«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Vintila Horia: el exilio del espíritu

Me han preguntado mil veces qué autores hay que leer para construirse una visión del mundo alternativa a la descomposición presente. Me faltan ciencia y sabiduría para contestar a esa pregunta, pero sí puedo contar qué autores me han marcado y por qué. Por supuesto, sigo buscando. Hoy: Vintila Horia.


Os hablaré de un hombre que escribió en muchas lenguas y que fue expulsado y perseguido en muchas lenguas también: Vintila Horia, escritor rumano, afincado en España durante la segunda mitad de su vida, que seguramente es el autor que mejor ha expresado la condición del exiliado en el siglo XX. Porque su literatura no se limita sólo a reflexionar sobre el destierro, sino que se eleva sobre él para expresar todo el dolor del mundo moderno en busca de unas verdades que Vintila nunca renunció a encontrar. Autor de cultura enciclopédica y fe profunda, Vintila Horia sigue hablándonos hoy con una voz que no pasa de moda.

Una tragedia rumana

Vintila Horia nació en Segarcea, en el sur de Rumanía, en 1915. Hijo de una familia bien instalada, él mismo hablaba de su infancia como de una “primavera de oro”: sin necesidades, rodeado de amor, con una guía moral clara y sin más obligaciones que aquellas que él sentía como una vocación, es decir, las obligaciones del estudio. Se graduó en Derecho en la Universidad de Bucarest. A los veinticinco años ingresó en el cuerpo diplomático rumano. Estuvo destinado como agregado de prensa y cultura en Roma y en Viena. Enamorado del conocimiento, aprovechó esos traslados para estudiar Filosofía y Letras en Perugia y en Viena. Una vida deliciosa. Sin embargo, esa primavera de oro no iba a tardar en convertirse en un frío y oscuro invierno.
La Rumanía de aquel tiempo era cualquier cosa menos un lugar tranquilo. Libre del yugo otomano desde 1877, Rumanía lo tenía todo para ser un lugar excelente para vivir… todo menos sus vecinos. Después de unos años de florecimiento social y cultural, el horizonte de la guerra iba a cambiarlo todo. En 1940 la Unión Soviética ocupa parte del territorio rumano. El país pierde casi un tercio de su extensión. La convulsión interior es inmediata. El rey Carol II encomienda el gobierno a un militar, el mariscal Antonescu. Éste asume poderes semidictatoriales y se fija como objetivo recuperar el territorio perdido. Antonescu gobierna, primero, con un partido de corte fascista, la Guardia de Hierro, al que después neutraliza. Su política, mientras tanto, gira claramente hacia Alemania. La guerra termina por envolver al país a partir de 1941.
Vintila Horia tiene ideas tradicionalistas y conservadoras, como la mayor parte de la juventud intelectual rumana de su tiempo. En el clima de la guerra mundial, eso pone a esta generación en el lado del Eje y contra el comunismo soviético. Otros nombres célebres, como Mircea Eliade o Emil Cioran, militan en los movimientos más radicales de la derecha. Vintila, no: él no oculta sus ideas, pero ve la política con distancia. En realidad, sólo es un funcionario que aprovecha sus destinos diplomáticos en Italia y Austria para completar estudios. Sin embargo, esa condición le va a hacer extremadamente vulnerable ante los vendavales de la política y la guerra.
En 1944, Rumanía, que ha sido aliada de Alemania, cambia de bando: Antonescu ve perdida la guerra y negocia un armisticio con los británicos. A partir de ese momento, Alemania declara enemigos a los rumanos. En consecuencia, los funcionarios de Rumanía son apresados. Vintila Horia, que está en Viena, es capturado por los alemanes e internado en los campos de concentración de Krummhübel y Maria Pfarr. La guerra sigue y Alemania retrocede. Vintila es liberado por los ingleses y junto a su esposa, Olga, es trasladado a Bolonia, en Italia. En Rumanía, el régimen de Antonescu cae. Vintila intenta volver a su país, pero los soviéticos se han hecho con el poder y el escritor, perseguido antes por ser enemigo de Alemania, se ve ahora perseguido por ser funcionario del viejo mariscal. A los Horia no les queda otra alternativa que el exilio. Se quedan en Italia.

