Según me cuentan, las últimas horas del Rey han sido de lo más duras, no las tiene todas consigo. Cuando un Rey quiere morir Rey y abdica, es que le duele el cuerpo, el corazón y hasta el alma. El Rey acepta que debe abdicar, y una vez asumido, los tiempos los marcan condicionantes externos; el más claro, la incógnita del nuevo PSOE. Que te fuercen a irte variables de súbditos duele, y cuando ves que al irte desproteges a tu familia, aún duele más, a pesar de que algunos se lo hayan merecido.
El Rey, al final, quiere estar con la familia al completo y ahí aparece también su hija Cristina. Una cosa son los actos públicos en los que la hija pequeña ni estará ni se la espera y otra distinta son los momentos de familia. No todos lo entienden y hay quien no lo quiere, no lo acepta y lo discute; pero aún no es su día, lo será mañana, hoy aún no y el Rey no cede. Algunas tiranteces en las ceremonias se entienden por esta resistencia.
Cena en la intimidad el último día. El Rey está mal, ni cena con ellos; solo, aunque muy cerca del médico, se va a la cama; juega España, no acaba siquiera de ver el partido. En la Zarzuela cena la familia menos el que será Rey, que cena con los suyos y la familia de la que será Reina, en su propia casa.
Ya sin ser el Rey, Juan Carlos I aparece para la ceremonia de elevar a Capitán General a Felipe VI y vuelve a recogerse; seguirá la ceremonia solo, el médico cerca, y volverá a dejarse ver en el Palacio Real por pocos minutos. Saludos y besos de rigor y hasta ahora.