«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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El PP conmemora por lo bajini los 25 años del triunfo electoral de Aznar

De Évole a Camacho: la semana asombrosa de Jose María Aznar y Pablo Casado

En toda mi vida, y hasta el domingo pasado, sólo me había quedado dos veces petrificado delante de un televisor. La primera vez fue cuando vi el episodio de «la boda roja» de Juego de Tronos (Tarantino, al lado de George R.R. Martin, es Dora la exploradora). La segunda, en un episodio de House of Cards, cuando el personaje del hoy cancelado Kevin Spacey se monta un trío con Robin Wright y un agente del Servicio Secreto. Las dos veces, mis petrificaciones fueron como consecuencia de que no me lo esperaba. Pero ni por asomo.

La tercera vez, ya digo, el pasado domingo, ocurrió cuando José María Aznar López (Madrid, 1953), cuarto presidente del Gobierno español desde la Transición, exlíder reconocible de aquella derecha española, el tercer hombre de la foto de las Azores, el del cuaderno azul con el nombre de M. Rajoy, dijo en alta voz que él hubiera votado a Joe Biden y a Hillary Clinton. Y añadió: «sin duda».

Cómo explicar mi expresión facial cuando escuché esas palabras… ¿Recuerdan al cangrejo Sebastián cuando se le desploma la mandíbula al ver a la Sirenita abrazada al príncipe cantándole no sé qué de ser parte de su mundo? ¿Recuerdan a la gaviota —huy, qué casualidad—, recogiéndole el maxilar al crustáceo? Pues poco más o menos. Más bien más.

Porque al igual que en la matanza de la boda roja y en el ménage à trois de Underwood, su mujer y el agente del Servicio Secreto, tampoco me lo esperaba. Ni por asomo.

Es cierto que tampoco me esperaba que Aznar le fuera a dar una entrevista a La Sexta en las fechas de la conmemoración del 25 aniversario de su primera victoria electoral, pero eso no me petrificó, que ya me conozco el vanitas, vanitatis del expresidente. Y luego, que diría un gallego, tampoco es una mala idea sobre todo porque Jordi Évole no es precisamente un entrevistador pitbull de un programa de entrevistas Hard Talk de la BBC, de esos que lo saben todo, te acorralan, cometes un fallo, muerden y no sueltan. Évole sabe poco. Mucha anécdota de cara al público (¿las armas de ñañañaña destrucción masiva?), poca visión política del enorme servicio a España de aquella aventura atlántica de Aznar que pretendía quebrar el eje franco-alemán y que implicó a los Estados Unidos en la lucha contra ETA. Por cierto, en este campo de la lucha contra el terrorismo vasco, España también tuvo su recompensa cuando Felipe González autorizó —quebrando tratados— la cooperación para el bombardeo de Reagan a Libia en 1986. Pero de eso, Évole no habla. Quizá no lo sepa.

Lo que si que me hubiera petrificado es que José María Aznar hubiera ido a El Gato al Agua a vérselas con periodistas que le quisieron tanto hasta que, como a tantos millones, el PP les defraudó. Los periodistas polarizados, que diría el actual líder del PP, Pablo Casado Blanco (Palencia, 1981). Luego iremos con él.

Acabemos primero con Aznar. Figuradamente, claro.

El análisis de Casado del mal momento que atraviesa el PP es, en resumen, que la culpa es de los otros, que circulan todos por la autopista en dirección contraria