Conciencia de exilio

En Italia, Vintila conoce a Giovanni Papini y se sumerge en la cultura del país. Escribe en italiano con soltura y publica de manera incesante: versos, prosas, ensayos. De aquí sale una obra que verá la luz años más tarde: Cuaderno Italiano. La amistad con Papini, muy intensa, no sólo le permite sobrevivir en el ambiente cultural italiano, sino que también le lleva a ahondar en la Italia de Dante y Miguel Ángel, que para nuestro autor es la esencia de la cultura europea. Pero Italia, país desolado por la guerra, ofrece poco futuro al matrimonio Horia. Vintila quiere probar fortuna fuera del viejo continente. Encuentra una oportunidad en Buenos Aires. Y hacia allá marcha el exiliado.
Cinco años en Argentina. ¿Qué hace allí? Lo que sabe hacer: enseña Literatura y escribe. Y lo hace en español. Estamos hablando de un hombre que aún no tiene 35 años, pero con una cultura enciclopédica, una inteligencia portentosa y una capacidad increíble para adaptarse a cualquier idioma. Vintila escribe ahora en español con la misma perfección con que lo ha hecho en rumano y en italiano, y del mismo modo que lo hará luego en francés. Después de cinco años en Argentina, el matrimonio Horia se instala en España. Es 1953. Aparecen algunas obras suyas: una antología poética en rumano, el volumen de poesía Presencia del mito, los ensayos Poesía y libertad y La rebeldía de los escritores soviéticos. Pero todo su ser está puesto en una novela que iba a marcar su vida: Dios ha nacido en el exilio, que escribe en francés.
El exilio es la fuerza fundamental de esta novela. Su pretexto literario: Ovidio, el poeta romano que, por su pitagorismo, fue desterrado a un remoto pueblo de la vieja Dacia, precisamente en lo que hoy es Rumanía. Y en la circunstancia del exilio, Vintila recrea una luz de esperanza: el destierro es frío y es oscuridad, pero en ese mundo lúgubre brilla un día la esperanza porque ha nacido un Dios entre los hombres. El exilio de Ovidio queda iluminado por el nacimiento de Cristo y el exilio de Vintila se ilumina a su vez por esa certidumbre de la Redención. Así el autor emprende un viaje en busca de sus raíces espirituales. Y no es sólo un viaje personal, sino que es toda la civilización occidental, literalmente exiliada de sí misma por la guerra, la que ha de emprender esa búsqueda para encontrar su ser.

