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El establishment de la política exterior 'progresista'

Biden y las grandes tecnológicas tienen a Polonia y Hungría en su punto de mira

Foto de archivo del candidato demócrata a la presidencia de EEUU, Joe Biden, y su compañera de fórmula, Kamala Harris, en campaña en Phoenix, Arizona. Oct 8, 2020. REUTERS/Kevin Lamarque

En un evento en el Ayuntamiento de Filadelfia hace unos días, preguntaron al ex vicepresidente Joe Biden qué pensaba de la política exterior de Estados Unidos llevada a cabo por la Administración Trump. «Puede usted ver lo que ha ocurrido», se lamentó, «en todo, desde Bielorrusia a Polonia y Hungría, el aumento de los regímenes totalitarios del mundo y este presidente abrazando a todos los rufianes del mundo». Con esa observación, medio insulto medio inútil —incluyendo a Polonia y Hungría entre los «regímenes totalitarios del mundo»—, Joe Biden ha creado una pequeña tormenta diplomática.

O lo habría hecho si estos fueran tiempos normales y, si insultar a los polacos y los húngaros se considerara información merecedora de aparecer en los medios de comunicación más importantes.

Dejando de lado las protestas de los polacos y el ministro de Asuntos Exteriores húngaro, no ha estallado ninguna tormenta en los medios de comunicación anglófonos. Y esto por una simple razón: para los medios, la categorización de Polonia y Hungría como «regímenes totalitarios» no fue en absoluto una metedura de pata. No ha llevado a verificar los hechos o a rechazos apresurados. (Y tampoco llevó a ningún diplomático de la Unión Europea a defender a sus Estados miembros). Más bien, apunta a nuevos niveles de apatía en la consideración estadounidense de la política exterior, donde vagas impresiones de gobierno «totalitarista» (léase nacionalistas, culturalmente tradicionales) son suficientes para que se arrinconen a países que habían sido aliados de Estados Unidos durante generaciones. Para esos virreyes del liberalismo global, esta nueva hostilidad es totalmente intencional.

Estos países —que, en nuestra memoria reciente, sufrieron la opresión soviética y que no hace mucho eran celebrados como modelos de transición a la democracia— son sometidos rutinariamente a insultos similares en la caja de resonancia que son los medios de comunicación estadounidenses

Polonia y Hungría no son meros participantes improductivos de los asuntos globales. Ambos países son miembros de la OTAN y aliados fiables de EE.UU. Ambos participaron con las tropas estadounidenses en las invasiones de Afganistán e Iraq. Polonia, en particular, ha acogido a muchas bases militares estadounidenses. Según el Pew Research Center, el 79% de los polacos y el 66% de los húngaros tenían una consideración favorable de Estados Unidos en 2019. Como Dan Gouré del Lexington Institute declaró a principios de este año, «Polonia es más que un buen anfitrión para las fuerzas estadounidenses. Se ha comprometido a gastar miles de millones de dólares para crear infraestructuras para apoyar tropas estadounidenses adicionales». No obstante, en años recientes, algunas élites liberales se han puesto contra Polonia y Hungría, mientras los medios de comunicación principales estadounidenses y europeos insinúan regularmente que Polonia y Hungría se han convertido en nada más que regímenes totalitarios.

Irónicamente, a lo largo de los últimos cuatro años, expertos en seguridad nacional han afirmado que la administración Trump es la amenaza más grave para la OTAN. Después de los comentarios de Trump de 2016 con los que insistía en una mayor contribución a la OTAN de nuestros aliados, The Atlantic conjeturó que «los aliados de Estados Unidos en la OTAN podrían encontrarse solos después de noviembre si Rusia les ataca». Un columnista del Washington Post captó el estado de ánimo de los medios de comunicación sobre la cumbre de 2018 de la OTAN en Bruselas con una columna titulada: Will Trump Destroy NATO and Every Other American Alliance? El mensaje de los medios de comunicación había sido claro: solo volviendo a la fórmula estándar del liberalismo global y la promoción de la democracia pueden recuperar Estados Unidos su estatus perdido en el escenario mundial.

Pero cualquier «vuelta a la normalidad» en política exterior será muy distinta de la anterior. En particular, el establishment en política exterior, que ha estado esperando volver al poder, si los comentarios de Biden son indicativos de algo, mirarán con frialdad a los aliados de la OTAN cuyos votantes se permiten disentir de las preferencias de las élites culturales estadounidenses. Hasta el punto de tacharlos como «totalitaristas».

El trato dado a Polonia y Hungría es poco probable que cambie a una forma de hostilidad, está claro. Más bien se seguirá insinuando que el apoyo continuo de Estados Unidos dependerá del apoyo que se dé al liberalismo cultural y la adhesión a las normas «democráticas» que, por sí solas, los convierten en socios válidos.

Polonia y Hungría son países de éxito que insisten en mantener sus identidad nacionales y valores tradicionales; y hacerlo con el uso de un poder político ganado democráticamente

Desde luego, la sugerencia del exvicepresidente de que Polonia y Hungría son un ejemplo del «aumento de los regímenes totalitarios en el mundo» no es solo otra «metedura de pata de Biden». Estos países —que, en nuestra memoria reciente, sufrieron la opresión soviética y que no hace mucho eran celebrados como modelos de transición a la democracia— son sometidos rutinariamente a insultos similares en la caja de resonancia que son los medios de comunicación estadounidenses, que muy probablemente inspiraron la afirmación de Biden. Como escribió Jonathan Chait en el New York Magazine en septiembre, «Putin, Orbán, Duda y Trump están juntos en un proyecto común para desacreditar la democracia liberal». Las bases para esta crítica son más que una pequeña ironía. En Polonia —cuyo partido en el gobierno, Ley y Justicia, fue reelegido con el 43.6% de los votos en 2019 (en un sistema proporcional con cinco listas de partido principales)— el gobierno busca, desde 2015, resolver la continua ocupación del sector judicial del país por antiguos jueces comunistas y sus subsiguientes candidatos. Ahora bien, la crítica a Polonia viene de un candidato a la presidencia que, deliberadamente, ha dejado abierto el court-parking [abarrotar el Tribunal Supremo de jueces partidarios a un partido] como opción para (según las palabras de un columnista) «diversificar» el poder judicial estadounidense.