El domingo, el líder por antonomasia de la derecha española del siglo pasado, a la altura de un Cánovas y con las debilidades y el temperamento de un Maura, le dijo a un entrevistador zurdo que él, sí, él, mireusté, hubiera votado a Biden y a Hillary y no a Trump. Lo mismo que dirían, yo qué sé, a vuelapluma, tipos como Maduro, Evo Morales, Cristinita Kirchner, Daniel Ortega, Baltasar Garzón, Diaz Canel, el doctor Sánchez, Jorge Javier Vázquez, Xi Jinping y, aunque tendría que confirmarlo, sospecho que Kim Jong Un y Ana Patricia Botín. ¿No lo ven? (que diría la precog de El Informe de la Minoría de Philip K. Dick). Aznar le dijo a los españoles que él, sí, él, votaría a favor de las políticas identitarias (incluida la justicia racial, que vaya usted a saber…), el globalismo, la subvención a Planned Parenthood, el multilateralismo chino, los cuentos de la transición energética, Greta Thunberg, los raids sobre Siria y la supremacía moral de las grandes tecnológicas que nos quieren sumisos, calladitos y correctos.

Aznar, al revelar el sentido de su voto si hubiera nacido en Wisconsin, se puso estupendísimamente socialdemócrata, liberal-progresista, ciudadanita, vaya. Llego yo a estar donde Évole y me da un apechusque que tienen que llamar al Samur y a ver si salgo de esa. Que lo dudo.

La justificación, dijo Aznar, es que «los populismos no me gustan». Sí, claro. A nadie con dos dedos de frente le gusta Irene Montero y sus chillidos identitarios. Y mireusté, si ella fuera de Nebraska, votaría lo mismo que Aznar, George Soros y George Clooney.

Pero bueno, supongamos por un instante que José María Aznar tuvo un mal día y se puso nervioso. Quizá por la coca-cola que se pidió al llegar al Hotel Intercontinental donde se grabó la entrevista. Quizá por que al beber esa coca-cola recordó que la compañía de refrescos había pedido a sus empleados que fueran menos blancos y nadie se resiste a una petición así, por muy líder de la derecha que uno sea, perdón, fuera, y por muchos pies que hayas puesto en alto en una mesita de café en el rancho de George W. Bush.

De nuevo, queramos creer que el expresidente se equivocó en su estrategia defensiva frente a ese fuego artificial que es Évole al que, eso sí, Aznar puso en su sitio cuando le alabó lo mucho que había trabajado la entrevista. El ego, ah, el ego. Tan fácil de engañar. Por eso, en esta semana fantástica del PP de conmemoración de una victoria que hoy queda tan lejos, y no me refiero a los años, teníamos una segunda oportunidad para escuchar a Aznar. En este caso, no solo, sino en compañía de Pablo Casado, en una charla-coloquio en la Universidad Francisco de Vitoria (vince in bono malum).

Mariano Rajoy no estaba. Estaría andando rápido o leyendo el As con avidez. Estaba Ignacio Camacho —que no es Évole ni va a El Gato al Agua— moderando moderadamente a los moderados y al que Aznar, que no es el tipo más agradecido del mundo, agradeció «enormemente» su presencia. Casado, que es un tipo más simpático, no se lo agradeció. Y debería. Sobre todo cuando Camacho le llamó «principal líder de la derecha y de la oposición». Eh, uf, ah, Camacho, seguro que tú sabes más, pero ¿estás seguro de eso…?

Y comienza Aznar advirtiendo que allí no se celebran los 25 años de su victoria, sino que «es un acto reflexivo y académico» y como reflexivo y académico que es, nos debe una explicación. Aznar reflexiona sobre la política «de raíz liberal» de lo que fue su proyecto moderado, tolerante, mesurado, bien educado y reconocible de PP. Y sí. Qué desilusión. Debe de haberse bebido otra coca-cola, porque aquel proyecto de PP fue liberal, en efecto, pero también radical (lerrouxista), maurista, conservador thatcheriano ergo patriota, atlántico, benjamindisraelitista, católico y, en ocasiones, aunque sin comprenderlo del todo (porque mira que es difícil), democristiano. Pero todo esto, que todo es bueno para el convento de la derecha frente al socialismo avasallador, queda eliminado por aquello de que Aznar, desde hace 25 años, no da explicaciones ni hace pedagogía y así le lució el pelo a España el 14 de marzo de 2004 y así acabaron los socialistas en unas semanas con todas las buenas leyes del aznarismo sin que nadie protestara. Pero eso sí, insiste el presidente en su reflexión académica: «creamos cinco millones de puestos de trabajo». Y al sexto, descansó.

