No quiero oír una palabra más de votos hallados en la basura en tal condado, no quiero saber dónde se ha vuelto a comprobar que las máquinas de Dominion son el timo de la estampita, no me interesa lo más mínimo que me hablen de una nueva remesa de papeletas manipuladas o ilegales. Lo he pillado.
Creo que todo el mundo lo ha pillado a estas alturas: hubo fraude masivo. Y quien no quiera aceptarlo, no lo va a hacer aunque lo confiese Biden en hora punta (CNN: ‘El simpático lapsus del presidente y cómo sus enemigos podrían manipularlo”).
Ahora la verdadera cuestión es si Trump va a hacer algo con eso, o se va a limitar a tuitear que GANÓ A LO GRANDE! y que ROBARON LAS ELECCIONES! mientras ve por la tele la investidura de Biden.
Sí, Trump. No “el entorno de Trump”. No “los republicanos”. No “su equipo”. Trump y solo Trump tendrá que tomar la decisión.
Y es lo que me temo. Trump es un fanfarrón. No es que sea un defecto terrible; tiene su gracia en esta malhadada era de corrección política y modestia impostada y, sobre todo, vuelve loca a la gente más odiosa y peligrosa de Estados Unidos y del mundo entero. Pero ha hablado a menudo con más firmeza de lo que ha actuado. Repasemos: no hay muro, no hay acción contra las tecnológicas, no se ha declarado a Antifa grupo terrorista y muchas otras cosas que en su día anunció como el matasietes de bar que te dice que a ver si va a tener que andarte con la cara.
Nadie le va a dar la victoria: ni su equipo jurídico, ni el Tribunal Supremo, ni las cámaras, ni el partido ni toda la masa de deplorables. Tendrá que decidir a solas. Y será una decisión arriesgada y difícil.
Quizá sea mejor no hacerla; podría pensar, como dicen que hicieron los jueces del Supremo, que tomar medidas drásticas contra el fraude precipite al país en la mayor crisis de su historia. Sería comprensible si lo dejara pasar, aunque el mal ya está hecho y la crisis, planteada y sin posibilidad de marcha atrás: casi la mitad de los norteamericanos está convencida de que ganó Trump. ¿No es eso suficiente crisis?
Pero si esa es su decisión, que deje ya de enviar mensajes esperanzadores a sus fieles, que dejen sus hombres de insinuar bombas informativas y de liberar imaginarios krakens. Por favor.
Lo que no significa que no estén pasando cosas raras, muy raras. Por ejemplo, ha sorprendido mucho, según informa Axios, que el secretario de Defensa en funciones, Chris Miller, haya ordenado a los militares que detengan toda colaboración iniciada con el equipo del presidente electo, Joe Biden. Esto es genuinamente extraño, porque se trata de interrumpir un proceso ya iniciado, porque la Administración de Servicios Generales tenía ya instrucciones del propio Trump de cooperar con el equipo de Biden y porque, en fin, son los militares, no es como si se lo ordenan al Departamento de Transportes.
En el Pentágono, comprensiblemente, han querido quitar hierro al asunto y aseguran que es una mera pausa vacacional, casi rutinaria. Pero el autor de la noticia, Jonathan Swan, asegura que de rutina, nada, que el equipo del presidente está furioso con el de Biden, acusándolo en privado de filtraciones y que, naturalmente, la decisión de Miller cuenta con el respaldo del presidente. El equipo de Biden no tendrá conexión como hasta ahora con los ordenadores del Pentágono.
Claro que los ordenadores del Pentágono se han resentido del hackeo a la red Solarwinds, cuyas prestaciones usa y que pueden haber dado acceso a agentes de terceros países a una cantidad de información secreta y confidencial del ejército más poderoso del mundo, así como de la mayoría de las agencias estatales. Se acusa a Rusia de estar detrás de este hackeo, y el electo ha prometido tomar represalias.
Y todo esto sucede mientras los norteamericanos se aprestan a recibir la vacuna conseguida por Trump, que la quiere repartir como si fueran gominolas, y con los gobernadores de varios estados anunciando una terrible tercera ola y restricciones draconianas como consecuencia. Se les ha ido un poco la mano a los guionistas del 2020.