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La pésima estructura socio-económica sigue enquistada

El asistencialismo y el deterioro de la educación mantienen vivo el peronismo en Argentina

El presidente argentino, Alberto Fernández, y la vicepresidenta Cristina Kirchner. Europa Press

Nadie entiende qué es el peronismo. Y ese «nadie» incluye a muchos argentinos. Y menos, por qué sigue teniendo un robusto caudal de votos a pesar de los males que se le imputan, todos probados, por cierto. 

En esencia, porque el peronismo puede ser todo, hasta los opuestos. El peronismo ha sido descripto como un régimen autoritario, y es correcto; populista, y también es correcto. Se dice que el peronismo tiene componentes de derecha y es verdad; que impulsó el terrorismo marxista y lo acogió en su seno, y también es verdad. Según qué peronista hable, es moderado o fanático, creyente o ateo, se encomienda a la Virgen o quema iglesias. Depende el pasaje de su administración que se estudie ha privatizado empresas o las ha nacionalizado; abre la economía o es proteccionista; persigue opositores o defiende la libertad de opinión; fue refugio de jerarcas nazis, es complaciente con el terrorismo islámico, indulta guerrilleros, abraza a los dictadores latinoamericanos más repudiables y adhiere a la doctrina de la seguridad nacional, una suerte de militarización de las instituciones. Nada de esto es una exageración sino apenas una descripción histórica del sinuoso trayecto que desplegó el peronismo desde 1943 cuando, a partir de un golpe militar del que participó, Juan Domingo Perón inició la construcción de su carrera política y de su imagen pública.

El peronismo es tan camaleónico que debió describirse a sí mismo como «movimiento» porque sus fronteras desbordan la noción de partido político. 

El peronismo siempre ha intentado desconocer su parentesco con el kirchnerismo; sin embargo, es imposible negar la raíz que comparten

Aún así, con sus enormes contradicciones y su inmoralidad genética, o tal vez por ellas, el peronismo sigue teniendo seguidores. Es tan heterogéneo que abarca casi todas las conductas y casi todas las ideologías. Están los peronistas de Perón, los históricos que lo veneran a pesar de sus probados vicios personales y de orden público y pese a la condena mundial que recibió tras su paso por la administración del país. Es curioso lo que pasó con su figura: Argentina y occidente celebraron su caída porque significaba la recuperación de la libertad para la gran nación de América del Sur. Pasados los años el mundo mantiene el mismo juicio sobre dictador y sobre el peronismo, y en la Argentina se reescribió la historia, al punto de convertirlo a él en un prócer y a su ideario, en una receta de aplicación política. Esto habla del peronismo pero también de los argentinos. 

Son los mismos argentinos que rogaban por terminar con el baño de sangre que el terrorismo ocasionó en el país durante los años 70 y que luego denostaron a las fuerzas armadas que llevaron adelante el combate contra los agresores, a la par que toleran que se les paguen millonarias indemnizaciones a los guerrilleros, se los homenajee y asuman cargos con gravitación política mientras se encarcela de por vida a quienes los combatieron cumpliendo órdenes del poder político. En ningún otro país del planeta sucedió algo así. Hubo críticas y hasta condenas judiciales sobre casos específicos de mal desempeño pero no repudio a quienes evitaron que se consumara el plan de establecer un sistema marxista en la Argentina. Hecha esta reflexión, podemos continuar con las variantes de peronismo. 

Hacia mediados del Siglo XX la pobreza en Argentina no superaba el 3% de la población; en la actualidad alcanza el 50 

Además de los históricos, están los menemistas, una suerte de peronismo de libre mercado cuya mayor cualidad fue el pragmatismo. Tras recibir del radicalismo un país empobrecido y atrasado el presidente Carlos Menem remató empresas del Estado, con lo que obtuvo una liquidez considerable, al tiempo que perfilaba una economía de monopolios y oligopolios privados, curiosamente construida alrededor de empresarios amigos del poder. 

Fueron los años en que, a la par de la excitación general por la abrupta recuperación económica que se producía mágicamente y sin esfuerzo alguno, crecían la deuda pública, la corrupción política y el deterioro institucional. Porque mientras los ciudadanos viajaban al exterior, compraban autos y consumían artículos importados, el poder político arrasaba con las normas que habían contribuido a hacer de la Argentina la potencia que fue, empezando por la Constitución Nacional, que reformó con objetivos de corto plazo y netamente electoralistas. Para cuando el menemismo dejó el poder, la recuperación económica crujía y las instituciones habían sido asaltadas por objetivos políticos de corto plazo y trascendencia nula. Las Fuerzas Armadas, la justicia y la educación fueron los principales objetivos y sobre los tres el daño producido facilitó el camino para la estocada final. 

Para completar la galería de decadencias, el Siglo XXI se estrenó con el kirchnerismo a nivel nacional ya que ellos y sus modos de gestión eran conocidos en la provincia de Santa Cruz, donde Néstor Kirchner había desempeñado distintos cargos dentro de la burocracia estatal. El peronismo siempre ha intentado desconocer su parentesco con el kirchnerismo; sin embargo, es imposible negar la raíz que comparten y la mezcla de funcionarios en todas las ocasiones en que gobernaron. El entonces gobernador Néstor Kirchner festejó la privatización de la petrolera YPF y recibió en su provincia al presidente Menem para agradecerle calurosamente la operación. Es falso que el kirchnerismo no es peronismo; es peronismo de Perón y de Menem. En los negocios y negociados los peronistas son uno. La única diferencia entre ambos es su elitismo: el kirchnerismo elige quién puede subirse a su colectivo y quién no, a diferencia de los otros peronismos que admiten adherentes sin límite alguno. Esta curiosidad le ha costado enemigos innecesarios que hubiesen acompañado su gestión y que por haber sido despreciados hoy son oposición. Esto indica que hay más kirchneristas que los declarados a viva voz. 