Turno para Pablo Casado y mientras se quita la mascarilla con permiso del rector de la UFV, no puedo sino sentir una punzada de empatía por este líder, pero menos, que tiene a su derecha al hombre que ordenó, junto a Javier Zarzalejos, la estrategia de volar todos los puentes con VOX con un absurdo ataque personal a Santiago Abascal en la moción de censura.

Inciso: recuerdo ahora que, en lo de Évole, Aznar dijo que él era de la tradición inglesa de construir puentes antes que volarlos. Regardez la trola.

Pablo Casado asegura que su misión es la de llevar la montaña a Mahoma.

Casado termina de desliar la mascarilla del micrófono y comienza a liarla. La cabeza, digo. Mi empatía de antes se convierte en sonrojo cuando empieza a excusarse en todas las dificultades por las que pasa. Que si ya no hay partidos pequeños en la derecha como los que había antes y se podían reunificar (se refiere al PDP de Óscar Álzaga y la Unión Liberal de Segurado, donde militó Esperanza Aguirre); que si «parece que la gente no escucha nuestros programas» (¿en qué televisión, señor ex vicesecretario de Comunicación del PP?), que si antes Aznar sólo tuvo que llevar a la vieja AP a donde estaba la mayoría social, no como él, que tiene que llevar a la mayoría social —«la polarizada», que dice él; la defraudada y estupefacta, que le diría yo— a donde está el partido; que si él lo tiene más difícil que Fraga, que si los partidos serios no están de moda, que si hay gente que le dice que se acerque a Sánchez (¿quién le dice eso?, ¿quién es el canalla?, nombres, diga nombres), que si hay gente que le dice «que me acerque al extremo populista» (y dale pedales con el populismo), que si antes sólo era cuestión de enfrentarse al Partido Socialista…

Todo el análisis del mal momento que atraviesa el PP y el liderazgo discutido de Pablo Casado, como verán, son causas exógenas. Problemas ajenos. La culpa es de los otros, que circulan todos por la autopista en dirección contraria. Ni una palabra sobre tantas promesas incumplidas, («mireusté, a veces uno tiene que enfrentarse a la realidad adaptándose a la realidad», que dice Aznar); ni una mención a la falta de valores y convicciones. Ni un recuerdo a los complejos que creíamos que quedaban desterrados justo hace 25 años pero que no, que siguen allí, desde el recuerdo a Rajoy, al CGPJ y al Consejo de RTVE. A Casado, el que en la pasada campaña aseguró en RAC-1 que la Policía se había excedido con los golpistas catalanes (qué manía de beber coca-colas antes de dar entrevistas al enemigo, oiga) le falto decir que el PP estaba así cuando llegó y que hay que analizar por qué la abuela fuma y si ladra la perrita.

Que el mejor análisis de Casado para reconstruir las cenizas de lo que un día hace 25 años fue un fuego (que no se comunicó y que, por lo tanto, se apagó), sea que tiene que llevar a la mayoría social a donde está el partido, ha tenido que revolver en la tumba a Sir Francis Bacon. Aquel político inglés del XVI-XVII fue el que en sus ensayos sobre moral y política dijo aquella frase perfecta: «Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña». Lo que aseguró Casado sin mascarilla en la Francisco de Vitoria fue que él va a llevar la montaña (la mayoría) a Mahoma (el partido), y no es eso, jamás fue eso. Porque eso es imposible. Un partido es sólo una herramienta.

Al final, algunos aplausos de cortesía para el expresidente y el «líder de la derecha» (Camacho, Camacho…) y la sensación de que menos mal que la pandemia ha evitado lo que podría haber sido la fiesta de celebración más triste del mundo.

Con lo bien que nos lo hicieron pasar hace 25 años y ahora, ya ven. Ni lo celebran.

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