La condena

Dios ha nacido en el exilio es una enorme novela. Escrita en francés, a Vintila le valió el cotizadísimo premio Goncourt, el mayor galardón de la literatura europea en aquel tiempo. Pero con la celebridad llegaría también el escándalo. El gobierno comunista rumano, escocido por el éxito de un disidente, reacciona y activa a todas las terminales soviéticas en Europa. La embajada rumana en París filtra la noticia del escándalo: en 1945, cuando las tropas soviéticas ocupaban Rumanía, Vintila había sido condenado a trabajos forzados a perpetuidad. En la Europa de aquel momento, aquello no era un timbre de gloria, sino todo lo contrario. La prensa se llena inmediatamente de acusaciones: Vintila es un fascista, un reaccionario, un tipo indeseable que ha desertado de la patria del proletariado y que, por tanto, algo tendrá que esconder. Hoy nos parece inconcebible, pero en la Europa de los años sesenta se hacía más caso al verdugo que a la víctima. Sobre todo si el verdugo se envolvía en banderas rojas.
“Me condenaron –escribe Vintila Horia- por un pasado que casi no poseía y por culpas que no había tenido ni siquiera tiempo para soñar. Entonces empezó mi verdadero exilio, como un proceso de anacoretismo; es decir: un proceso de separación de todo aquello que yo había sido”.
Como si se tratara de una respuesta de Vintila Horia al escándalo del Goncourt, inmediatamente después publicó una novela admirable: El Caballero de la Resignación, sobre el príncipe valaco Radu Negru. Viajamos al siglo XVII. Los tejemanejes entre turcos y venecianos comprometen la independencia de Valaquia. Radu Negru, príncipe poeta, renuncia a su vocación literaria y asume con resignación su destino de príncipe guerrero. Resignación, sí, pero en el sentido de Kierkegaard: Radu Negro no se somete fatalmente a una voluntad ajena, sino que cumple de manera consciente una voluntad superior de origen divino. La vocación privada del poeta se somete al deber sagrado hacia su pueblo. Radu Negru simboliza la resignación activa, la resignación del hombre rebelde y libre, dispuesto a la rebelión para salvaguardar su libertad.
Ante el escándalo de París, Vintila Horia renunció al premio Goncourt. Para alguien que había tenido que renunciar nada menos que a su país, no era algo que se saliera del programa. Nuestro autor hace acopio de resignación como Radu Negru, abandona París, donde se había instalado, y vuelve a España. Se ve a sí mismo como un Odiseo contemporáneo en navegación perpetua. El destierro, que ha hecho de él un “apolide exiliado” (alguien que no pertenece ya a ninguna polis, a ningún país), le lanza a la búsqueda de una Ítaca ideal, la patria perfecta de esa raza de exiliados a la que pertenece. Una raza con ilustres antecesores: Ovidio, Platón, Boecio, el Greco, Rilke, Dante. Todos ellos serán fuente de inspiración de Vintila.
El conocimiento que libera
Esas condición de desterrado, para nuestro autor, es una fuerza que le empuja a nuevas fronteras del conocimiento. Se abre así una etapa nueva en la obra de Vintila. ¿Dónde está la clave? Sólo el conocimiento puede salvar al hombre, esclareciendo el misterio de la condición humana y de la naturaleza, del destino y del cosmos, de las leyes que rigen la vida. Pero el saber científico no es suficiente para revelar estos misterios fundamentales. ¿Y entonces? Entonces hay que acudir al saber teológico y filosófico. Esa es la clave. Vintila la explora en una novela de urgente actualidad: La séptima carta, sobre la célebre Carta Séptima de Platón, donde reinventa al filósofo griego y nos lo presenta sumergido en su búsqueda metafísica, religiosa y política, porque todo es en el fondo una y la misma cosa.
Estamos a finales de los años sesenta y Vintila Horia ha encontrado una veta de reflexión decisiva: el auténtico sentido del saber está más allá del conocimiento; la ciencia es en realidad sólo un instrumento, y su finalidad no es la simple aplicación técnica, sino que ha de permitirnos viajar hasta una comprensión más profunda de las cosas. El materialismo queda descartado. Vintila conoce y estudia a los científicos de la física cuántica, como Heisenberg o Lupasco, que han visto una dimensión sobrenatural en la materia. También hay que descartar un espiritualismo primario elemental, de consumo, como el que predicará la “nueva era”. De aquí nace una obra que iba a ejercer mucha influencia, Viaje a los centros de la tierra, que es una recopilación de conversaciones con algunos de los nombres más importantes de la cultura del siglo XX: Gabriel Marcel, Urs von Balthasar, Carl Gustav Jung, Ernst Jünger, Raymond Abellio, Marshall Mc Luhan, Werner Heisemberg, Federico Fellini…