Hay tres conceptos cuyo valor el peronismo no entiende: libertad, incentivos y expectativas

La respuesta al enigma «Por qué sobrevive el peronismo» tiene dos patas que se relacionan: el asistencialismo y el deterioro de la educación. Las medidas que suelen poner en marcha las administraciones peronistas tienen eje filosófico en el estado de bienestar, una quimera que induce a intervenir en los procesos productivos para torcer el normal desenvolvimiento de la economía. En lugar de crear riqueza, logran una desconfianza que se traduce en escasa inversión. La Argentina acumula décadas de imprevisibilidad, gran enemiga del capital. El Estado peronista, entonces, soluciona la carencia de trabajo genuino con empleo público y planes sociales. La receta es demagogia y populismo aunque los resultados estén lejos del éxito: de los 77 años que van de 1945 a 2022 el peronismo gobernó 36 años; eso significa casi el 50% de ese largo período en el que la pobreza y la deserción escolar escalaron de forma escandalosa. Hacia mediados del Siglo XX la pobreza en Argentina no superaba el 3% de la población; en la actualidad alcanza el 50. 

Hay tres conceptos cuyo valor el peronismo no entiende: libertad, incentivos y expectativas, posiblemente porque los tres tienen que ver con el libre albedrío. En su afán intervencionista desconoce el valor de la elección instintiva, el poder de los incentivos y la influencia de las expectativas en la toma de decisiones. Y cuando altera el desenvolvimiento espontáneo de la oferta y la demanda, altera negativamente el comportamiento económico de los individuos, neutraliza la vocación empresaria a la inversión, lo que redunda en escasez de empleo, y desemboca en una desconfianza generalizada sobre el futuro. 

En paralelo a ese clima enrarecido, la sociedad fue adoptando un perfil indeseado: clases socio-económicas muy diferenciadas que intentan, respondiendo a la naturaleza misma del ser humano, sobrevivir de la mejor manera de acuerdo con sus posibilidades. Se resiente el contrato social y cada uno busca “salvarse”. 

Los sectores más acomodados mantienen su nivel de vida, mientras que el Estado sale a auxiliar a la base de la pirámide, que se ensancha década tras década. 

Esa brecha se vuelve infinita y tiene consecuencias devastadoras: aniquila a la clase media, nervio y músculo de una sociedad, a la que le resulta imposible progresar, y aumenta la dependencia de los más pobres respecto del Estado. Así se instaló un círculo vicioso del que la Argentina no pudo salir.

El peronismo primero empobrece y luego embrutece. Quien no aprende a pensar no aprende a elegir

Cuando Juan Domingo Perón incentivó el asentamiento de población de las provincias en la periferia de la ciudad de Buenos Aires, se inauguraron las llamadas «villas miseria», barrios de emergencia en lo que se carecía de todo. Sin embargo, las casas se hacían con barro y cartones. Eso indicaba que eran lugares de paso, que sus pobladores las consideraban una escala hacia un destino mejor. En la actualidad y hace ya varios años, las construcciones en esos barrios son de cemento y ladrillo. Hoy se volvieron definitivas. No son más de tránsito; son un destino.

La otra lápida que ahoga a la sociedad y mantiene vivo al peronismo es la deficiencia endémica de la educación pública. Quienes pueden costear instituciones privadas para sus hijos, los menos, les dan acceso a preparación de calidad. Pero la enorme mayoría de los padres ha perdido también la libertad de elegir el tipo de educación que quiere para sus hijos y la escuela pública se vuelve el único recurso de un pueblo indigente. Pero en esa escuela se instruye poco y se adoctrina mucho, con programas pergeñados en el escritorio de un burócrata populista y «liberprogre» que se cree revolucionario porque impone el mal llamado lenguaje inclusivo mientras la escuela muta su función primaria de impartir conocimientos a comedor popular, donde los niños y a veces no solamente ellos, asisten en busca de saciar el hambre que pasan en sus casas.

De allí egresan jóvenes mal preparados para el mundo que les toca vivir, que luego no encuentran trabajo porque están sub-calificados y van acumulando frustración y resentimiento.

Entonces, cuando usted escuche una noticia sobre la Argentina, seguramente mala, no maldiga a los millones de individuos que votan mal. Recuerde que el peronismo primero empobrece y luego embrutece. Quien no aprende a pensar no aprende a elegir y quien no sabe elegir, no es libre. Millones de seres humanos sin libertad de aprender y elegir vienen naciendo en la Argentina desde la aparición del peronismo; no todos pero gran parte de ellos, condenados a una existencia miserable, obra de una pésima estructura socio-económica enquistada que no brinda oportunidades de ascenso virtuoso ni movilidad social. No critique a los argentinos que se suicidan en cada elección; sienta alivio por los que pueden abandonar el país y salvarse, como pasa desde hace décadas en las dictaduras empobrecedoras de la región, y sienta piedad por quienes quedan atrapados definitivamente en la perversa telaraña peronista.

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