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Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 31
Corre por el refranero español aquel dicho: “Eres más triste que el día de los difuntos”. Es verdad, hoy toda la Iglesia Católica rinde un recuerdo emocionado y cordial a todos nuestros familiares y amigos difuntos, pero no lo hace tristemente, porque los cristianos somos y debemos comportarnos con la esperanza alegre de creer y conocer que los difuntos son mediadores entre Dios y nosotros, y por lo tanto, quien posee un cable directo con el Señor, no debe estar triste nunca.
La tristeza entró en el día de los difuntos cuando la práctica popular colocó esta fecha entre los días tristones del calendario, porque acudir a limpiar las lápidas funerarias de los cementerios producía que los padres dieran una lección a los hijos sobre lo que es la muerte, aquello produjo una liturgia y una literatura menor con leyendas y cuentos sobre la fugacidad de la vida y el abandono de la ciudad y de la aldea para quedarse en ver este mundo como un permanente valle de lágrimas, lutos y negruras.
De un extremo de los tiempos idos, hemos pasado al olvido permanente del misterio de la muerte. Ahora ningún padre habla en términos mortuorios a sus hijos, porque puede tomarse una depresión; ya en la casa no muere nadie de los familiares mayores, tienen lugar en los hospitales; como tampoco se realizan los viejos velatorios a los cadáveres en las casas particulares, para este servicio están los tanatorios, donde encontrarse con la presencia de niños es muy difícil.
La misma Iglesia ha abandonado aquella practica religiosa popular de la devoción a las benditas ánimas del Purgatorio dedicando todo el presente mes de noviembre a celebrar el rezo de Rosarios, letanías, y otras formas devotas. Ahora la Iglesia recomienda, como siempre, la celebración de la Misa en sufragio del alma de los fieles y familiares difuntos para rogar al Señor por el eterno descanso de ellos en el lugar de la luz y de la paz. La respuesta del pueblo cristiano es minoritaria en este sentido.
A esto contribuye la existencia del famoso puente festivo que aleja a las personas de su lugar habitual, pues salen huyendo a donde sea con tal de no pensar que la muerte, según el pensamiento franciscano, es una hermana que nos visitará cuando menos lo pensemos y llegará sin que se le llame sin avisar ni el día ni la hora.
¿Es triste, por lo tanto, el día de los difuntos?. No para los que tenemos fe en Cristo, quien venció a la muerte en la Cruz resucitando al tercer día del sepulcro, según lo había anunciado con antelación y constancia en sus diálogos con sus amigos y el montón de gentes que lo seguían de todos los lugares de Israel. Un día como hoy es una jornada para prepararnos serenamente a tomar la maleta no meter nada en ella nada más que las buenas obras de amor a Dios y a todos los hermanos sin excepción.
Tomás de la Torre Lendínez