Otras obras de Vintila Horia iban a terminar de completar su perfil sobre el eje de lo que él, profesor de Literatura, llamaba “literatura metafísica”. ¿Qué es eso? Una narrativa que, utilizando la poesía y la tragedia como modalidades simbólicas del conocimiento, sepa expresar la temática de la cultura contemporánea, buscando una explicación profunda y global del hombre y de la vida. Hay ilustres precedentes: Calderón de la Barca, por ejemplo. Y en el siglo XX, novelas decisivas como el Ulyses de Joyce, El hombre sin atributos de Robert Musil, El Castillo de Frank Kafka o El Doctor Fausto de Thomas Mann. Nuestro autor elige inscribirse en esa línea. Y sus novelas responden a ese impulso: Perseguid a Boecio, Un sepulcro en el cielo
¡Perseguid a Boecio!, de 1983, es una novela subordinada a su mensaje: “la eterna persecución, el hombre solitario contra las fuerzas ciegas del peor totalitarismo”. Se trata de dos historias paralelas. Una de ellas es la de Tomas Singurán, catedrático de literatura moderna en un país danubiano, dominado por un régimen totalitario, que lo ha recluido durante decenios en un campo de concentración. La otra historia es el dramático final del senador romano Severino Boecio, en el siglo VI, encerrado en una mazmorra de Pavía por el rey ostrogodo Teodorico. Objetivo: hay que salvar la cumbre de la obra de Boecio, su De consolatione philosophiae, escrita en la cárcel. Las vidas de Boecio y Singurán se entrecruzan en la puesta en escena de una guerra eterna: en un lado del frente están aquellos que fundamentan en la muerte de Dios la justificación de un poder totalitario y absoluto; en el otro lado, una visión religiosa del mundo inspirada en la trascendencia y sus valores.
Respecto a la otra gran novela, Un sepulcro en el cielo, escrita en 1987, es probablemente la cumbre del mensaje de Vintila Horia, donde se expresa con perfecta claridad la visión del mundo de nuestro autor. Un sepulcro en el cielo cuenta la aventura existencial de un artista místico: El Greco, y lo hace a partir de uno de sus cuadros más célebres, “El entierro del Conde de Orgaz”. En la interpretación de Vintila, los caballeros españoles que rodean el entierro del conde representan a quienes supieron acercarse al sueño del conocimiento, porque habían intentado crear un imperio universal dedicado a llevar a todos los hombres lo más cerca de la verdad a través de Cristo. Pero con el conde se inhuma también al mundo perdido de la perfección: es el presentimiento del fracaso del sueño imperial de España y de todo lo que significaba, es decir, la visión vertical del cosmos heredada de la Edad Media, contrapuesta a la visión horizontal de la vida propia de la modernidad, del humanismo brotado en Europa en el siglo XV y que encuentra su máxima expresión en la monarquía nacional francesa.
Su última novela, Las claves del crepúsculo, que apareció en francés en 1988, se inspiraba en El Greco y en Rilke, al modo de vidas paralelas. Ambos personajes, cada cual en su tiempo, coinciden en Toledo como testigos del fin de su mundo: el primero contempla el fin del Imperio español, el segundo asiste a la descomposición del imperio austrohúngaro. Una vez más, el esquema nos plantea el gran dilema del mundo moderno: la sustitución del imperio justo por la codicia del poder. La reflexión es inevitable: los imperios humanos mueren cuando el mal que los corroe es de naturaleza espiritual. Sólo persiste el imperio del espíritu.
Vintila Horia hizo muchas más cosas, y todas no nos caben aquí. Por ejemplo, su labor docente en la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, que varias promociones de periodistas recuerdan. Por ejemplo, su incesante trabajo de promotor cultural, con iniciativas como la excelente revista Futuro Presente y la colección Punto Omega de la editorial Guadarrama. O por ejemplo, su visión del quinto centenario del Descubrimiento de América con el ensayo Reconquista del Descubrimiento, de 1991, publicado en Chile porque en España no encontró editor. Nuestro autor murió en su casa del pueblo madrileño de Collado Villalba, en 1992, después de que un tumor cerebral fuera apagando rápidamente su vida. Una de las última alegrías de su vida fue saber que en la Rumanía del post-comunismo empezaba a distribuirse su obra.
¿Por qué, en fin, nos interesa hoy Vintila Horia? Porque denunció con voz valiente e insobornable la gran agonía de los tiempos modernos, ese materialismo que ha conducido a un desorden planetario generalizado. Frente al desorden establecido, Vintila propuso la fidelidad a los principios trascendentes –la Revelación, la Tradición- para que nuestra civilización recuperara la verticalidad. Y lo hizo con una hondura intelectual sobresaliente: El Greco y Dante, Boecio y Platón, Ovidio … El mundo de Vintila es el de la gran tradición cultural europea, pero actualizada al paso de la ciencia del siglo XX y sus cruciales descubrimientos. Alguien que le conoció muy bien, Isidro Juan Palacios, dijo que Vintila Horia perteneció a esa rara clase de hombres que saben ver en el atardecer un amanecer, en el crepúsculo una aurora. No se puede definir mejor el espíritu del eterno exiliado Vintila Horia.

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