Europa y poner en marcha programas de integración viables. Apenas una tirita en una profunda herida que ya ha causado centenares de muertos.

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Una nueva generación de musulmanes crece educada en el odio a Occidente, el desprecio a la mujer y la necesidad de atacar a los infieles en centros financiados con dinero público. Quizás cuando los Merkel y Macron de turno traten de hacer frente a la situación sea otra vez demasiado tarde para Europa y sus ciudadanos.

Se me viene a la mente una frase de Arturo Pérez Reverte que ilustra a la perfección la inacción europea ante el problema salafista: «Sócrates y Séneca se suicidaron por inteligencia, y la Europa que ellos iluminaron se suicida por estupidez».

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