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No hay tiranía sin jueces adictos

Cristina Kirchner sigue el camino del chavismo para hacerse con el control de la Corte Suprema

Los jueces independientes son una amenaza que ningún gobierno corrompido puede tolerar. Es por eso que la brisita bolivariana que soplan los tiranuelos de discurso progre y fortuna tropical señala a los jueces como integrantes de una corporación burguesa y privilegiada, como enemigos del pueblo que no se someten a elecciones.

El sistema judicial es una espada de Damocles, no deja dormir tranquilo y arruina el sosiego que deberían haber traído los millones.

Cristina Kirchner mira alternativamente a Lula y a Maduro. Esta vez no le cuesta decidirse: mejor esperar a unos Navy Seals que nunca desembarcan que dormir tras las rejas en una jaula de la que el voto popular o el fraude electoral no te pueden sacar.

Cristina tiene razones para temer: está procesada en una buena decena de causas judiciales por corrupción, lavado de dinero, como jefa de asociación ilícita y por defraudación al Estado, entre otras bagatelas.  

Para aplacar sus miedos imaginó un plan: volver al poder y desbaratar las causas en su contra. 

La primera parte de su plan funcionó creando un Frankenstein electoral en el cual se unió con gente que detestaba: Sergio Massa y Alberto Fernández, dos antiguos jefes de gabinete de su difunto marido. Puso a Fernández al frente de la fórmula para mostrar una cara más benigna y ganar las elecciones.

La segunda parte del plan no funciona. Fernández debía finiquitar las causas judiciales de Cristina y sus antiguos funcionarios, pero no logra hacerlo. Hoy Cristina teme más a los jueces que los jueces a ella. Lejos están ya los bálsamos del 54% y lejos también las prerrogativas divinas.

Hubo, es cierto, principios de ejecución.

La Oficina Anticorrupción abandonó las querellas en los juicios, de forma tal que se extinga la acción penal si llega a faltar el impulso de las fiscalías. El presidente envió al Congreso un proyecto de reforma del fuero federal penal para diluir el poder de los jueces que Cristina tanto detesta, pero el proyecto duerme en un cajón por la falta de apoyos externos y las peleas internas de la coalición.

También formó una comisión de juristas, la Comisión Beraldi, para apoyar el embate contra la Justicia y proponer cambios en la Corte Suprema; otro fracaso: el resultado fue una colección de ideas individuales porque los juristas no se pusieron de acuerdo… y ninguno tuvo la cortesía de referirse siquiera a la teoría izquierdista del lawfare, conjuro que debía alejar todas las pesadillas legales de Cristina.

Se sumaron otras derrotas

En lo que parecían manotazos de ahogado, el presidente con el Consejo de la Magistratura y el Senado atacaron la validez de los traslados de los jueces Bruglia, Bertuzzi y Castelli y los devolvieron a sus juzgados de origen. El objetivo de la maniobra era conseguir una declaración de nulidad de todo lo actuado por ellos en las causas contra la viuda de Kirchner. La Corte los repuso transitoriamente y decidió que podían ser reemplazados siguiendo el procedimiento constitucional pero que, mientras tanto, los traslados eran válidos. Otro esfuerzo inútil en el intento de mejorar la situación procesal de Cristina…

Para colmo de males, la Cámara Federal de Casación Penal dio por buenos los testimonios de los arrepentidos de la causa de los Cuadernos de las Coimas y la Corte Suprema rechazó in limine el último recurso de queja en la causa conocida como Ciccone y dejó firme la condena a prisión de su antiguo vicepresidente Amado Boudou.

Cristina no duerme

El chavismo no logró consolidarse como autocracia hasta que se hizo del Tribunal Supremo de Justicia. Cristina Kirchner necesita hacerse de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Totalmente desquiciada hizo pública una carta el pasado 9 de diciembre de 2020 en la cual acusa a la Corte Suprema y al poder judicial en su conjunto de ser “ejercido por un puñado de funcionarios vitalicios que toleraron o protegieron la violación permanente de la Constitución y las leyes, y que tienen, además, en sus manos el ejercicio de la arbitrariedad a gusto y piacere, sin dar explicaciones a nadie ni estar sometidos control alguno”.

Adiós la división de poderes y el respeto de las instituciones. Cristina hizo soplar la brisita bolivariana sobre los jueces, asignándoles el lugar del enemigo e, indicando al mismo tiempo, cuál será el combate y la prioridad de lo que le resta de gobierno. 

Todos los que no usamos anteojeras ideológicas y no confundimos a Venezuela o Cuba con el Jardín del Edén combatiremos del lado contrario, porque sabemos que sin una Justicia independiente lo que amamos corre peligro.

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Santiago Muzio es el director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid

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