«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Susana y el síndrome del mediador

Cuando las convicciones de uno flaquean y las del contrario no menguan, es común acercarse al rival pidiendo acuerdo, concordia, consenso. Es fatigoso estar todos los días plantado en la puerta, protegiendo la ciudad frente a la llegada de los bárbaros; es mucho más amable acercarse a los bárbaros con una cesta de flores y una ofrenda de pan.

Lo de Susana Díaz con Mas es como lo del PP vasco con Bildu: bajar las banderas y acercarse a los bárbaros pidiendo diálogo. Queden atrás las posturas maximalistas (“extremas”) de quienes pregonaban la defensa a toda costa. Hoy nadie quiere ser Numancia. Por el contrario, es más dulce que el enemigo te quiera. Aparecer ante las masas como mediador es algo que le coloca a uno en el lado “bueno”, o sea, el de los que piden paz. Aunque el otro lado no aspire a paz alguna y, por tanto, la mediación no sea más que el primer paso para la derrota.

Conste una cosa: nadie abandonaría la guardia para buscar concordia si no supiera, previamente, que ese gesto será aplaudido por quienes aguardan dentro de la ciudad. Sólo se aplaude al mediador cuando uno ya no cree realmente en las posiciones que debe defender. Tanto anhelo de mediación no es sino un eco de la profunda debilidad moral que se ha apoderado de la democracia española.

P.S.: ¿Y no hay mediaciones legítimas? Sí, claro: cuando las fuerzas en conflicto pueden blasonar de idéntica legitimidad. Si no, no. Quizás el problema es que nuestra clase política ha terminado creyendo que romper España es tan legítimo como mantenerla unida.

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