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Nueva muestra de su deterioro cognitivo

Biden se olvida -literalmente- del Pentágono y de su ministro de Defensa

La semana pasada, en medio de una intervención televisada, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, tras masticar algunos lugares comunes y mientras recitaba una serie de nombres, se quedó en blanco, llegando a preguntarse ante las cámaras y los micrófonos: “¿Qué estoy haciendo aquí?”. Este lunes, en una situación similar, ni siquiera pudo recordar el nombre del centro de la defensa americana, el Pentágono, ni el de su ministro de Defensa, a tres metros del presidente y que habló a continuación.

Es fácil meterse con Biden, e incluso hay un deber de criticarle como titular de la magistratura supuestamente más poderosa del planeta. Pero también se advierte una nota de crueldad con un pobre anciano que se queda en blanco en mitad de los discursos por parte de la maquinaria demócrata que le seleccionó y la pregunta de quién está gobernando realmente los Estados Unidos.

No es una novedad ni una sorpresa, no del todo. Lo más llamativo de su campaña para las elecciones presidenciales fue que no hubo prácticamente campaña. La mayor parte del tiempo la pasó oculto, los eventos se espaciaban, duraban poquísimo, contaban con un público escasísimo que contrastaba poderosamente con las masas aullantes que convocaba su rival. Algo realmente extraño en el presidente más votado de la historia de la democracia norteamericana.

Ya en esos inusuales actos podía advertirse sin necesidad de ser un especialista que la cabeza del candidato demócrata no regía como en sus mejores momentos. Pronunciaba palabras incomprensibles, hacía pausas inexplicables con la mirada perdida, confundía el nombre de la ciudad o el estado en el que intervenía.

Era bastante patético, sobre todo porque su rival parecía en el extremo opuesto: rapidez de palabra frente a balbuceos, entusiasmo en las masas frente a pasividad del grupito, fuerza frente a fragilidad. ¿Cómo se le ocurriría a nadie elegir para oponerse a Trump a un candidato visiblemente incapaz?

Una de las razones es que esa misma incapaz, lejos de parecer un obstáculo a sus cuidadores, representaba una enorme ventaja. Por una parte, se aseguraban un presidente dócil a sus ‘recomendaciones’, obligado a dejarse guiar y que diría en todo momento lo que la maquinaria del partido decidiese. Y, por otra, alguien a quien, llegado el momento, se le podría apartar sin problema alegando su delicada salud.

Los grandes medios han colaborado unánimemente, como se esperaba de ellos. Primero, haciendo como que no veían nada raro en una conducta que era patente para quienquiera que tuviera ojos u oídos. Y, si la última metedura de pata se comentaba demasiado en redes y medios alternativos, negando ardorosamente que fuera síntoma de un cerebro con problemas de riego sanguíneo.

Pero los propios demócratas tampoco pusieron demasiado cuidado en disimular. Se hablaba abiertamente durante la campaña de la vicepresidente Kamala Harris como de la “futura primera presidente de Estados Unidos”, llegando a ser presentada en un mitin con estas mismas palabras, y el propio Biden, en una entrevista conjunta, ‘bromeó’ con la posibilidad de que, si alguna vez él y Harris no estaban de acuerdo en algún punto, él fingiría una enfermedad y se retiraría.

Entonces, ¿por qué no presentar directamente a Harris a la presidencia? Sencillo: porque es universalmente odiada entre las bases. Se retiró de las primarias demócratas tras haber cosechado el respaldo del 3% de los votantes.

Especialmente entre el colectivo de votantes esencial para los demócratas, el voto negro, quizá el más fiel, y aunque parezca paradójico, Harris era especialmente aborrecida por su política de mano dura contra el crimen mientras fue fiscal general de California, y que, decían, se cebaba especialmente contra la población de color. Por otra parte, tampoco gusta su ansia por presentarse como heredera de la experiencia negra norteamericana, cuando su padre era jamaicano y su madre india (de la casta superior, brahmín) y había gozado de una infancia privilegiada.

Por otra parte, Biden aportaba muchas otras ventajas. Se beneficiaba de la ‘sombra’ del adorado presidente Obama, ya convertido en leyenda, por ejemplo, al haber sido su vicepresidente. Había echado los dientes en la política, y tenía inmejorables contactos dentro y fuera del Partido Demócrata, y muy especialmente con los donantes.

Por último, pero no menos importante, contrarrestaba la extendida impresión de que el demócrata se había convertido en un partido radical y cuasi revolucionario, que apoyaba a los violentos marxistas de Black Lives Matter y Antifa. Biden tranquilizaba a los votantes moderados, aún mayoría en el electorado demócrata. Nadie podía acusar al viejo Joe de ser “antiestablishment”.

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