El problema real con Polonia y Hungría, sin embargo, no es que Andrzej Duda y Viktor Orbán hayan supuestamente delineado un curso político autoritario. Enfrentado a la pérdida de control político en el Tribunal Supremo, el Partido Demócrata está deseoso de considerar tácticas que serían escarnecidas como «autoritarias» en cualquier otro contexto. Más bien al contrario, Polonia y Hungría son países de éxito que insisten en mantener sus identidad nacionales y valores tradicionales; y hacerlo con el uso de un poder político ganado democráticamente. Los liberales abandonaron las inquietudes «democráticas» hace mucho tiempo, cuando la Unión europea se justificó en la persecución de resultados sustancialmente democráticos, incluso cuando la opinión popular se oponía.

Los comentarios del exvicepresidente no han tenido eco en los medios de comunicación anglófonos por la simple razón de que, a los ojos del establishment de la política exterior liberal, no tienen nada especial. Las razones por el horror que sienten ante Polonia y Hungría están llevando rápidamente a una trampa extraña para la propia política exterior estadounidense. Si Rusia es el gran enemigo estratégico, tal como se ha dicho en estos últimos cuatro años, reforzar la alianza estadounidense con Polonia en especial —que comparte las aspiraciones culturales estadounidenses tradicionales, como también las inquietudes históricas con su vecino en el este—, sería la elección natural. Ha sido por esta razón por lo que el presidente polaco Andrzej Duda invitó al presidente Trump a Varsovia en julio de 2017, donde pronunció un discurso reconociendo los esfuerzos heroicos de los polacos en la defensa de su país a lo largo del curso caótico del siglo X.

La verdadera razón por la que Polonia y Hungría han sido demonizados en Estados Unidos es que representan una alternativa de éxito a la fracasada combinación estadounidense de colapso industrial y familiar

Los recientes acontecimiento adiciónales en los medios de comunicación estadounidenses deberían dar una pausa a Polonia, Hungría y otros regímenes populares y nacionalistas. Tanto Facebook como Twitter han dado pasos extraordinarios en los últimos meses para implementar lo que Twitter llama un «proyecto de integridad cívica», esto es, dar al liderazgo de las plataformas de comunicación un nuevo mandato para reafirmar «la integridad cívica», independientemente de cómo se conciba. La reciente suspensión por parte de Twitter de la cuenta de la secretaria de prensa de la Casa Blanca, como también la cuenta del New York Post, son una indicación clara de cómo los gigantes de los medios de comunicación ejercerán su presión política en los próximos años. Además de ser presionados oficialmente por una futura administración Biden, Polonia y Hungría pueden encontrarse pronto en el punto de mira de estos nuevos censores empoderados de Facebook, Google y Twitter.

Tanto en Polonia como en Hungría, la red social más prominente es Facebook, mientras que Twitter tiene un papel muy pequeño en la vida política. Tanto Polonia como Hungría deben buscar redes sociales y tecnologías comunicativas alternativas para, así, construir una red de internet que sea de interés nacional y pueda enfrentarse a los intentos de Silicon Valley de entrometerse en sus asuntos políticos. Otros gobiernos que se están moviendo en una dirección más nacionalista deberían considerar las mismas medidas. En el peor escenario sería necesario trasladar las interacciones de las redes sociales a plataformas de internet nacionales para protegerse de manera segura de una interferencia extranjera.

Para los conservadores estadounidenses, Polonia y Hungría son aliados importantes de Estados Unidos contra un liberalismo global decadente que ha convertido a los países occidentales en cáscaras vacías de lo que eran antes

Para estar seguros, Turquía (un miembro de la OTAN) y otros aliados, como Arabia Saudita, se han enfrentado a críticas e incluso sanciones de Estados Unidos, pero nada como las denuncias reciben Polonia y Hungría de los medios de comunicación día y noche.

La verdadera razón por la que Polonia y Hungría han sido demonizados en Estados Unidos es que representan una alternativa de éxito a la fracasada combinación estadounidense de colapso industrial y familiar. En los últimos años, Polonia ha perseguido una política de reindustrialización interna modesta, a la vez que defiende a las familias polacas con el apoyo directo del gobierno. Hungría ha hecho lo mismo, incluyendo nombrar una ministro de asuntos familiares (Katakin Novak), cuya tarea es ayudar a las familias húngaras.

Para los conservadores estadounidenses, Polonia y Hungría son aliados importantes de Estados Unidos contra un liberalismo global decadente que ha convertido a los países occidentales en cáscaras vacías de lo que eran antes. También son socios militares y comerciales, y Estados Unidos es un lugar que muchos emigrantes polacos y húngaros llaman «hogar». A pesar de los lamentos que se han oído en los últimos cuatro años sobre la incoherencia en la política exterior, es impresionante ver el alejamiento casual de aliados clave de Centroeuropa. La alianza transatlántica, con todos sus elementos, es claramente más importante que nunca. Las prioridades de una nueva política exterior liberal puede revelar rápidamente, sin embargo, que las palabras de Biden no fueron accidentales.

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Gladden Pappin es profesor adjunto de Políticas en la Universidad de Dallas y editor de American Affairs. Este artículo ha sido publicado en Newsweek.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta de la Iberosfera.

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